Diana Alghoul
Cuando el presidente estadounidense Barack Obama llegó a Riad el miércoles en una visita oficial a Arabia Saudí, salió del avión y pisó la alfombra roja esperando probablemente que le recibiera el rey Salman u otro miembro de alto rango de la familia real. Sin embargo, salieron a su encuentro el gobernador de Riad y otros funcionarios de escasa importancia. Esto ha sido percibido como un mensaje de Arabia Saudí para el resto del mundo de que las políticas de Obama no han sido bienvenidas en Arabia Saudí y en el resto del Consejo de Cooperación del Golfo.
Antes de su llegada, ya era evidente que durante la visita saldrían a la superficie las tensiones que se han estado acumulando a lo largo del último año. La compleción del acuerdo con Irán fue uno de los golpes más duros para Arabia Saudí. Después de la firma del acuerdo, el ministro de exteriores saudí Adel Al-Jubeir dijo que estaba “profundamente preocupado”, y que su convencimiento era que la mayoría de países “no estaban conformes con el acuerdo con Irán”. Añadió que pensaba que Irán emplearía el dinero extra para financiar “actividades nefastas”. Al Jubeir envió claramente señales de que la línea oficial saudí con respecto a este acuerdo es que constituye una amenaza para su seguridad nacional y que, con él, Obama estaba poniendo en peligro la seguridad de la región.
Siria constituye otra fuente de disenso para ambas partes. El enfoque que definió intrínsecamente la política siria de la administración Obama llegó antes de que el rey Salman subiera al trono. En agosto de 2013, nueve días antes de la masacre con armas químicas en Ghouta, Obama declaró que EE.UU. no efectuaría ataques aéreos contra Damasco para expulsar al régimen de Assad. Desde ese momento estuvo claro que Obama no estaba dispuesto a librarse del dictador sirio Bashar Al Assad a cualquier precio, volviendo la política estadounidense incompatible con la política saudí –particularmente después de la llegada al poder del rey Salman-.
Durante el año que el monarca ha ocupado el trono, en lugar de buscar el apoyo americano para la cuestión siria, ha decidido tomar el problema en sus manos regionalizando el conflicto. El pasado septiembre, Arabia Saudí y Turquía amenazaron con emprender por su cuenta acciones militares en Siria, declarando explícitamente que en el futuro de Siria no hay espacio para Assad. En diciembre, los saudíes formaron una alianza militar musulmana integrada por 34 estados musulmanes suníes. En febrero, en la OTAN fue fuente de preocupación que Arabia Saudí, junto con Turquía, pudiera reforzar sus acciones militares independientes en Siria para equilibrar la balanza de poder en Oriente Medio.
Un golpe de autonomía similar ocurrió en marzo del año pasado, cuando Arabia Saudí formó una coalición para intervenir en Yemen. No sólo lo hizo sin el consentimiento de EE.UU., sino que ni tan siquiera les informó. El presidente republicano del comité de servicios armados del Senado John McCain, dijo: “Estos países, dirigidos por Arabia Saudí, no nos notificaron ni buscaron coordinarse con nosotros u obtener nuestra asistencia en esta empresa… porque creen que estamos del lado de Irán”. El hecho de que esto ocurriera días después de que se cumplieran dos meses del ascenso al trono de Salman demuestra que ya había tomado una decisión con respecto a la administración Obama.
Obama por su parte mostró directamente sus reservas hacia el régimen saudí. En noviembre del año pasado, se reunió con el primer ministro australiano Malcolm Turnball en lo que muchos describieron como un encuentro casual de no intervención. Cuando Turnball preguntó al presidente americano si Arabia Saudí era amiga de EE.UU., Obama sonrió y respondió: “Es complicado”. Cuando le interrogaron al respecto del incremento del extremismo en Indonesia, Obama no evitó culpar directamente a los saudíes. Le dijo a Turnball que el aumento del extremismo se debe a que los saudíes y otros estados del CCG están financiando generosamente escuelas en las que se enseña el extremismo y la ideología que beneficia a la monarquía saudí.
El año pasado, el rey Salman se ha esforzado por crear una distinción entre su gobierno y el de su predecesor. El rey Salman no quiere que Arabia Saudí sea vista como un simple poder regional, quiere que su monarquía y su país asciendan en el escenario internacional en el papel de un actor totalmente autónomo de la estructura de poder mundial unipolar. Con unas políticas y unas acciones militares y políticas que se están volviendo más independientes, y mostrando al mismo tiempo abiertamente sus reservas con respecto a la doctrina de la administración Obama para Oriente Medio, está claro que Arabia Saudí bajo Salman no hará compromisos en relación a lo que consideren una amenaza a su seguridad o a su hegemonía.