El periódico israelí Maariv ha revelado que el gobierno del estado sionista planea lanzar una bomba política en las próximas semanas, al presentar un proyecto de ley en la Knesset (el parlamento) que proponga la anexión de los terrenos ocupados desde 1967. Sería probable que contara con la aprobación de la mayoría de los miembros de la Knesset. El periódico añadía que la derecha había elegido este momento y no otro pensando en las elecciones presidenciales en EE.UU.; América, piensan, está demasiado absorta como para preocuparse por lo que pase en los territorios palestinos ocupados.
Según las conversaciones preliminaries que se habrían mantenido, de acuerdo con Maariv, Israel se anexionaría todos los territorios del Área C –un 60% de la Cisjordania Ocupada-, donde viven más de 400.000 colonos ilegales judíos, a la vez que decenas de miles de Palestinos. Bajo esta propuesta, Israel ofrecerá a los habitantes una identidad israelí, a la par que impondrá su currículo en las escuelas.
Según la ministra de justicia de extrema derecha Ayalet Shaked, Israel debe imponer la ley israelí en Cisjordania, lo que en la práctica significa que los territorios de la Palestina ocupada quedarían bajo control total por parte de Israel.
Además, el viceministro de defensa Eli Ben-Dahan ha exigido “la anexión de Cisjordania, ya que la situación regional y de los árabes es adecuada para dar este paso”. Naftali Bennett, el líder de la formación de extrema derecha Partido del Hogar Judío, que forma parte de la coalición de gobierno, declaró que “es mejor para Israel comenzar con la anexión del Área C”.
Estas posturas y declaraciones no deberían tomarse a la ligera, ya que el gobierno del primer ministro Benjamin Netanyahu parte de la base de que Cisjordania es “tierra liberada”, y la anexión formal es sólo cuestión de tiempo.
Fue en las históricas elecciones de 1977 que la derecha israelí obtuvo por primera vez la mayoría en la Knesset. Ese gobierno lo dirigía Menachem Begin, alumno del pensador sionista revisionista Ze’ev Jabotinsky, autor de la teoría del muro de hierro. Según este planteamiento, la población indígena del país no aceptará lo que quiere Israel, la situación a la que están expuestos o las soluciones impuestas por la ocupación; por ello, Israel atravesará un continuo proceso de cambio volviéndose más y más judío, de derechas, vinculado a las colonias y racista.
Esta tendencia se ha agudizado de forma dramática desde que Netanyahu volvió al gobierno en 2009, al comenzar la denominada “tercera fase” israelí. La extrema derecha se convirtió en el centro, dominando tanto el gobierno como la sociedad. Al mismo tiempo, la influencia de los miembros, partidos, y grupos de la Knesset que quieren encontrar una solución que incluya el establecimiento de un estado palestino junto al israelí se ha desvanecido hasta el punto de que los propios laboristas han abandonado esta opción. En lugar de ello, adoptaron de forma unánime un plan diseñado por el presidente del país, Chaim Jerzog. El plan se basa en una solución unilateral que parte de la separación formal de las áreas pobladas por palestinos para proteger a Israel como estado judío y no exponerlo al riesgo de convertirse en un estado bi-nacional.
Hay una serie de cambios que se están dando en Israel, donde las características seculares y liberales han desaparecido casi por completo, en tanto que la extrema derecha religiosa ha adquirido más relevancia. Estos cambios han tenido lugar a través de la adopción de leyes y de políticas y a través de la imposición de los hechos sobre el terreno, que vuelve muy difícil cambiar esta realidad. Si, por ejemplo, nos centramos en las relaciones del estado con los palestinos, vemos que las voces que piden su deportación van en aumento; son las voces de altos cargos del gobierno, del ejército, de los servicios de seguridad y de la Knesset, así como de otras instituciones del estado. Además, el gobierno israelí ha pasado de la gestión del conflicto y de la creación de hechos sobre el terreno que ayudan a Israel a imponer sus soluciones unilaterales durante la negociación de cuestiones sobre el “estatus final”, a sencillamente imponer esa solución unilateral. De esta manera, la parte central del gobierno y de la oposición básicamente han abandonado cualquier posibilidad de un acuerdo para el establecimiento de un estado palestino, hasta el punto de ni siquiera están dispuestos a permitirlo.
La postura israelí ha llegado al punto de que el gobierno se niega a hablar con los palestinos a no ser que estos últimos acepten por adelantado unas condiciones específicas. Éstas incluyen el reconocimiento de Israel como “estado judío” para todos los judíos del mundo, y de la seguridad de Israel como el principal y quizá único marco de referencia para las relaciones palestino-israelíes ahora y en el futuro. Israel también insiste en la presencia de las fuerzas de ocupación en posiciones estratégicas dentro del estado palestino después de que haya sido establecido, y en la concesión de una libertad absoluta de movimiento a todos ellos por toda la “Tierra Prometida”.
