La semana pasada, Mahmoud Abbas agasajó al mundo con su visión sobre la coordinación en materia de seguridad con Israel en relación a los intentos de detener la resistencia actual palestina. Aparte de revelar que la Autoridad Palestina está registrando las mochilas de los estudiantes en busca de navajas –intentado así congraciarse con las autoridades ocupantes a través de la colaboración-, Abbas se embarcó en una serie de declaraciones que exhibieron su deprecio por la Intifada y proporcionaron al primer ministro israelí Benyamín Netanyahu otra oportunidad adicional de ser condescendiente.
En declaraciones al canal israelí Channel 2TV, Abbas afirmó su disposición a reunirse con Netanyahu. “Si [Netanyahu] me otorga responsabilidad y me dice que cree en la solución de los dos estados,” añadió, “y nos sentamos a la mesa para hablar de la solución de los dos estados, esto proporcionará esperanza a mi pueblo, y nadie se atreverá a ir por ahí apuñalando o disparando”.
Ayer, antes de reunirse con el ministro de Exteriores checo Lubomír Zaorálek, Netanyahu apuntó en referencia a Abbas: “Le invito una vez más. He hecho espacio en mi agenda esta semana. Puede venir cualquier día”.
El teatro requiere por lo menos de un participante y de su audiencia. Abbas ha demostrado estar cualificado para ambos papeles, dado que sus supuestos intentos de retratarse como líder han desencadenado una oleada de escarnio contra él.
Es previsible que el repertorio de frases estándar del presidente palestino continúe cayendo en una constante devaluación de los palestinos y de sus intentos de resistencia. Esto ocurre de forma particular en el contexto de la última revuelta que, aunque carece de una coordinación efectiva, ha inscrito claramente la desconfianza en el seno de la AP.
Aun así, continúa balanceando en el aire la ilusión de la “esperanza”, intentando construir una realidad alternativa a través de la ambigüedad, mientras afianza claramente su posición política subordinada apelando a Netanyahu y a su responsabilidad con respecto al compromiso de los dos estados. La colonización y la responsabilidad no son congruentes, porque la primera es sinónimo de explotación violenta. Sin embargo, la normalización de la expansión colonial defendida por Abbas no solamente queda subyugada a las evidentes ramificaciones que manifiesta, sino que también hace aparecer una ilusión en la que el colonialismo simplemente no figura, negando así décadas de lucha por parte de los palestinos.
De acuerdo con sondeos recientes, los palestinos son partidarios de una resistencia armada coordinada como forma de alcanzar sus derechos nacionales, con lo que las recientes declaraciones de Abbas están completamente des-sincronizadas con la realidad. Esta retórica política estancada ha proporcionado vía libre a una diplomacia muy rentable, de aquí el peligro de negarse a separarla de las acciones resultantes.
Esta discrepancia ha prestado un buen servicio a Abbas y a la Autoridad Palestina; esta última puede confiar en que la comunidad internacional difunda las negociaciones, o la falta de ellas, como una situación interminable que ha fracasado a la hora de producir algún cambio. Sin embargo, los cambios ocurren a diario, y es por eso que los palestinos están poniendo rumbo una vez más hacia la resistencia armada en lugar de subyugarse a Israel, a la Autoridad Palestina y a la comunidad internacional.
Fingir olvidos es algo precario; aprobar el concepto con el fin de sentar una equivalencia entre el colonizador y el colonizado es igual a traición. Y no obstante esto es lo que Abbas ha intentado lograr con su preocupación por la seguridad de los colonos ilegales israelíes, mientras que los palestinos son asesinados en las calles por orden de Netanyahu. Abbas sabe que la cuestión de la pérdida es interpretada de forma diferente por la población nativa y por los colonos. Que se haya alineado con estos últimos constituye un horrible acto de traición, por el que el pueblo palestino está pagando un elevado precio. El juego de la condescendencia es, en efecto, un juego mortal.