Hace hoy cinco años que las manifestaciones de la Primavera Árabe se extendieron a Libia, propiciando una intervención de la OTAN que acabaría poniendo fin a los 42 años de gobierno del entonces líder Muammar Gaddafi. ¿Cómo se sienten los jóvenes libios con respecto a los eventos que se han desarrollado desde entonces? ¿Qué piensan del aniversario de la revolución, del Acuerdo Nacional General, de Daesh y del camino para avanzar?
Nadia A. Ramadan, de 25 años, no tiene dudas. “Soy una gran defensora de la revolución,” explica, “pero creo que en este año no hay lugar para celebraciones”.
No está sola. Muchos jóvenes libios sienten que hoy hay poco que celebrar. Ramadan opina que el día debería emplearse para apoyar a la gente de Sirte, Tawergha y Ben Jawad. El país está desgarrado, sostiene: “Ya no estamos unidos”. El 17 de Febrero sólo se puede celebrar si todos los libios lo celebran juntos, opina.
Khadiya Hussein vive en Trípoli. De la misma edad que Ramadan, defiende la misma opinión. “¿Qué tenemos hoy para celebrar?” pregunta retóricamente. Para ella, desde 2013 no ha habido motivos para pensar en celebraciones. “¿Celebro el hecho de que no puedo terminar mi educación por culpa de las tarifas de cambio del mercado negro? ¿Celebro el hecho de que esta última semana no he podido sacar dinero del banco porque el banco no tiene dinero? ¿O de que me daba tanto miedo conducir con mi coche por Trípoli que he terminado por venderlo? ¿Puedo celebrar el hecho de que durante una pequeña discusión sobre coches aparcados en la calle mis vecinos sacaron los AK-47?”. Por el contrario, es un día de luto, reivindica la joven.
Los cinco años que han pasado desde la caída y muerte de Gaddafi se han ido embrollando en una lucha por el poder político entre dos gobiernos rivales: la Casa de los Representantes, con sede en Tobruk, y el Congreso General Nacional de Trípoli. Ambos reivindican su legitimidad. En Diciembre del año pasado, los dos gobiernos firmaron un acuerdo de paz mediado por la ONU, formándose un gobierno de unidad nacional respaldado por la organización internacional.
Sin embargo, Hussein cuestiona la eficacia del nuevo gobierno. “La ONU nos hace pensar que el gobierno de unidad es como una varita mágica,” explica, “pero no tiene ningún poder real sobre el terreno”. Según critica, este gobierno nunca fue elegido por los libios. En opinión de la joven, el nuevo ejecutivo es un producto de la ONU, sentado cómodamente en un hotel de la capital del vecino Túnez. “La gente llama al gobierno de unidad el gobierno extranjero,” señala, poniendo en duda que pueda llegar a ganarse la confianza de los libios.
En cambio, para Aladdin Attiga, nacido hace 29 años en Trípoli, el gobierno de unidad es la única esperanza restante, especialmente desde los puntos de vista económico y de la seguridad. “Creo que es la única solución que le queda al país antes de colapsar por completo,” explica. Pero al mismo tiempo, no se muestra optimista. Para los que están en el poder, el pueblo libio debe ser la prioridad, y no las ganancias personales o regionales. Los políticos libios deberían centrarse en la seguridad, que es esencial para volver a relanzar la economía, sostiene Attiga.
Según Ramadán, los libios han llegado a un punto en el que simplemente quieren que el país recupere la seguridad y la estabilidad. “Quizá esto sólo pueda hacerse una vez que tengamos un gobierno de unidad,” sugiere. “No soy una gran fan de este gobierno, pero creo que sólo va a ser algo temporal hasta que podamos tener elecciones de verdad y practicar la democracia de nuevo”. Aunque la estabilidad es la prioridad de la mayoría de los libios, restaurar la seguridad no es fácil. Hacer desaparecer las milicias no es realista en este momento, argumenta Attiga, que insiste en que se debería llegar a un acuerdo entre los líderes de los diferentes grupos armados.
Aparte de la seguridad, la prioridad debería ser la reconciliación, opina Hend Abdulwahed, de 27 años. Para alcanzarla, el primer paso ha de ser el desarme. “Todo el mundo tiene miedo, y los libios se han dispersado por todo el mundo,” señala.
La confusión y el vacío de poder en Libia además han allanado el camino para una creciente presencia de grupos terroristas como Daesh. Muchos países vecinos así como occidentales temen que el estado norteafricano, rico en petróleo, se convierta en el nuevo bastión del movimiento.
Por desgracia, apunta Ramadan, combatir al terrorismo se ha convertido en la principal prioridad para que Libia pueda avanzar. Si no se hace con rapidez, el país se enfrenta al colapso. Según la joven, el único camino para avanzar es una intervención militar extranjera, como la de 2011, aunque consista sólo en ataques aéreos. A pesar de que debería hacerse “en coordinación con un ejército local fuerte sobre el terreno”. Para ella, el primer paso debería ser la creación de efectivos con fuerza sobre el terreno que se pudieran coordinar con los ataques aéreos contra objetivos de Daesh. “Personalmente no apoyo este tipo de operaciones, especialmente cuando van enfocadas a reducir a terroristas, pero me temo que ahora es la única solución”.
Hussein, por el contrario, rechaza la interferencia extranjera. La intervención sería sólo un intento por parte de la coalición occidental de corregir sus errores, sostiene. “Es una tirita para una herida de bala”. El auge del extremismo religioso en el país es un resultado del vacío de poder originado por la intervención de la OTAN, señala, así que quizá otra intervención multiplicaría el número de combatientes de Daesh. “Es solamente otro de los desastres que esperan a ocurrir”.
En los primeros aniversarios de la revolución, la gente salía por su cuenta a las calles a celebrar el fin de la dictadura, explica Attiga. Ahora, en cambio, las celebraciones parecen impuestas a la gente, un escalofriante recuerdo de la era de Gaddafi. “Las esperanzas y los sueños se están convirtiendo en pesadillas,” concluye el joven. “En definitiva, no es momento de estar animado”.