El problema no está en el hecho de que la soberanía sobre las dos islas haya sido cedida por Egipto a Arabia Saudí. Hemos sido criados en la convicción de que “todos los países árabes son nuestro país”, de que somos una nación, y de que las líneas trazadas por el colonialismo o por cualquier otro motivo con anterioridad carecen de sentido.
Por lo tanto, el problema no es ciertamente el hecho de que las islas de Tiran y Sanafir hayan sido entregadas a Arabia Saudí, y además: no debería haber ningún problema entre países árabes en cuanto a territorios y fronteras. Siempre hemos soñado y seguiremos soñando que estos países árabes se convierten en uno sólo, que no esté separado por fronteras, líneas, nombres o banderas. El principal problema está en el hecho de trazar fronteras, no en la concesión de dos islas a Arabia Saudí, ni en la concesión de cualquier territorio o agua territorial, ya que estamos. Vemos a Arabia Saudí y a Egipto como un solo país, no dos, y creemos que nada distingue a un egipcio y a un saudí aparte de su fe y su lealtad al arabismo y a su nación. El problema real, o problemas, son las implicaciones de este acuerdo para determinar límites navales y sus consecuencias políticas y económicas para Egipto y para los egipcios, que transforman algunos de estos problemas en verdaderas catástrofes.
Independientemente de que las dos islas pertenezcan a Arabia Saudí o a Egipto, este debate ha durado ya muchas décadas, y nadie sabe cómo ha sido resuelto o determinado recientemente. Las observaciones más importantes que podemos realizar sobre el acuerdo de demarcación de fronteras, o el acuerdo para entregar Tiran y Sanafir a Arabia Saudí, es que fue firmado por el presidente AbdelFatah Al-Sisi, procedente de los barracones militares. Esto significa que el ejército egipcio, encargado de proteger nuestro país y nuestro pueblo, es el que ha firmado el acuerdo para ceder las dos islas. Esto nos fuerza a referirnos a la carta estatutaria del ejército, cuando éste entrega su propio territorio; hay que temer que otros territorios egipcios puedan ser entregados también en el contexto de la resolución de viejas disputas con otros países, o en el contexto de tener que pedirles ayuda financiera.
Algunas de las implicaciones más importantes del acuerdo para entregar Tiran y Sanafir son las siguientes:
En primer lugar, la concesión por parte del ejército de estas dos islas, o de cualquier parte del territorio egipcio a otro país, quiere decir que está dispuesto a entregar otras áreas como Halayeb, en la frontera con Sudán, o Sinaí, en la frontera con Palestina. Puede que ya haya concedido, o que conceda en el futuro, aguas regionales en el estrecho del Mar Rojo, cuya soberanía se encuentra ahora mismo dividida entre Jordania, Egipto y Arabia Saudí, y por la ocupación israelí.
En segundo lugar, la concesión de Egipto de las islas a cambio de dinero o de futuros proyectos e inversión indica que la crisis económica en Egipto ha llegado al punto de que el gobierno egipcio ha sido obligado a aceptar algo que no había aceptado en más de 100 años (las islas habían estado bajo soberanía egipcia desde 1901). Esto significa que la economía egipcia se encuentra al borde del colapso, pero lo que es aún más peligroso es el hecho de que el gobierno de Al-Sisi puede aceptar lo que sea con tal de evitar este colapso.
En tercer lugar, la manera en la que el acuerdo fue aceptado y promovido es similar a la de una oferta pública de venta (OPV); es decir, el gobierno de Al-Sisi está enviando el mensaje de que están dispuestos a solucionar disputas a cambio de dinero. Esto significa que Sudán, Israel y Etiopía pueden entregar efectivo o hacer inversiones a cambio de resolver sus problemas con Egipto, y esto es una catástrofe. A partir de ahora las negociaciones con Egipto se basarán en el hecho de que está experimentando una crisis y enfrentándose a problemas financieros y de liquidez, nada más.
Concluiré diciendo que no hay problema en transferir la soberanía de las dos islas a Arabia Saudí. El problema es que el gobierno está dispuesto a vender tierras a cambio de la supervivencia, y que un cargo militar está dispuesto a vender su país para preservar su posición.
También tenemos que considerar que la crisis económica no puede resolverse entregando o vendiendo islas ni atrayendo inversiones de miles de millones del Golfo. La única solución es construir un estado moderno y civil con una economía libre y abierta en la que trabajen los civiles, que no esté dominada por el ejército. Egipto es un país rico en personas y en recursos, y necesita una transformación pacífica, democrática y civil, nada más.