“No actuaremos como ellos, no usaremos la violencia ni la fuerza; somos pacíficos, creemos en la paz, en la resistencia popular pacífica”. Estas palabras forman parte de un mensaje lanzado por el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, el pasado octubre, pocos días después de que ocurrieran varios incidentes en los que jóvenes palestinos fueron acusados de atacar con navajas a soldados y colonos israelíes.
El mensaje hubiera tenido algún peso de no haber estado trufado de contradicciones. Por un lado, la supuesta búsqueda de la “paz” por parte de Abbas únicamente ha logrado afianzar la ocupación israelí de Cisjordania, aislando por completo un Jerusalén Este ocupado y anexionado ilegalmente.
Es más, ¿a qué “resistencia popular pacífica” se refiere Abbas, a sus 80 años? ¿Qué guerra de liberación nacional “pacífica” ha estado dirigiendo? ¿Y cómo puede un líder, así de impopular, dirigir una “resistencia popular”?
Sólo dos semanas antes de las declaraciones en las que Abbas se refirió a esa “resistencia popular” ilusoria bajo su mando, una encuesta del Centro Palestino de Política e Investigación Estadística de Ramala reveló que la mayoría de los palestinos, un 65% de los encuestados, desea su dimisión.
Por supuesto, mientras que Abbas continúa profetizando una paz inexistente –como ha hecho durante la mayor parte de su lucrativa carrera- Israel continúa sembrando el caos entre los palestinos, empleando todo medio violento a su alcance.
Evidentemente, no se puede culpar a Abbas de la propensión de Israel a mantener su violenta ocupación. Los culpables de la ocupación y del maltrato y de la humillación diaria de los palestinos son el primer ministro israelí Binyamin Netanyahu y su coalición de derechas.
Sin embargo, esta verdad no debería distraernos del terrible legado de Abbas y de mal comportamiento actual. De hecho, a ese respecto es necesario plantear varias preguntas urgentes:
Si Abbas es semejante pacifista, ¿por qué su presupuesto militar es tan desproporcionadamente grande?
Según informaciones publicadas por Visualizing Palestine, un 31% del presupuesto de la AP se gasta en el control militar y policial de Cisjordania. Comparemos este porcentaje con el 18% que se destina a educación, el 13% que va a parar a sanidad y tan sólo un 1% para agricultura. Este último porcentaje es especialmente preocupante, teniendo en cuenta que los territorios palestinos, las plantaciones de frutales y de olivos, son el principal objetivo de Israel, que usurpa las tierras con el fin de expandir sus zonas militares y asentamientos ilegales.
La enorme discrepancia entre las partidas destinadas a las fuerzas de seguridad palestinas –que nunca se enfrentan a la ocupación militar israelí, sino sólo a la resistencia palestina- y aquellas cuyo fin es apoyar la “sumoud” (constancia) de los agricultores cuyas tierras son atacadas y confiscadas a diario constituye un monumento a las ambiguas prioridades de Abbas y de su AP.
Incluso Israel, un país que está obsesionado con su seguridad y que tiene abiertos varios frentes de guerra y ocupación militar, gasta sólo un 22% de su presupuesto total en el ejército, un porcentaje que ya de por sí es bastante alto para los estándares habituales.
La “paz” de Abbas es, por supuesto, bastante selectiva. Gobierna con puño de hierro a los palestinos que sufren la ocupación, tolerando rara vez cualquier disidencia dentro de su partido, Fatah, y haciendo todo lo posible por aislar Gaza y mantener un estado de conflicto con sus enemigos de Hamás.
Recientemente, tras haber recibido críticas del Frente Popular por la Liberación de Palestina –una facción palestina relevante, parte de la OLP-, Abbas decidió cerrarles el grifo de la financiación. En el “pacífico” mundo de Abbas no hay espacio para la tolerancia.
Las críticas del FPLP se produjeron en respuesta a unas declaraciones del presidente de la AP en la televisión israelí.
