ENTREVISTA EXCLUSIVA
Al contrario que en muchos estados de Oriente Medio y del Norte de África, el ejército de Túnez ha sido descuidado con fines políticos desde la independencia del país, ocurrida en 1956. Sin embargo, la revolución de 2011 ha traído consigo un cambio en la estrategia de las fuerzas políticas del país norteafricano. Middle East Monitor habla con el investigador Sharan Grewal sobre la situación de las fuerzas armadas tunecinas antes y después de la revolución y los obstáculos que se preven en el horizonte.
El primer presidente del país una vez independizado de Francia fue Habib Bourguiba. “Su objetivo fue privar al ejército de la capacidad de llevar a cabo un golpe de estado,” explica Grewal. “Tras la revolución, el objetivo ha sido privar al ejército de la voluntad de dar un golpe de estado”. El investigador ha publicado recientemente "Una Revolución Silenciosa: El Ejército Tunecino Tras Ben Alí", en donde analiza el ejército tunecino antes y después de la revolución. Si bien muchas investigaciones se han centrado en cómo el ejército ha afectado a la revolución y a la transición democrática en Túnez, según Grewal pocas han puesto el énfasis en cómo la transición, a su vez, ha afectado al ejército.
Esta transición democrática relativamente exitosa de Túnez es atribuible en parte al papel del ejército, que, al contrario que en los países vecinos, históricamente ha sido débil militar y políticamente. Las fuerzas armadas de Túnez son las más pequeñas de la región –con un personal activo calculado en 40.500 hombres-. Nunca han combatido en ninguna guerra relevante. Sin embargo, según atestigua Grewal, desde la revolución ha habido un profundo cambio entre las relaciones entre lo civil y lo militar, que indica una reestructuración para alejarse del estado policial del presidente derrocado Zine El Abidine Ben Ali hacia una relación más equilibrada entre las diversas fuerzas de seguridad.
Grewal subraya que el ejército tunecino ha incrementado de forma significativa su capacidad de producción militar desde la revolución. Además, los contratos en materia de defensa del país han aumentado, incluyendo cooperación de ejército a ejército con otros estados como los Emiratos Árabes Unidos, Turquía y Catar. Las relaciones de Túnez con EE.UU. también han mejorado, a través, por ejemplo, de que se ha triplicado la ayuda militar suministrada por la potencia americana. No obstante, las fuerzas armadas todavía carecen de un jefe del Estado Mayor. “A día de hoy, el cargo de jefe del Estado Mayor de la Defensa, el cargo más alto, responsable de la coordinación del ejército, de la marina y de la fuerza aérea, permanece vacante,” señala Grewal. “Aunque esta ausencia puede implicar que las fuerzas armadas son menos efectivas, los sucesivos gobiernos han estado dispuestos a llegar a este compromiso”.
Mantener a las fuerzas armadas con menos financiación y equipamiento de los necesarios, separadas del poder político y económico, ha sido una estrategia política de larga duración, que comenzó bajo el mandato de Bourguiba. Cuando llegó al poder no existían fuerzas armadas que heredar de la época colonial, y las tropas estaban poco implicadas en el movimiento nacionalista. Al presenciar y temer los golpes de estado en Egipto, Siria, Irak y varios países del África subsahariana, Bourguiba “implementó una serie de estrategias anti-golpe, la más notable de las cuales fue mantener a unas fuerzas armadas débiles, a las que servían de contrapeso la policía y la Guardia Nacional,” señala Grewal. Bourguiba puso a la Guardia Nacional –una fuerza paramilitar dependiente habitualmente del Ministerio de Defensa- a las órdenes del Ministerio del Interior, para evitar un complot entre la Guardia Nacional y el ejército.
Ante el incremento de las amenazas internas y externas, sin embargo, Bourguiba se vio obligado a dar más poder a las fuerzas armadas a finales de los 70 y durante los 80, lo que condujo a que cada vez más cargos militares asumieran cargos políticos de alto nivel. Tal y como temía Bourguiba, esta jugada allanó el camino para el golpe orquestado por el antiguo brigadier general Ben Alí, que había logrado escalar en la jerarquía civil. Mientras que Bourguiba simplemente había descuidado las fuerzas armadas, Ben Alí también reforzó al Ministerio del Interior, convirtiendo al país en un estado policial. El antiguo oficial también endureció el control sobre las fuerzas armadas, lo que en la práctica significa que tomó él mismo el control como nuevo jefe del estado mayor, después de que el general El-Kateb se retirara en 1991, privando así a la institución de un liderazgo independiente.
En consecuencia, tras años de privaciones, la mayoría del personal militar experimentó pocos remordimientos cuando la revuelta popular comenzó en diciembre de 2010. La fase post-revolución ha experimentado un giro hacia la reestructuración y el empoderamiento de las fuerzas armadas, alejándose del estado policial. Además, la creciente amenaza terrorista ha forzado al gobierno a reforzar al ejército aumentando el presupuesto y mejorando el armamento. El informe de Grewal destaca el hecho de que la gestión de las fuerzas armadas se ha convertido en una responsabilidad compartida entre numerosos actores. Tal y como lo describió un coronel retirado, la situación ha ido “del mandato personal al mandato institucional”.
Estos cambios también indican el principio del fin del desequilibrio histórico entre el ejército y la policía. Mientras que el presupuesto del Ministerio del Interior ha crecido en una media anual del 15% desde 2011, el del Ministerio de Defensa lo ha hecho en un 21% cada año. Puede que esto sea necesario a largo plazo, pero es posible que en principio cree algo de resentimiento entre ambos sectores. “Aquí sería aplicable el concepto de una privación relativa,” sugiere Grewal. “En términos absolutos, el presupuesto y los sueldos de la policía han mejorado de forma significativa desde la revolución, y siguen siendo más elevados que los del ejército, pero es una situación relativa con respecto a un aumento más rápido en el ejército, lo que puede ser causa de envidia y rivalidad”.
A Grewal le parece interesante cómo los líderes del Túnez postrevolucionario han seguido una senda opuesta a las estrategias anti-golpe de Bourguiba y de Ben Alí; pero a pesar del empoderamiento del ejército es importante recordar que el cargo de jefe del estado mayor de la defensa permanece vacante. “Parte de la motivación para dejarlo vacío es el miedo de que entregar demasiado poder a una figura militar pueda aumentar las posibilidades de un golpe,” me explica. Aunque Grewal señala que históricamente, las transiciones democráticas tienden a conducir a un escenario en el que o bien el ejército da un golpe o bien un líder recién elegido recrea un régimen autocrático, considera que en Túnez un golpe militar ahora mismo es inverosímil, al menos a corto plazo. “La posible amenaza a la democracia en Túnez procede menos de un golpe militar que del hecho de que el presidente Beji Caid Essebsi pudiera emplear a estas fuerzas de seguridad y a este ejército reforzados para reprimir a los tunecinos y poder gobernar de forma autocrática,” concluye.