En lo que parece ser el intento más serio de negociación entre ambas partes desde que la coalición militar de Arabia Saudí comenzara a bombardear Yemen el pasado marzo, representantes de la rebelión chií houthi se encuentran en Riad como parte de “conversaciones preparatorias” secretas. Aunque según fuentes houthis las conversaciones están centradas en el intercambio de prisioneros, en este momento para la coalición tienen sentido las negociaciones. La presión internacional con motivo de las muertes civiles está aumentando, en particular dado que la mayoría de las 3.000 muertes del conflicto son atribuidas a los bombardeos saudíes. A este clamor se suma el hecho de que más de la mitad de la población de Yemen (cerca de 14,4 millones de personas) sufre inseguridad alimentaria como resultado de un conflicto de años que se alimenta de la Primavera Árabe. Pero a pesar de que las negociaciones estén cogiendo impulso, los estrategas saudíes parecen haber dado con un as en la manga que jugar en su guerra subsidiaria con Irán: la construcción de una base ultramarina en Yibuti.
El embajador de Yibuti en Riad anunció la noticia de que los saudíes se unirán al (abarrotado) club de las potencias que emplean este país del África Oriental, que cabría en un bolsillo, como base de operaciones. Es EE.UU. quien mantiene la mayor presencia, con más de 4.000 efectivos y personal en la base de Camp Lemmonier. Francia y Japón también cuentan con recursos significativos destinados a la lucha contra la piratería. De gran interés para los observadores extranjeros ha sido también el reciente anuncio de China de que iba a abrir su propia base en Yibuti (la primera base china de ultramar en el mundo); en teoría para cumplir con sus propias responsabilidades en la lucha contra la piratería, pero en la práctica para cimentar el componente militar clave de la iniciativa “Un Cinturón, una Ruta”. Con un punto de apoyo en Yibuti, el gobierno chino espera poder proteger unos intercambios comerciales chino-africanos por valor de 300.000 millones de dólares, y en particular 60.000 millones en préstamos, créditos y subvenciones prometidos el pasado diciembre por el presidente chino Xi Jinping.
En términos estratégicos, es fácil observar por qué Yibuti atrae a los saudíes. Situado en el extremo más alejado de Bab El-Mandeb, una base allí proporciona a las fuerzas aéreas y navales saudíes suficiente espacio para maniobrar, así como un mayor control sobre el tráfico marítimo en las aguas que rodean Yemen -las mismas aguas que Irán supuestamente emplea para enviar suministros a los houthis y para pasar de contrabando cargamentos de petróleo a través de sus vicarios chiíes yemeníes. El control sobre el angosto estrecho no afecta solamente a Arabia Saudí y a Yemen, sino a todo el suministro de petróleo a nivel global; 3,8 millones de barriles de crudo pasan por allí cada día. A la par que crece el temor causado por la influencia iraní en Yemen, los movimientos houthis en las proximidades de Bab el-Mandeb han sido contestados con dureza por la coalición; la batalla entre rebeldes y partidarios del gobierno por la ciudad de Dhubab y la isla de Mayyun el pasado octubre, por ejemplo, tuvo lugar con Arabia Saudí y los EAU apoyando activamente a las fuerzas pro-gobierno. La asertividad que los saudíes demuestran en este frente está directamente vinculada a la percepción de que la administración Obama no está plenamente comprometida con los intereses de Riad. La aproximación de Washington a Teherán ha convencido aparentemente al Rey Salman de que su reino necesita valerse por sí mismo.
No obstante, la lógica de tener una base permanente en África Oriental va más allá de la guerra de Yemen. Incluso si el conflicto con los houthis concluye en un futuro cercano (una valoración optimista, como mínimo), la presencia en suelo africano cimentaría el golpe diplomático que Arabia Saudí ya consiguió dar este mismo año. Después de que manifestantes iraníes atacaran las legaciones diplomáticas saudíes en Teherán y Mashhad, Sudán, Yibuti y Somalia se posicionaron todos ellos abiertamente con Arabia Saudí, cortando relaciones con Irán. Estos países habían permanecido en la esfera de influencia iraní por lo menos en cierto grado. Sudán obtuvo entrenamiento y apoyo iraní, en tanto que Yibuti previamente había permitido a Irán emplearlo como conducto para el envío de provisiones destinadas a los houthis a cambio de cierta ayuda y acuerdos comerciales.
Las ventajas que una base africana ofrece a Riad son evidentes, pero la elección de la localización puede acarrear problemas serios en un futuro. A pesar de ser una “isla de estabilidad” en comparación con sus vecinos, el presidente de Yibuti Isamil Omar Guelleh se ha visto forzado a gobernar el país decretando el estado de emergencia desde el noviembre pasado. En las elecciones previstas para el 8 de abril, Guelleh (en el poder desde 1999) se presentará para un cuarto mandato, en violación directa de su promesa de no volver a ser candidato. El pasado diciembre, las tensiones entre el gobierno y sus opositores acabaron traduciéndose en violencia cuando las fuerzas de seguridad atacaron una reunión religiosa, matando a 19 personas, entre ellas una niña de 6 años.
Aún más preocupante es que las élites de Yibuti han demostrado su disposición a romper acuerdos y dar la espalda a aliados establecidos. Tan sólo en noviembre de 2014, el portavoz del Parlamento iraní Ali Larijani describió el país como “amigo y hermano”, tras participar en la inauguración de la nueva Asamblea Nacional de Yibuti, diseñada por arquitectos iraníes. La relación de Yibuti con los americanos también es tirante. Cuando empezó a llegar el dinero chino, Guelleh extrajo más fondos de Barack Obama al duplicar el alquiler pagado por Camp Lemmonier. A nivel doméstico, Guelleh le dio la espalda a su antiguo aliado Abdourahman Boreh, incautando sus bienes y acusándolo de terrorismo -unos cargos que han sido desmontados por el Tribunal Superior de Londres después de que los jueces probaran que Guelleh había falsificado pruebas-.Yibuti se ha unido al equipo saudí por el momento, pero los antecedentes de Guelleh demuestran que está perfectamente dispuesto a mantener un ojo avizor en busca de pastos más verdes.
Otro motivo de preocupación es que instalarse al lado de EE.UU. (y ahora de China también) puede parecer una buena estrategia, pero al mismo tiempo podría favorecer la tendencia saudí de extralimitarse en el extranjero. Aparte de la implicación en Yemen, Salman y sus dos principales adjuntos -el príncipe heredero y ministro del interior Mohammed Bin Nayef y el principe heredero sustituto Mohammed Bin Salman- han comprometido en gran medida recursos saudíes en la guerra de Siria y en el esfuerzo por mantener bajo control a Irán en toda la región. En tanto que por el momento estas aventuras siguen estando dentro del presupuesto del reino, la actual crisis del petróleo está dañando la economía saudí, forzando a Riad a recurrir a reservas extranjeras para financiarse. Por supuesto, el dinero por sí sólo no es suficiente para defender los intereses de Arabia Saudí en la región. Con Irán haciendo su re-entrada en la comunidad internacional, es poco probable que la presión a la que está sometida la Casa de Saud desaparezca en un futuro cercano.
Khaled Alaswad es un consultor de gestión de riesgos jordano que ha estado trabajando en Abu Dhabi y en los EAU durante los últimos cinco años. Ha estudiado políticas públicas en Estados Unidos.