La actual crisis de los refugiados prosigue batiendo récords desalentadores, y todo apunta a que se convertirá en una cuestión central para el próximo referéndum del “Bréxit”. Según la Organización Internacional para la Migración, este Enero ha sido el peor mes hasta el momento en cuanto a muertes de refugiados cruzando el Mediterráneo, con al menos 244 víctimas, en contraste con las 82 del Enero pasado. En declaraciones a Al Jazeera, la representante de Human Rights Watch Eva Cossé advirtió: “La gente lleva chalecos salvavidas falsos; si hay un naufragio, la gente se ahoga”.
Con más de 55.000 refugiados y migrantes buscando ya refugio en Europa, las instituciones políticas y mediáticas por todo el continente se han vuelto aún más hostiles a su presencia. Por ello, es probable que haya pocas alegorías más adecuadas que la de los “chalecos salvavidas falsos” para describir el papel de la UE. A pesar de su miríada de promesas de promover “la naturaleza universal e indivisible” de los derechos humanos, Europa sigue fallándoles a los refugiados. Tal y como lo expresó el verano pasado Gauri van Gulik, de Amnistía Internacional: “Todas estas crisis son síntomas del mismo problema. Europa no está aceptando su responsabilidad en una crisis de los refugiados global y sin precedentes”.
Averiguar por qué este fracaso continúa produciéndose no revela necesariamente tanta franqueza como cabría esperar. En efecto, según arrojan las encuestas, la enemistad hacia los refugiados está extendida entre la población general de los estados europeos. Esto quiere decir que para muchos europeos -completamente decentes en lo que respecta a otras cuestiones- existe una empatía limitada incluso para un grupo de personas que han sufrido una devastación y unas dificultades que no se han vivido en Europa -afortunadamente- en décadas.
Hostilidad hacia los refugiados
Por supuesto, se ha recurrido a varias explicaciones, incluyendo afirmaciones de que esta situación es un resultado directo del racismo, o de que los estados europeos se ven ya “sobrepasados”. Un estribillo común en las publicaciones establecidas y para los líderes políticos, sin embargo, es que Europa está haciendo todo lo que puede pero que está legítimamente preocupada por su propia supervivencia en este contexto.
En efecto, muchos de los motivos que los líderes europeos han citado como razones para estos fracasos apuntan a esta lógica. Por ejemplo, tal y como declaró la política húngara Anna Magyar: “Los estados miembros tienen obligaciones para con sus propios ciudadanos. ¿Cuándo vamos a comenzar a proteger a nuestros propios ciudadanos contra estos flujos masivos de inmigrantes ilegales?”
Otro ejemplo claro, de origen más cercano a casa, se hizo evidente en declaraciones recientes del antiguo Secretario de Estado para la Defensa, el doctor Liam Fox, que aseguró: “No vamos a tener ni idea de si estas personas vienen aquí para trabajar, o de si vienen para causarnos daño. La gente dice “No hay que ponerse en lo peor”. Pero en un mundo en el que existe el ISIL, no podemos permitirnos suponer que no existe un riesgo,” afirmó, empleando otro de los acrónimos para Daesh.
Mientras que estos ejemplos se encuentran claramente en la parte extrema del espectro, apenas son inusuales. Esto se hizo particularmente evidente cuando la cobertura mayoritariamente hostil de la crisis sufrió una breve interrupción cuando el cuerpo sin vida del pequeño Alan Kurdi fue retratado tras haber sido arrastrado hasta una playa turca.
No obstante, poco después de que la muerte de Kurdi se desvaneciera de los titulares, el lenguaje político sobre el tema volvió a su cauce. El primer ministro británico David Cameron advirtió de un “enjambre de gente” cruzando el Mediterráneo y de la necesidad de “proteger nuestras fronteras”. El Secretario de Interior prometió un “escrutinio extra” de los refugiados para evitar la inflitración de terroristas; y la prensa se obsesionó, de forma histérica, con el tema de los refugiados en Calais.
Pero esta cobertura apenas se centró por un momento en la tragedia básica -y bastante sorprendente- de que en Europa, en la segunda década del s. XXI, tanta gente haya sido forzada a tales apuros. La prensa más bien la anuló en base a la aparente amenaza que los refugiados suponen para Gran Bretaña.
A modo de ejemplo, a la hora de cubrir la decisión de Francia de construir un campo de refugiados cerca del campamento actual improvisado, conocido despectivamente como “la jungla”, el Telegraph se centró primordialmente en la proximidad de este campo a la frontera británica. “Inglaterra se enfrenta a una nueva amenaza a su frontera después de que Francia anunciara la construcción de un campo de refugiados al estilo “Sangatte” a menos de 50 millas de Dover, desatando miedos de que pueda intensificar la crisis de los refugiados”.
Securitización
Este tipo de lenguaje está articulado de forma evidente para un propósito particular. En efecto, para cualquier observador en general es probable que esté claro que semejante lenguaje está diseñado para suministrar una especie de marco emocional/conceptual que nos diga cómo pensar sobre los refugiados.
