Conocí recientemente a un profesor de agricultura, uno de los millones de refugiados sirios. Logró escapar del sitio al que el régimen de Assad sometió a Homs de Mayo de 2011 a Mayo de 2014. Abu Sadallah tiene 65 años; tuvo que luchar para conseguir salir de Siria, y alcanzar Turquía con su mujer, hija y tres hijos. Debido a la falta de medicación para su diabetes, durante el asedio le tuvieron que amputar varios miembros.
Charlamos sobre cuál sería el escenario más viable, o bien tras el cese de hostilidades, o bien en caso de que el frágil acuerdo para un alto el fuego fracase; la propuesta para dividir el país -insistió con fiereza Abu Sadallah- no funcionará. Le dije que el columnista del New York Times Thomas L. Friedman escribió a mediados de 2013 que la división de Siria era inevitable. El antiguo jefe de la delegación del periódico en Beirut también sostenía que aunque la partición no fuese a resolver todos los problemas regionales, posiblemente fuera la opción más humanitaria a largo plazo.
“Esos son los sueños petrolíferos de la administración americana,” respondió Abu Sadallah. “Siria no es ni Sudán, ni Bosnia. Desde el primer día del alto el fuego me imaginé que comenzarían a hablar de dividir Siria para generar un equilibrio que satisfaga a los poderes regionales en guerra”. El profesor me aseguró que esto nunca ocurriría. “Esta estrategia poscolonial de partición no es más que un plan fantasioso que es totalmente irrealizable y que simplemente echaría más leña al fuego en lugar de extinguirlo”.
El 23 de Febrero, el secretario de estado norteamericano John Kerry repitió que si el alto el fuego no se mantiene o si las partes en conflicto insisten en seguir luchando, “puede que sea demasiado tarde para mantener a Siria entera” si se espera mucho más tiempo. De esta manera, Kerry reveló, de forma más bien brusca, el “Plan B” de Washington, que, sin que resulte una sorpresa, se convertiría en el padrino de la partición de Siria.
Según Robert Ford, hay “cero perspectivas” de que se produzca un acuerdo político. El antiguo embajador estadounidense en Siria declaró al Wall Street Journal: “El cese de hostilidades, en el caso de que dure, sólo conducirá a una partición de facto de Siria”. En este sentido, ahora mismo no estamos hablando de la posibilidad de una partición, sino de la forma que adoptará para mantener el equilibrio entre los poderes regionales.
La gente de Oriente Medio creía -en un acto de autoengaño- que podían gobernarse a sí mismos y practicar la democracia derrocando a los regímenes y dictadores totalitarios que habían sido implantados en la región por los poderes coloniales, supuestamente salientes, después de la Primera Guerra Mundial. Pero no, Rusia y EE.UU. están intentando redefinir las fronteras nacionales y demarcar un nuevo Oriente Medio, cerrando los ojos al sufrimiento y sacrificios que el pueblo sirio ha soportado para mantener la integridad territorial de una Siria multiétnica y democrática.
Kerry está promoviendo la idea de que, tras una brutal guerra de cinco años, Siria no puede seguir existiendo como un estado único e integrado, al menos en un futuro previsible. El funcionario estadounidense cree que el conflicto sirio se ha convertido en una guerra existencial que ha llevado a la fragmentación del país a lo largo de líneas étnicas y sectarias; así, cree, formalizar lo que ya es en realidad una partición de facto no puede empeorar las cosas.
Turquía, sin embargo, rechaza el plan. Es el país vecino más afectado por la guerra y, recientemente, el viceprimer ministro Numan Kurtulmus aseguró que el plan de Kerry no es factible, ya que no conduciría a tres pequeños estados separados sino a la existencia de 30 o más enclaves. Esto, insiste el gobierno turco, no beneficiaría a nadie, ya que no podría fin ni a las atrocidades del régimen ni al creciente extremismo en la región.
Es bien sabido que la población siria es un mosaico de diferentes culturas y grupos étnicos difundidos por todo el país. En tanto que los árabes suníes son el 74% de la población total de Siria, los kurdos suníes alcanzan el 10% y los alauíes -una secta chií, a la que pertenecen Bashar Al-Assad y su familia- comprende aproximadamente a un 13% de los 22 millones de sirios. Un 10% son cristianos y el 3% restante, drusos. Estas estadísticas se han alterado de forma dramática dado el enorme éxodo de refugiados a países vecinos y al número creciente de combatientes extranjeros que han entrado en Siria. Una partición del país no se basaría sólo en líneas étnicas o confesionales, sino también en otros factores, como clase social, entorno urbano o rural, e incluso lealtades regionales; todo ello debe ser tenido en cuenta.
Ávidamente consciente de esto, Turquía rechaza cualquier tipo de partición que pudiera ofrecer a los kurdos sirios un pequeño estado autónomo, que proporcionaría un refugio al otro lado de la frontera para el proscrito Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), designado por Ankara como organización terrorista. También renovaría el sueño de secesión de los kurdos al tener un “Kurdistán” independiente que, por supuesto, se arrimaría a Assad y sería hostil a Turquía. Sin embargo, EE.UU. considera a los kurdos sirios una valiosa inversión a largo plazo, en particular tras haber probado, desde la perspectiva norteamericana, ser el poder más efectivo contra Daesh y merecer por ello una recompensa.
