Tomar un bote de espray o una brocha de pintura, elegir un muro vacío y empezar una obra artística: El arte del Grafiti. Este arte se toma muy en serio por parte una nueva generación de artistas beirutíes que quieren romper con la monotonía sectaria con una cultura liberada. No es fácil reconquistar unas paredes que todavía reflejan una guerra civil donde los símbolos partidarios inundan los muros y los eslóganes garabateados cambian según la zona de la ciudad. Hoy a 25 años del fin de la guerra es todavía bastante sencillo identificar con una mirada la estética de cualquier barrio la fuerza hegemónica que lo controla. Superar estas fronteras históricas y sectarias es el objetivo de grafiteros como Yazan Halwani.
El joven artista explica, en una entrevista para The Guardian, que lo que intenta “es escribir las historias de la ciudad, sobre sus paredes- creando una memoria para la ciudad”. Una memoria que recupera figuras culturales populares que por su magnitud artística empequeñecen el enfrentamiento establecido fomentado por los distintos partidos políticos y gobiernos.
Su estilo es una mezcla, como Beirut. Recurre al clásico arte de la caligrafía islámica para dibujar un aura de inspiración cristiana sobre la cabeza de la amada cantante Sabah.
Las expresiones faciales buscan emocionar al que pasa frente a los retratados consiguiendo que las miradas o las sonrisas encuentren la empatía, la admiración o la nostalgia de los peatones que los observa.
La cantante siria Asmahan, el poeta palestino Mahmoud Darwish, el escritor Yibran Jalil Yibran y la cantante del folclore libanés como Fairouz han sido inmortalizados en las calles por Halwani. Iconos de la memoria nacional o popular, cristianos y musulmanes, que recuerdan la estimada “edad de oro” libanesa donde los cines, teatros y cafés beirutíes eran visitados por intelectuales y artistas de toda la región. Cuando la población civil era inspirada por un gran apogeo creativo que les mantenía unidos.
Además de las estrellas artísticas o musicales de Oriente Próximo, el grafitero retrata personas que han sido importantes en la vida cotidiana de la capital. Uno de ellos es Ali Abdallah, un sin techo que vivía en Hamra, muy querido y conocido por parte de los beirutíes que falleció una noche de frío invernal. La obra constituye un tributo a su existencia pero también un recuerdo del drama social que viven muchos como él.
También convirtió en símbolo a Fares al-Jodor, un niño sirio que vendía rosas en el Oeste de Beirut que murió cuando regresó a su ciudad natal.
Los pésames de cientos de libaneses inspiró al artista a retratarlo para que su sonrisa fuese recordada y para recordar que nadie deja su
país sino tiene una buena razón para hacerlo.
Sí, todos son parte de la historia de Beirut. Una historia que es difuminada por la situación política pero que los artistas se niegan a olvidar. “Seguiré persiguiendo el grafiti, es parte de quien soy, y se ha convertido en parte de mi identidad” afirma el Banksy libanés. Y parece que sus obras de arte, sus iconos, comienzan a ser testigos de la vida cotidiana de los barrios, de la memoria colectiva de sus vecinos, en definitiva de la identidad de Beirut.