El sufrimiento y la humillación de los palestinos a manos de la ocupación israelí es un hecho cotidiano, y lo ha sido desde la Nakba (la “Catástrofe”) de 1948, cuando comenzó la limpieza étnica de la Palestina histórica como parte de los preparativos para la creación del estado de Israel. Las violaciones de derechos humanos no cesan, ni tienen un fin inmediato a la vista.
El secretario general de la ONU Ban Ki-Moon observó en diciembre, para irritación del gobierno de Tel Aviv, que no es sorprendente que quienes viven bajo la ocupación reaccionen con resistencia violenta en ocasiones. A mí personalmente no me sorprende mucho el comportamiento del ejército israelí y de los extremistas religiosos que viven en las colonias ilegales, porque eso es lo que hacen los ocupadores: oprimir, subyugar y tratar a la gente de forma brutal- Los israelíes lo han estado haciendo desde hace 68 años, mientras que los líderes de la “comunidad internacional” iban y venían de la apatía más completa a fingir una preocupación moderada.
Regresando de un reciente viaje al Líbano con una delegación femenina de la organización benéfica británica Interpal, mi mente se ha centrado en el Día de la Nakba que se aproxima rápidamente, a mediados de mayo, y me pregunto cuántos aniversarios más pasarán y se irán antes de que termine la ocupación militar más prolongada del mundo. La respuesta, creo, no la tienen los israelíes, puesto que, mientras que los contribuyentes americanos estén contentos de nutrir al estado sionista con miles de millones de dólares al año, la ocupación que sufre el pueblo palestino ha de continuar. Tampoco parece que tengan la respuesta otros países occidentales, por mucho que la mayoría de los problemas de Oriente Medio procedan de Inglaterra y de su condenado imperio.
Creo que la respuesta la tiene el mundo árabe, y, en particular, esos líderes hedonistas y corruptos y sus amigos de la élite que gobiernan con semejante desprecio y crueldad para con los menos favorecidos de sus sociedades. Decenas de millones de árabes normales tienen el amor por Palestina grabado en el corazón, pero sus líderes no comparten esa lealtad.
Arabia Saudí y los estados del Golfo, por ejemplo, tienen influjo y poder en Oriente y Occidente, pero no están dispuestos a usar su influencia para liberar Palestina. En lugar de eso, han invertido miles de millones de dólares en desestabilizar las Primaveras Árabes que prometían a la gente ordinaria poder por fin decidir en sus vidas. Estos jeques y sultanes, que poseen extensas propiedades en Londres y están alimentando a la industria armamentística británica y americana, tienen un poder inmenso, pero no lo emplean a favor del bien común.
Durante casi 70 años, a los palestinos se les ha negado casi por doquier la ciudadanía de los países árabes (aparte de a los refugiados en Jordania antes de 1967), de acuerdo con un decreto de la Liga Árabe que asegura querer preservar la cultura y la identidad palestinas. Aunque eso tenga sentido a cierto nivel, en especial para los millones de palestinos que tienen el derecho legítimo de volver un día a sus hogares, se les podría ofrecer un estatus especial que les pusiera en pie de igualdad con el resto de ciudadanos, con acceso a oportunidades laborales, educación, alojamiento, atención médica y matrimonio.
Prácticamente cada uno de los palestinos que he conocido tiene historias de desagradables encuentros en los pasos fronterizos del mundo árabe, y hay países que no reconocen sus documentos de viaje. La mayoría de los palestinos no pueden votar o presentarse en las elecciones nacionales porque no tienen acceso a la ciudadanía en los países de Oriente Medio en los que viven. En Jordania hay por lo menos 165.000 palestinos de Gaza que huyeron durante la Guerra de los Seis Días y que no tienen acceso a los servicios públicos porque no cuentan con ningún estatus oficial en Jordania.
Hay agujeros negros administrativos que impiden a algunos refugiados palestinos el acceso a derechos básicos. Lo ví en el Líbano, donde hay un gran número de palestinos que no encajan en las casillas de la burocracia del país. Se dice que hay 73 profesiones que los palestinos no pueden ejercer por orden del gobierno libanés, limitando las esperanzas y las aspiraciones de los niños de los campos de refugiados. ¿De qué sirve pensar siquiera en convertirse en médico, abogado o periodista, si se te impide trabajar en ese sector más allá de los límites del campo?
De hecho, la prohibición de vivir fuera de los campos de refugiados repartidos por el Líbano significa que estas zonas se han convertido en un infierno sobre la tierra para los palestinos, que viven en condiciones increíblemente hacinadas. Campos que fueron diseñados para 20.000 refugiados o menos acogen ahora a más de 100.000.
El gobierno de Egipto mantiene cerrado el paso de Rafah, y muchos jóvenes y brillantes estudiantes, con becas para Harvard, Cambridge u Oxford, u otras universidades punteras, son incapaces de abandonar la Franja de Gaza. Entre los líderes palestinos de este enclave hay más doctorados que en ningún otro gobierno de Oriente Medio, debido al valor que se le da a la educación, pero este tipo de excelencia y logros académicos no son alentados en otros lugares del mundo árabe.
En la Siria desgarrada por la guerra, los refugiados palestinos literalmente han muerto de hambre, incapaces de conseguir alimentos, debido a los combates y al asedio del brutal régimen de Assad. Aquellos que huyen, y conocí a varios en el Líbano, se enfrentan a un futuro incierto en los campos de refugiados, en los que sienten que no se da prioridad a sus necesidades. La mayoría de ellos son palestinos que no conocen la vida fuera de un campo de refugiados.
Egipto impide a los refugiados sirios-palestinos inscribirse con ACNUR, lo que significa que quien logra entrar al país no puede obtener ningún tipo de servicios o permiso de residencia. Otros países árabes –entre ellos Libia, Kuwait e Irak- han expulsado durante años a los palestinos sin ningún otro motivo que su nacionalidad. Los palestinos son acosados, perseguidos y tratados como ciudadanos de segunda en el mundo árabe.
La culpa está sobre las espaldas de quienes están en el poder, porque el amor de los ciudadanos normales por los palestinos y por Palestina es incuestionable. He visto con mis propios ojos la profundidad del sentimiento de la gente árabe por la tierra de Al-Aqsa, presenciando al mismo tiempo las lágrimas de cocodrilo de los líderes árabes cuando aparece en las noticias la última atrocidad.
Estos líderes sólo tienen que chasquear con los dedos para que Occidente cumpla con sus deseos. Si los líderes árabes desde Riad hasta Dubai y de Cairo a Amán, colectivamente, exigieran una solución para los palestinos, se hallaría una en tiempo récord.
Por si fuera poco, el acto de traición culminante de algunos de estos líderes ha sido arrimarse a Tel Aviv y traicionar al pueblo palestino. La verdad es, sin embargo, que si una Palestina libre garantizase sus tronos y su poder, existiría ya a estas horas. Pero por desgracia, no lo hace y no lo hará.
La llegada de un gobierno de los Hermanos Musulmanes en Egipto a través de las urnas representó la mayor amenaza a los líderes árabes vista en décadas. Pero la llama de la democracia fue extinguida rápidamente y sin piedad por un golpe militar apoyado por los traicioneros y deshonestos líderes árabes. La triste verdad es que mientras estos individuos interesados permanezcan en el poder, Palestina nunca será libre. Israel, definitivamente, es malo, pero los líderes árabes son mucho, mucho peores.