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Los migrantes del Mediterráneo están desesperados; Europa no puede rechazarles.

El jueves fueron enterrados en Malta los cuerpos recuperados del peor naufragio de refugiados que se haya producido hasta la fecha en el Mediterráneo.
Refugiados en Grecia.
Refugiados en Grecia.

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Samira Shackle

El jueves fueron enterrados en Malta los cuerpos recuperados del peor naufragio de refugiados que se haya producido hasta la fecha en el Mediterráneo. Solamente había 24 ataúdes, aunque se calcula que murieron unas 800 personas. Ninguno de los cuerpos había sido identificado; algunos llevaban escritos números que hacían referencia a muestras de ADN, por si acaso algún familiar llegara en los próximos años en busca de sus seres queridos. Los muertos fueron honrados con un funeral que incluyó rezos tanto cristianos como musulmanes, y asistieron el presidente de Malta, el ministro italiano del interior y el comisario europeo de migración.

Tan sólo 28 personas sobrevivieron al naufragio de ese barco, que se produjo pocos días después de que otra embarcación se hundiera cerca de la costa Libia, llevándose consigo a unas 400 personas. Ambos incidentes han hecho que la cifra de muertes en el Mediterráneo haya alcanzado las 1.700 este año, 30 veces más que durante el mismo periodo en 2014. A lo largo del año pasado murieron un total de 3.500 personas.

Muchos han atribuido el drástico incremento en el número de muertes a los cambios en la política europea. Desde octubre de 2013 a octubre de 2014, la operación de búsqueda y salvamento Mare Nostrum, gestionada por Italia, trataba de mantener el Mediterráneo vigilado las 24 horas, en particular el estrecho de Sicilia, después de que más de 300 migrantes se ahogaran cerca de la isla italiana de Lampedusa. En noviembre de 2014 la reemplazó la Operación Tritón, dirigida por la UE con muchos menos fondos y mucho más limitada, restringiéndose a las aguas italianas y patrullando tan sólo en las 30 millas náuticas más próximas a la costa. Reino Unido estuvo entre los países que se negaron a contribuir a esta operación, argumentando que el volver la ruta más segura a través de un servicio de búsqueda y salvamento actuaría a modo de efecto “llamada”, animando a más gente a emprender el peligroso viaje a Europa.

Los acontecimientos de este mes han demostrado que ese argumento constituye una falacia inmoral e inhumana. Los migrantes no están huyendo con la suposición de que las operaciones de rescate les mantendrán a salvo, sino porque están desesperados; tratan de escapar de la violencia y las dificultades. Las cifras hablan por sí solas: se calcula que unas 35.000 personas han llegado a Europa procedentes del Norte de África en 2015. Libia está avanzando con rapidez hacia el estatus de estado fallido, y la crisis política que atenaza al país lo convierte en un punto de partida accesible hacia Europa. Los traficantes de personas se han aprovechado de esta situación, un punto en el que han hecho énfasis los políticos británicos para justificar su postura.

En una cumbre de emergencia en Bruselas esta semana, los líderes europeos prometieron más barcos, aviones y helicópteros para salvar vidas en el Mediterráneo. Alemania y Francia ofrecieron dos barcos, mientras que Reino Unido ofreció tres. David Cameron insistió en que quienes fueran rescatados por los barcos británicos no tendrían por ello derecho inmediato a solicitar asilo en Gran Bretaña, sino que serían transportados al país seguro más cercano. Otros estados miembros han prometido también embarcaciones y helicópteros para misiones de rescate. Se acordó que la financiación de la Operación Tritón se triplicaría, hasta alcanzar los 9.700 millones de dólares al mes. Los líderes también anunciaron que estaban debatiendo emprender acciones militares contra los traficantes para detener el flujo de gente hacia Europa.

Esto constituye sin lugar a dudas un paso positivo. Durante años, los líderes europeos han hecho poco más que emitir comunicados lamentando la pérdida de vidas, sin emprender ninguna acción significativa. Sin embargo, el anuncio ignoró hasta cierto punto las crisis humanitarias que están conduciendo a la gente a emprender este viaje. No hay duda de que los traficantes de personas son cínicos –ponen en riesgo la vida de la gente para obtener ganancias económicas-, pero poner el foco en los refugiados es arriesgado. A fin de cuentas, los migrantes no están siendo obligados a embarcarse en un viaje así de peligroso, sino que deben estar increíblemente desesperados para entregar dinero voluntariamente a estos traficantes.

Aunque organizar una operación de rescate adecuada es parte vital de un escenario más amplio, también es importante tener en cuenta qué ocurre con los migrantes que logran alcanzar Europa. Ante el incremento del sentir anti-migratorio en muchos estados miembros, la mayoría de los países prefieren ignorar la crisis. Los países del sur de Europa a los que llegan muchos refugiados están sufriendo una presión desproporcionada; los migrantes allí se enfrentan a largos periodos de detención y a la deportación. Los viajes dentro de Europa entre diferentes países también cuentan con sus propios peligros.

Hay que dar respuesta a la pregunta de qué ocurre con los migrantes una vez que llegan de manera sensible y humana. De lo contrario se perderán más vidas. No se puede negar que constituye una tarea inmensa -10.000 personas han sido rescatas en el espacio de una semana- pero seguir negando la existencia de esta gente, encerrarla, o centrarse en enviarla de vuelta a los lugares de los que huyeron ya no puede ser una opción. Las personas que se están ahogando en el Mediterráneo forman parte de las más pobres y más desesperadas del mundo; Europa no puede seguir dándoles la espalda.

 

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