En este caso, al centrarse con tanta frecuencia y de forma tan extensa en el potencial de los refugiados para convertirse en la fuente de algún tipo de “amenaza” para Inglaterra, es evidente que el propósito de este marco está diseñado para alentar la antipatía y desalentar la simpatía. Sin embargo, en una inspección más cercana, se hace evidente que en este caso hay algo más que está en proceso. Esto se puede describir como “securitización”.
La securitización es un concepto desarrollado de forma pionera por un grupo particular en las ciencias sociales que se ha hecho conocido como los Estudios de Seguridad de la Escuela de Copenhague. Describe la práctica en la que los líderes políticos tratan de influenciar la forma en que se debate un asunto determinado, a través de su identificación con un “problema de seguridad”. De esta manera, los líderes políticos tratan de desplazar la discusión fuera de la esfera de la política normal para elevarla a un nivel en el que las medidas urgentes o extremas se consideran justificadas. En esencia, la idea clave de la securitización es la demostración de cómo el concepto de “seguridad” constituye en efecto una forma extrema de politización.
El funcionamiento se puede comprender mejor a través de ejemplos. En un artículo previo publicado en MEMO, mencioné que en los EE.UU. la amplia mayoría de los ataques terroristas son ejecutados por extremistas de derechas, en tanto que la mayor parte de la cobertura, de la preocupación y de las respuestas más extremas por parte del estado están reservadas para el terrorismo ejecutado por extremistas islámicos. En esencia, esto demuestra que mientras que el terrorismo islamista ha sido securitizado muy claramente, el extremismo de derechas ha sido securitizado en un grado mucho más reducido.
Tal y como explica Ole Waever -que acuñó el término “securitización”-: “La palabra “seguridad” es el acto; la aseveración es la realidad primaria”. En otras palabras, el propio acto de definir algo como un “problema de seguridad” es político, con unas consecuencias políticas muy significativas. Es, básicamente, el acto de elegir una cuestión de entre otras varias -que podrían merecer la misma o quizá más preocupación- y definirla como algo que debería ser temido como amenaza existencial.
La securitización de los refugiados
Según un documento de trabajo del Centro para los Estudios de los Refugiados de la Universidad de Oxford, la securitización de los refugiados no es nueva. En efecto, en 2010 escribieron: “Existe un número de diferentes actores que tratan activamente de retratar a los solicitantes de asilo como una amenaza para la seguridad o de facilitar esta caracterización sin el objetivo expreso de la securitización, incluyendo políticos, gobierno, otras figuras públicas, así como a los medios”.
No obstante, en tanto que la política británica y el lenguaje político sobre los migrantes y en particular sobre los “solicitantes de asilo” se ha vuelto más hostil desde finales de la década de 1980, a partir del 2000 se han producido intentos discernibles de fusionar asuntos de “terrorismo” con la imagen de los “solicitantes de asilo”. En efecto, después de los ataques de Al-Qaeda en 2001 contra EE.UU., la preocupación por el terrorismo vinculado a Irlanda del Norte se desplazó hacia la amenaza percibida por parte de los extremistas islámicos y, por primera vez, el lenguaje político comenzó a agrupar las cuestiones del terrorismo y de la inmigración al Reino Unido.
De hecho, el Acta Antiterrorista de Crimen y Seguridad de 2001 relacionó ambas cuestiones en la legislación a pesar del hecho de que no se proporcione ninguna explicación de por qué se consider más probable que se impliquen en actividades terroristas los solicitantes de asilo en lugar de los migrantes, o de por qué se cree más plausible que sean extranjeros y no nacionales los que cometan ataques terroristas en el Reino Unido.
La conclusión
Claramente el objetivo de semejante vinculación de terrorismo y migración en el lenguaje político busca crear la clase de ambiente en el que los líderes políticos puedan tratar el asunto de la migración como una amenaza al Reino Unido. Esto quiere decir que se vuelve más fácil subordinar los derechos legales y políticos de los refugiados a la voluntad de los políticos, especialmente cuando estos están dispuestos a usar el lenguaje de la emergencia y del miedo.
Mientras el debate político entorno a un potencial “Bréxit” de la UE se aviva de cara al verano, y la cuestión migratoria vuelve a salir inevitablemente a la palestra, conviene apuntar que el paradigma de la “securitización” es a duras penas objetivo en lo que se refiere a esta cuestión. (Ya hemos visto cómo el tema de las ayudas para los ciudadanos europeos que viven de forma legal en Reino Unido ha sido sometido a un “frenado de emergencia”, a pesar del hecho de que no vaya asociado a ninguna “emergencia” evidente).
Éste es evidentemente el momento de hacer una elección. Inglaterra elegirá entre un futuro dentro o fuera de la UE. Pero también podemos elegir qué tipo de país somos: temeroso y reaccionario o compasivo y juicioso. ¿Permitiremos que continúe la identificación en masa de los refugiados con amenazas o bien la desafiaremos en nombre del sentido común y de la decencia humana? ¿Continuaremos fallándoles a los refugiados como lo hacen tantos chalecos salvavidas falsos? ¿O bien vamos a hacer de verdad todo lo que podamos para mantener a flote a nuestros congéneres humanos (tal y como querríamos que ocurriera con nosotros mismos)? 2016 será un año muy importante.