Es dentro de este contexto que el número de colonos ilegales judíos en la Cisjordania Ocupada ha alcanzado los 700.000. Israel está trabajando a un ritmo acelerado para alcanzar la cifra del millón en pocos años.
También podemos hablar del deseo de Israel de separar Cisjordania de la Franja de Gaza, y de hacer todo lo posible para convertirlo en una separación política y física permanente. Lo está haciendo despojando a la Autoridad Palestina de todo su poder, hasta el punto de que, como ha repetido en varias ocasiones el presidente Mahmud Abbas, la AP es una autoridad sin autoridad, a pesar de todas las concesiones que han hecho él y sus ministros. La AP continúa respetando los términos de los Acuerdos de Oslo; acepta la hoja de ruta internacional de 2003; y ha formulado compromisos unilaterales mientras que Israel no muestra ningún compromiso en absoluto. Desde esa posición, podemos comprender por qué el gobierno israelí rechazó la oferta hecha por la AP de dejar de amenazar con la implementación de decisiones del Consejo Central Palestino, incluyendo el fin de la coordinación en materia de seguridad con los israelíes, a cambio del compromiso israelí de no entrar en el Área A. La autoridad sugirió que esto podría comenzar por Ramala o Jericó, y que, si funcionaba, las fuerzas de seguridad palestinas llevarían a cabo su trabajo descargando a la ocupación del peso de asaltar estas zonas. Después, si la experiencia salía bien, se podría difundir al resto de los territorios ocupados. El gobierno de Netanyahu rechazó rápidamente cualquier sugerencia que limitaría la libertad de movimientos del ejército ocupados por cualquier área de su elección; esta libertad es sagrada para Israel, a pesar de que rinde tributo a los logros de los servicios de seguridad palestinos.
La cuestión ahora es si sería posible o no continuar con la misma política que fue usada durante las negociaciones, incluso aunque fuera una ilusión; ahora Israel se está volviendo más cruel y se niega a participar en ninguna negociación. Continúa imponiendo sus propias soluciones sobre el terreno, declarando claramente lo que pretende hacer mientras se aprovecha de los acontecimientos en la región árabe (en la que la amenaza iraní tiene la máxima prioridad) y en el mundo, lo que según cree ha mejorado su posición estratégica.
Israel piensa que se le presenta una gran oportunidad de alcanzar los objetivos aún no cumplidos del movimiento sionista: el establecimiento de Israel en el conjunto de la Palestina histórica y más allá; en suma, resucitar el plan del “Gran Israel” desde el Nilo al Éufrates.
El estado sionista de Israel está basándose en el deterioro de la situación árabe y en el declive de la causa nacional palestina, que está débil, desorientada y es autodestructiva. El liderazgo palestino sigue caminando en círculos reproduciendo las mismas viejas opciones, sin tener el valor de adoptar nada nuevo. Ambas facciones principales están simplemente esperando, el resto son demasiado pequeñas, débiles y fragmentadas como para hacer nada constructivo.
A pesar de todo esto, el sendero para alcanzar el “Gran Israel” no es llano. Los palestinos, a pesar de todo lo que sufren, siguen defendiendo su causa, sus derechos y su presencia sobre su territorio, y siguen resistiendo con todas las formas posibles de resistencia popular y armada. También están alentando el movimiento internacional de boicot, desinversión y sanciones (BDS) contra Israel, que supone para éste una amenaza estratégica, y tienen el reconocimiento de la ONU de Palestina como estado. Se han unido a una serie de instituciones internacionales, en particular la Corte Penal Internacional. Más importante aún, los palestinos comenzaron en octubre una nueva Intifada, desencadenada por individuos sin ningún liderazgo formal o facción, sin la OLP y sin la AP. Esto les recuerda a los israelíes que los palestinos siguen ahí, que la resistencia continúa generación tras generación, y que esta ocupación racista y colonial no puede seguir siendo tranquila, rentable y permanente.
Aunque hay elementos de fortaleza y se da un entorno favorable para la resurrección del “Gran Israel”, el plan presenta debilidades. Si los palestinos pudieran aprender la mejor forma de utilizarlas, tendrían éxito. Algunos de los puntos débiles incluyen el hecho de que Israel tiene un enemigo en sí mismo, la propuesta de un proyecto que no tiene futuro, al producir descontento y resentimiento por todo el globo, las críticas incluso por parte de los aliados más cercanos, como EE.UU., Inglaterra, Alemania y Francia.
Para derrotar estos planes hostiles, los palestinos necesitan una visión, una institución nacional, un líder que esté a la altura de las circunstancias y de los peligros y que sea capaz de aprovechar las oportunidades; necesitan una jerarquía política efectiva y una estrategia de lucha que permita alcanzar el máximo en cada fase. Así podrían avanzar más y más hasta implementar la solución humanitaria, democrática e histórica sobre las ruinas del proyecto racista y colonialista sionista.
Traducido de Masarat.ps, 3 de mayo de 2016