El 11 de junio de 1967, días después de que las fuerzas armadas israelíes hubieran conquistado Cisjordania y la Franja de Gaza, el ministro de defensa Moshe Dayan apareció en el programa informativo estadounidense “Face the Nation”.
Haciendo referencia a la capacidad israelí de “absorber” a los habitantes palestinos de los territorios recién ocupados, un periodista preguntó a Dayan si era necesario mantener a Israel como “un estado judío y puramente judío”. " Totalmente", replicó Dayan. “Queremos un estado judío igual que los franceses tienen un estado francés”.
¿Pero es ésta una comparación justa? ¿Es Israel judío igual que Francia es francesa? En 2003, esa misma cuestión fue respondida por el difunto historiador y ensayista Tony Judt, en contestación a los ataques que recibió la relevante pieza que había escrito para The New York Review of Books, “Israel: La Alternativa”.
Uno de los críticos era el entonces presidente de la Liga Anti-Difamación, Abe Foxman, que afirmó que “La identidad [de Israel] como estado judío es comparable a la identidad de Francia como estado de los franceses o a la identidad de Italia como estado de los italianos”.
Tal y como destacó Judt lúcidamente, “La comparación con Francia--- es reveladora” (aunque no en el sentido que pretenden los defensores de Israel). Continuaba así:
Sí, Francia –como Italia, Alemania o cualquier otro estado soberano- distingue y discrimina entre ciudadanos y no ciudadanos… Pero si alguien es ciudadano, digamos, de Francia, él o ella será francés, y eso es todo lo que importa, por lo menos en lo que respecta a la ley.
Por lo tanto, escribió Judt, se puede decir que “Francia es el estado de todos los franceses; todas las personas francesas son por definición ciudadanos de Francia; y todos los ciudadanos de Francia son… franceses”.
Pero en el caso de Israel, una proposición similar resulta imposible. “Israel, por contraste, se define como el “estado de todos los judíos (vivan donde vivan y busquen o no ese vínculo), en tanto que contiene a ciudadanos no judíos (árabes), que no gozan del mismo estatus y derechos”.
Tal y como ha descrito el académico del derecho Aeyal Gross, “Israel es diferente de estados democráticos como Francia, en los que el concepto de ciudadanía y de nacionalidad son idénticos. En estos países, una persona puede ser ciudadana con iguales derechos independientemente de su trasfondo étnico, y su nacionalidad se basa en esa ciudadanía igualitaria”.
Goss señala cómo “por supuesto que en muchos países existen diferentes tipos de discriminación y prejuicios,” pero añade que, en Israel “la discriminación está constitucionalmente justificada”.
Es por ello que Israel no es judío igual que Francia es francesa, y la contradicción interna que encierra esa afirmación apunta a lo que el sionismo ha significado para los palestinos: los que fueron expulsados y desnacionalizados durante la Nakba, los que viven bajo la ocupación militar y los que poseen la ciudadanía (de segunda) israelí.