Irán es un actor de influencia crucial en el plan propuesto, y estaba previsto que lo apoyara por completo. No obstante, parece que el gobierno de Teherán no está enteramente satisfecho con los últimos movimientos de EE.UU. y Rusia. A pesar de la gélida relación entre Irán y su rival regional Turquía debido a sus serias diferencias sobre Siria, el primer ministro turco visitó la República Islámica la semana pasada de forma más bien sorpresiva. Ahmet Davutoglu emitió un comunicado confirmando que a pesar de las genuinas divergencias entorno a una serie de cuestiones, Ankara y Teherán no pueden cambiar su historia o sus privilegios geopolíticos ya que ambos países son piezas complementarias del puzzle regional.
“El destino y el sino de nuestra región no deberían ser determinados por poderes exteriores,” aseguró Davutoglu durante su visita. Del presidente iraní Hassan Rouhani se pudo oír una retórica igualmente positiva. “Irán y Turquía tienen objetivos e intereses mutuos y debemos reforzar los cimientos de la reconciliación y la estabilidad en la región desarrollando una colaboración conjunta y concentrándonos en derrotar al terrorismo,” dijo. “Creemos que los problemas regionales deberían ser solventados por los países y naciones regionales”.
Rouhani proclamó recientemente que ser socios estratégicos no implica necesariamente que las estrategias de Teherán se correspondan totalmente con las de Rusia. Esto se ha percibido como un claro signo de la insatisfacción iraní con el acuerdo no declarado entre EE.UU. y Rusia tal y como ha sido filtrado a los medios.
Es el régimen sirio y los nuevos aliados de Rusia y de EE.UU., los kurdos sirios, los que según lo previsto se llevarían la mayor porción de la tarta de la partición. Los kurdos han estado promoviendo un mini-estado autogobernado con el que tendrían una entidad autónoma similar a la de los kurdos iraquíes. Semejante sistema cantonal, por otro lado, crearía un pequeño estado alauí en la costa siria, que garantizaría a Moscú el control a largo plazo de su base naval en Tartús.
El “Plan B” de Kerry plantea este sistema cantonal o federal como la estrategia más efectiva para resolver el conflicto sirio. Su debilidad es que no tiene en cuenta la voluntad de la mayoría de los sirios, que no aceptarán semejantes planes con facilidad.
La revolución en Siria comenzó con protestas prodemocráticas pacíficas, reivindicando derechos democráticos; no fue una revuelta armada exigiendo un Estado Islámico o promoviendo a una familia, secta o tribu por encima de las demás. Los medios occidentales convencionales lograron con éxito imponer la etiqueta de la guerra civil tras invocar de forma ostensible a sangrientos extremistas para justificar la pasividad e inacción occidentales. Daesh no sólo hizo descarrilar la revolución pacífica, sino que generó un fuerte incentivo para que el régimen de Assad continuara con su abuso bárbaro y excesivo del poder bajo el pretexto de combatir el extremismo y el “takfirismo”.
Gracias a Daesh, la revolución siria se ha convertido en una ciénaga de guerras subsidiarias, distorsionadas como una lucha entre suníes y chiíes. Aunque ya se sabía que el argumento sería resuelto por actores predominantemente externos, ahora ha quedado muy claro que lo que está en juego -y se trata de uno extraordinariamente arriesgado- son cuestiones existenciales en las que las concesiones son muy difíciles, si no imposibles. Estos actores externos -representados en la última fase por la intervención militar rusa- han dividido a Siria en zonas de influencia tales como la zona del gobierno, la zona kurdo-siria, las zonas rebeldes y Daesh. La partición de facto de Siria está ante nosotros. Darle legitimidad se encontrará con muchos obstáculos y supondrá un desafío para el plan de Kerry.
De forma inesperada, el pueblo sirio dejó claro su punto de vista con las manifestaciones en las calles de las zonas rebeldes, inmediatamente después de que se declarara el alto el fuego. Los manifestantes corearon “Uno, uno, uno, el pueblo sirio es uno,” retrotrayéndose al inicio de su protestas pacíficas a favor de la democracia hace cinco años.
Incluso si el plan de Kerry sigue adelante, sin embargo, y Siria se ve dividida en mini-estados autónomos, ¿refrenará esto a los extremistas? Los sirios son conscientes de que está en la naturaleza de Daesh el romper acuerdos.
Las víctimas más vulnerables de una división permanente serían los refugiados y los desplazados internos en Siria. ¿Serían bienvenidos de vuelta en esas entidades “soberanas”? ¿O acabarían igual que los vecinos palestinos, sin hogar durante décadas y con los compromisos sobre el “derecho de retorno” siendo nada más que declaraciones inútiles sobre papel?
El plan de Kerry es una mancha para la humanidad, puesto que da carta blanca a todos los dictadores y regímenes autocráticos para cometer más crímenes de guerra contra sus poblaciones oprimidas. Cuanta más sangre derramen, más acelerará una comunidad internacional paralizada el proceso de partición, para proporcionar inmunidad para los dictadores y sus sicarios, entregándoles enclaves costeros para recompensar su tiranía.
Finalmente, será el pueblo sirio el que continúe con su revolución y se levante contra el desafío de la brutalidad de Assad y el terrorismo de Daesh. Importar planes experimentales de EE.UU. únicamente conducirá a la perpetuación de la guerra, la continuación de la opresión y una mayor represión de la voluntad del pueblo.
Ahmed Al-Burai es profesor en la Universidad Aydin de Estambul. Ha trabajado para el Servicio Internacional de la BBC y para el LA Times en Gaza. En la actualidad reside en Estambul; su principal interés son las cuestiones de Oriente Medio.