Karim Goikoetxea
“Recuerdo haber encontrado una serpiente enroscada en la escalera de madera que había junto al piso de mi tío (…) Mi abuela me contó que había tratado varias veces de acabar con la serpiente, pero nunca lo había conseguido. Cada vez que el encantador de serpientes venía a casa y pronunciaba las fórmulas “En el nombre de Dios, el Compasivo, el Misericordioso” y “Sólo Dios hace y deshace”, la serpiente salía del agujero y él la metía en un saco (…) Pero la serpiente siempre volvía a aparecer.” p. 31.
“La puerta abierta que permite acceder la verdadera paz con uno mismo es la puerta de la pertenencia al grupo, al todo, mediante la acción, la palabra y la vida” p.151
Latifa Zayat, Notas personales
Latifa Al-Zayat ( لطيفة الزيات ) nació en Damietta, una localidad egipcia situada en el noreste del Delta del Nilo, en 1923. Desde su entrada en la Universidad en 1942, Latifa se destacó como una hábil dirigente estudiantil de manos del Comité Nacional de Estudiantes y Obreros, fundado en 1946 para luchar contra la ocupación británica. Doctora en Lengua y Literatura Inglesas por la Universidad de El Cairo, participó activamente en la Unión de Escritores Egipcios y el Comité para la Defensa de la Cultura Nacional, organismos muy activos en el campo nacionalista, revolucionario y antisionista. También se destacó como militante feminista y a lo largo de toda su vida se mantuvo implicada en la vida social y cultural egipcia.
Su militancia política la llevaría varias veces a prisión, primero en 1949, acusada de integración en una organización comunista antimonárquica, y posteriormente en 1981, con casi sesenta años, por su oposición a los acuerdos de paz de Camp David firmados entre Egipto e Israel.
Es probablemente una de las escritoras egipcias más representativas de su época. Su primera novela La puerta abierta, (الباب المفتوح) publicada en 1960 y que fue llevada al cine, fue recibida con escándalo por su tratamiento sin tapujos de cuestiones políticas y sexuales, No obstante, su estallido creador llegaría a partir de los años 80, cuando escribe La vejez y otros relatos (الشيخوخة, 1986); El hombre que conoció su acusación (1993); El dueño de la casa (صاحب البيت, 1994) Compraventa (بيع و شرا, 1990), obra dramática que decidió escribir en árabe dialectal egipcio, además de Notas personales, (اوراق شخصية) su autobiografía, (1992). Sus trabajos en el campo de la crítica literaria árabe, inglesa y norteamericana son también de gran prestigio. En los últimos meses de su vida, recibió el Premio Nacional de literatura egipcia en reconocimiento a su carrera.
Latifa al-Zayat murió en El Cairo en 1996, a los 73 años de edad.
Notas personales, la autobiografía de Latifa Zayat constituye un impactante ejercicio de sinceridad personal, en el que sus recuerdos de infancia, juventud y madurez se entrelazan de forma casi sinestésica con la historia política de Egipto durante el siglo XX. Latifa, intelectual y militante de la antaño poderosa izquierda nacionalista egipcia, se ofrece con total transparencia al lector, desgranando y recorriendo sus traumas personales, que son también los de su cultura política y su generación. Escrito a lo largo de 1973, durante la convalecencia de su hermano y hasta su muerte, el libro es un sugerente testimonio de las percepciones y la educación política de una generación que hoy parece relegada a la irreevancia y a la que se ha amputado de la Historia.
Si bien cabría ubicar la novela en el género autobiográfico de la rihla, muy prolífico en la literatura árabe, las continuas rupturas con el canon clásico, concretadas en la intencionalidad de la subjetividad del relato, y en la focalización de las cuestiones personales por encima de la descripción o la explicación de fenómenos grandilocuentes, la sitúan en los márgenes del género, si bien claramente entroncada con su tradición literaria árabe y egipcia.
La historia personal de Latifa al-Zayat, desde la infancia, aparece marcada por la enfermedad, la muerte y diferentes tipos de infortunios. El fracaso de las aventuras marinas de su abuelo, el temprano fallecimiento de su padre, la desaparición, paulatina y precoz, de muchos de sus seres queridos y, en definitiva, la ausencia constante de un entorno de seguridad, calidez y estímulos condicionan la madurez de la autora, quien para huir de su tendencia al “absoluto negativo”, el aislamiento y la muerte, se aferra a cuantos absolutos positivos encuentra: la belleza, la revolución, la patria… todos, excepto Dios, del que Latifa recela.
