La superviviente del Holocausto Hedy Epstein está llegando a las últimas etapas de un formidable viaje vital que comenzó hace más de 90 años en una Alemania nazi llena de odio. Sus últimos días, en un hospital de cuidados paliativos en Misouri, rodeada de sus amigos más queridos, no podrían ser más diferentes de unos primeros años de vida aterradores en manos de los fascistas.
Este diminuto icono de la libertad y la justicia, de 91 años de edad, es querido y adorado por todos aquellos con cuyas vidas ha entrado en contacto e inspirado. Pero en lo que respecta a muchos israelíes, por ellos puede pudrirse en el infierno. Algunos de hecho han dicho cosas mucho, mucho peores acerca de esta pequeña señora judía frágil y tierna, que de continuo se ha jugado la vida por Palestina.
Que algunos israelíes puedan ser así de crueles dice mucho de la mentalidad que emana del credo sionista. El veneno y el odio que algunos israelíes y sus seguidores han destilado contra Hedy resulta impactante; los viles comentarios que han dejado en una página de Facebook creada para homenajearla en vida me han dejado en estado de shock.
Semejante maltrato verbal no procede de unos adolescentes embrutecidos a los que les han lavado el cerebro; hay comentarios escritos por madres y padres de mediana edad que viven en Israel. Sus palabras son tóxicas hasta un punto temerario, y revelan mucho más sobre la vida llena de odio de los sionistas que sobre Hedy Epstein. La mayoría de los mensajes de odio parecen proceder de colonos judíos extremistas viviendo en asentamientos ilegales en la Cisjordania ocupada.
Es la misma clase de odio irracional al que se enfrentó Hedy de niña en su ciudad natal de Freiburg. Fue allí, me contó una vez, donde su maestro de matemáticas, vestido con el uniforme nazi completo, le apuntó con una pistola y le exigió que resolviese una complicada ecuación.
Hedy era la única niña judía de su clase. Una vez que Alemania estuvo completamente bajo el control de los nazis, comenzó a experimentar de primera mano todos los males del antisemitismo. Resulta irónico que, tras haber escapado de los fascistas en su primera juventud, pasara sus últimos días siendo objeto del mismo tipo de odio por parte de judíos israelíes.
Intenté razonar con ellos de manera cortés en Facebook, pero mis mensajes sólo lograron atraer más comentarios llenos de odio a la página. Los administradores borraron el debate y me recordaron que la página había sido creada en tributo a la vida de Hedy, que había estado llena de amor. Sabía que tenían razón; no es momento de airados debates con quien sólo sabe odiar. Es lo que hacen las personas que odian: tratan de distraerte de lo positivo y después lo destruyen y lo hacen pedazos.
El propósito de la página de Facebook es que la gente pueda contribuir para que Hedy pueda leer sus comentarios antes de que sea demasiado tarde. “No ocurre con frecuencia que podamos honrar a una mujer que es fuente de inspiración y que ha tenido una vida bien vivida,” explica la página. “Su viaje ha sido largo y extraordinario y está ahora acercándose a su final. Si tienes recuerdos o fotos de Hedy, por favor publícalos aquí para que los pueda ver. Incluso si nunca la has conocido pero quieres dejarle un mensaje, hazlo, por favor.
Recuerdo que Medea Benjamin, una de las líderes de la ONG anti-bélica Code Pink, me dijo: “El motivo por el que la voz de Hedy es tan poderosa es que ella conoce los sentimientos del dolor y del terror”.
Los padres de Hedy perecieron en uno de los campos de exterminio nazis, aunque pasaron algunos años antes de que lograra descubrir cuál había sido su destino; la información la llevó a visitar Auschwitz muchos años después. Este campo polaco sólo era uno más de la red de centros de concentración y exterminio construidos y gestionados por el Tercer Reich de Hitler durante la 2ª Guerra Mundial.
La joven Hedy Epstein estuvo entre los afortunados; logró salir de Alemania como uno de los miles de niños judíos refugiados del “Kinder Transport” que llegaron a Gran Bretaña entre 1938 y 1940. Uno de mis encuentros más conmovedores con Hedy fue delante de la estación de Liverpool Street en Londres, donde fue a visitar el monumento en memoria del Kinder Transport.
Me contó que, como adolescente, trabajó en Harrods, donde ayudaba a coser vestidos para las entonces princesas Elizabeth y Margaret. Sus historias siempre fueron fascinantes, y estoy seguro de que mantiene entretenidos a los que la rodean ahora con infinidad de anécdotas de su vida tan completa.
Tras casarse, Hedy se fue a América y fundó su propia familia. Fue cuando vivía en EE.UU. que oyó hablar de las masacres de refugiados palestinos de Sabra y Shatila en Beirut en 1982. Investigó para saber más sobre lo que había pasado y por qué. Yo estaba rodando un documental cuando me habló de cómo se quedó tan conmocionada por las imágenes de Sabra y Shatila que quiso saber más sobre las injusticias contra los palestinos; expresó también el horror que sintió al darse cuenta de que se habían convertido en las segundas víctimas del Holocausto en Europa.
Como mujer judía, se convirtió en una voz poderosa a favor de la causa palestina, y en una figura familiar en Cisjordania en sus intentos de sacar a la luz las injusticias israelíes. Las décadas siguientes las pasó en marchas por la paz y en grupos de presión; incluso actuó como escudo humano para proteger los olivares y a los hijos de los campesinos en su camino al colegio. Hizo presión, protestó y puso su vida en riesgo; en una ocasión se quedó temporalmente sorda después de los soldados israelíes le lanzaran granadas de sonido.
Hedy aprendió a nadar a los 80 años para poder unirse a la campaña náutica Free Gaza, que pretendía romper el asedio contra Gaza por mar. Fue entonces la primera vez que me encontré con la leyenda de Hedy Epstein. Por desgracia, por motivos de salud no fue capaz de emprender el finalmente exitoso viaje a bordo de una pequeña barca; los que pudimos hacerlo nos quedamos muy tristes al verla despedirse con la mano desde un puerto chipriota.
Volvimos a encontrarnos en Cairo, desde donde la ONG estadounidense Code Pink organizaba una marcha a Gaza. En aquella ocasión, sus esfuerzos se vieron abortados por los brutales secuaces del régimen de Hosni Mubarak.
De forma esclarecedora, Hedy me explicó en cierta ocasión que el miedo que veía en los ojos de los niños palestinos cuando los soldados israelíes les apuntaban con un arma le recordaba al miedo que producían los nazis cuando hacían lo mismo con niños judíos tantos años atrás. Es un paralelismo poderosamente conmovedor, y no se trata de la primera persona judía que lo traza. El diputado británico por Manchester Gerald Kaufman lo hizo en un discurso ante la Cámara de los Comunes en el que condenó los ataques israelíes contra Gaza de 2008-2009.
Me entristece mucho que mi querida amiga esté llegando ahora al final de su viaje y de una vida plena más allá de cualquier expectativa. Si estás leyendo esto, querida Hedy, que sepas que tu legado sobrevivirá y que tus actos y acciones serán recordados mucho después de que el estado sionista haya desaparecido. Como dijo en cierta ocasión Nelson Mandela, “Siempre parece imposible hasta que está hecho”.
Adiós Hedy Epstein, gran amiga de Palestina.