En una entrevista reciente, había insistido en que la coordinación en materia de seguridad con Israel constituye para él una prioridad esencial. Sin tal coordinación, la AP se encontraría “al borde del colapso”, declaró al canal israelí Channel 2 el 31 de marzo.
Aparte de detener a supuestos resistentes palestinos, la coordinación en seguridad incluye el registro de las mochilas de los alumnos de primaria en busca de navajas, según el líder palestino. “Nuestras fuerzas de seguridad están entrando en las escuelas y comprobando si los alumnos llevan navajas. En una escuela, encontramos a 70 alumnos con navajas, y les dijimos que estaban en un error. Les dije ‘No quiero que matéis a alguien y muráis; quiero que viváis y que otros vivan también’”.
Las declaraciones de Abbas sobre la vida y la muerte no se refieren en lo más mínimo al contexto de la opresión, de la humillación de la ocupación militar y de la sensación de desesperación que prevalece entre los jóvenes palestinos, atrapados entre una ocupación violenta y beligerante y unos líderes sumisos.
Convencerles de “no matar a alguien y morir” implica que “las fuerzas de seguridad detuvieron a los alumnos con navajas, los interrogaron y torturaron y amenazaron a sus familias,” según el comentarista palestino MunirShafiq.
“Sólo hace falta escuchar las experiencias de muchos de quienes han sido torturados por la Shabak israelí y por las agencias de seguridad palestinas para saber que las agencias palestinas son más duras, más bárbaras y más brutales que la Shabak,” escribió Shafiq en Arabi21. Eso es lo que significa ser “pacífico” y “creer en la paz”.
En un artículo en Rai al-Youm, Kamal Khalf se pregunta si es momento de cuestionar la legitimidad de Mahmoud Abbas, un hombre que ha gobernado durante años con un mandato expirado. Aunque se abstiene de atacar personalmente a Abbas, Khalf plantea la pregunta de si habría que cuestionar el bienestar emocional y psicológico del presidente de la PA, a su avanzada edad, sobre todo teniendo en cuenta algunas de sus últimas declaraciones: los ataques a la resistencia palestina, el registro de las mochilas de los niños y el amor por la música israelí.
Cuando Abbas Zaki, el respetado miembro del Comité Central de Fatah, regresó de una visita reciente a Teherán, Abbas le atacó “acusándole de haber recibido 50.000 dólares de los iraníes y exigiendo que el dinero se le entregara a él”, escribe Khalf.
La cantidad de comportamientos bizarros y declaraciones extrañas de Abbas parece estar incrementándose con su edad. No constituye un secreto, por supuesto, que en el seno de Fatah y de la AP se están produciendo muchas discusiones sobre la sucesión una vez que Abbas haya desaparecido del plano. Hasta entonces, se pueden prever tales excentricidades.
Sin embargo, es esencial que la discusión no se centre sólo en Abbas, puesto que es únicamente un representante de la clase de usurpadores que han empleado la causa palestina para medrar en lo que respecta a sus propios cargos, riqueza y prestigio.
Hay pocas pruebas que señalen que la actual postura de Abbas –blanda con la ocupación, dura con los palestinos- es algo nuevo u ocasionado por la edad y por la salud mental. Siendo justos, el árbitro de los acuerdos de Oslo ha sido coherente en este sentido.
Desde la muerte de Arafat en 2004 y su ascenso al poder a través de un proceso democrático cuestionable en 2005, Abbas se ha esforzado laboriosamente por coexistir con la ocupación israelí, pero ha fracasado en el intento de coexistir con sus rivales palestinos.
Tiene a sus espaldas más de una década de fracaso sin atenuantes en el liderazgo palestino, pero lo cierto es que hubo más ingredientes, aparte de Abbas, que han conducido al fiasco político. Ahora, a los 80 años, Abbas parece haberse convertido en el chivo expiatorio de toda una clase de palestinos que han trabajado para gestionar la ocupación y beneficiarse de ella.