Esta serie de traumas se ven reflejados en la novela a través de una obsesiva reflexión en torno a los espacios y a su transformación con el paso del tiempo. Así, los sucesivos cambios de domicilio de la autora se erigen en metáfora de la falta de una base emocional sólida y de una perspectiva de estabilidad y esperanza. La vida de Latifa consistirá a partir de ahí en escapar de esa sensación de aislamiento a la que se cree condenada, y de la que se zafará en primer lugar gracias a su entrada en la Universidad Fuad I de El Cairo.
Allí, Latifa tratará de superar sus miedos y abrazar la vida a través del compromiso militante, (“mi auténtico hogar interior”) que aparece también vinculado al espacio físico de la Universidad de El Cairo, que ella misma describe como su “única y verdadera casa”. En este sentido, las distintas cárceles por las que pasa a causa de su activismo, se convierten en símbolo de orgullo y exaltación del alcance de su compromiso y de su esfuerzo por acceder a la trascendencia, pero reflejan también la fatalidad de su destino, abocado al sufrimiento.
En “Notas personales” se puede percibir también un poderoso acento femenino y feminista, no en balde otro de los campos de fuerte compromiso de la autora. Muchos de los personajes que se expresan en su páginas son mujeres: su abuela, su hermana, sus compañeras de prisión, su carcelera… A través del trato que reciben desde la memoria de Latifa, se aprecia un fuerte componente de solidaridad intra-femenina, que contrasta con el dado a los hombres, vistos como poco dignos de confianza e inspiradores de control y terror, y que sobresalen en las escenas más oscuras de su vida: jueces, militares, maridos y cirujanos. Ello, claro está, con la excepción de sus hermanos, amigos, camaradas e intelectuales, a los que Latifa rinde un cariñoso tributo.
Además de por estas tendencias narrativas, el feminismo está claramente reflejado en la obra vinculado a su liberación personal durante su etapa universitaria, en la que consiguió romper su timidez y aislamiento y explotar en forma de entusiasta agitadora estudiantil. Estos hermosos recuerdos universitarios serán durante toda su vida un fuerte núcleo de conciencia, un excedente de esperanza que nadie conseguirá disolver.
En su constante búsqueda de lo absoluto, ya identificado con el compromiso político, Latifa hallará uno que se fusionará con ella misma y con Egipto: Gamal Abd al-Nasser. Las páginas relativas a la Revolución de los Oficiales Libres de 1952, y posteriormente, las que narran los acontecimientos vividos durante la Guerra de los Seis Días de 1967, son probablemente de las más potentes del relato, espejo de un momento de pasión popular difícilmente imaginable en la actualidad. La vinculación de estos días decisivos de la historia de Egipto con su proceso de emancipación personal, culminado con el divorcio de su segundo marido, evocan un estado de liberación omnipresente que se contagia al lector. No obstante, finalmente la derrota frente a Israel y la muerte del líder panarabista devolverán a la autora al aciago final que se cree abocada.
La novela incluye una selección de textos escritos en las distintas prisiones en las que estuvo recluida, primero por su militancia contra la Monarquía, y después en tiempos de Anwar el-Sadat por su posición antisionista.
En ellos, se habla sin ningún tapujo de interrogatorios, tortura y aislamiento, y también de la capacidad humana para sobreponerse a estos, en base a su certeza de que “la persona logra su plenitud en las condiciones más adversas”.
En definitiva, “Notas personales” es el testimonio de una escritora y activista árabe, formada políticamente en los procesos revolucionarios de los años 50 y 60, en el fragor de la ola revolucionaria y romántica que vivió su generación, y la frustración de la que hoy se siente presa. A través de sus páginas, se descubren los principales procesos sociales que ha vivido Egipto a lo largo del siglo (revolución, panarabismo, infitah, reislamización), teñidos de los sentimientos de una militante que nos demuestra una vez más cómo lo personal es siempre político, y viceversa.