Dos sucesos muy diferentes ocurrieron en Siria el pasado jueves. Mientras que un ataque aéreo golpeaba el campo de refugiados de Kamouna, en el lado sirio de la frontera con Turquía, matando por lo menos a 35 personas, la mayoría mujeres y niños, el director de orquesta ruso Valery Gergiev dirigía un concierto de música clásica en la antigua ciudad romana de Palmira, 300 kilómetros al sudeste. El fin del concierto era celebrar la toma de la ciudad contralada por Daesh en marzo, por parte de las fuerzas del régimen sirio, y estuvieron presentes altos cargos del régimen de Assad y militares rusos. Supuestamente, se trataba de celebrar el retorno de Palmira a la “civilización” y al progreso, ahora que su antiguo patrimonio está a salvo del atraso y de la intolerancia de los extremistas.
Prueba a contarles esto a los refugiados. No había posiciones rebeldes en las inmediaciones del campo, ni nada cerca de esta serie de tiendas improvisadas que pudiera ser identificado como objetivo militar o incluso como estructura civil permanente. Cualquiera que viera el campo desde arriba habría sido capaz de darse cuenta, pero los cazas del régimen y de Rusia seguían volando por encima dos días después, aterrorizando a los civiles que sobrevivieron al ataque del 5 de mayo.
El 5 de mayo fue también el segundo día de un nuevo “alto el fuego” en Alepo, anunciado el día antes por EE.UU. y Rusia. En los 13 días anteriores, el régimen y Rusia mataron a casi 300 personas en esa ciudad, e hirieron a más de 1500. Entre las víctimas estuvo el último pediatra de la zona rebelde de Alepo, el doctor Mohammed Moaz, que murió junto con otras 30 personas, la mayoría personal médico, en el ataque aéreo contra el Hospital Al-Quds, gestionado por la ONG Médicos Sin Fronteras (MSF).
“Es difícil describir cómo es la vida en Alepo, a la espera de la muerte,” aseguraba Osama Abo Al-Ezz, el coordinador para Alepo de la Sociedad Médica Siria Americana. “Hay gente que incluso reza para que llegue pronto y se los lleve de esta ciudad en llamas. Los bombardeos se han hecho tan feroces que arden hasta las piedras… El santuario universal de la neutralidad médica ha sido destripado”.
El ataque contra el Hospital Al-Quds no ha sido el primero que golpea este año unas instalaciones médicas. En febrero, otro hospital de MSF en Maarat Al-Numan fue bombardeado; murieron 25 personas. Unas 60 instalaciones pertenecientes a MSF han sido atacadas en lo que va de año. Hay una guerra abierta contra los hospitales y los profesionales médicos en Siria, con los doctores y el resto del personal siendo seleccionado por el régimen y su aliado ruso. La razón de esto es muy simple. En un discurso en Londres, durante una manifestación en solidaridad con el personal médico sirio, Rob Williams, el presidente de War Child, dijo que la muerte de un médico obliga a 10.000 personas a huir de una zona de conflicto. Al negarles a los habitantes de una ciudad la atención médica que necesitan con urgencia, uno de los bandos en un conflicto puede obligar a los civiles a huir.
Desde hace ahora mucho tiempo, muchos sirios sospechan que el régimen de Assad, cuyo poder se basa en la comunidad alauí, pretende provocar un cambio demográfico en Siria reduciendo el número de musulmanes suníes. Aunque se trata de un tema extremadamente controvertido, que la gente es reacia a debatir por miedo a ser tachados de “sectarios”, lo que está más allá de toda duda es que el apoyo que tiene el régimen dentro del país no es lo suficientemente fuerte como para mantenerlo en el poder. Tiene que recurrir al respaldo extranjero, que incluye los “asesores” del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Iraní, la milicia de Hezbolá en el Líbano, milicias iraquíes chiíes y mercenarios afganos reclutados por Irán, así como, por supuesto, Rusia. Sin este respaldo, la mayoría de los analistas consideran que el régimen no habría sobrevivido tanto tiempo.
Por otro lado, las protestas populares contra el régimen sirio que comenzaron en marzo de 2011, y que continúan hoy a pesar de cinco años de guerra, han demostrado al gobierno de Damasco que no pueden gobernar igual que antes. La barrera del miedo que impedía a los sirios criticar al régimen y sus abusos se ha roto. El régimen sabe muy bien lo difícil que será recuperar el control y pacificar las zonas de la oposición en Siria. Por ello, parece haber adoptado la despoblación de esas áreas como estrategia consciente, de manera que, a día de hoy, uno de cada dos sirios o bien es un refugiado o bien un desplazado interno.
No está claro si fue el régimen o si fue Rusia quien bombardeó el hospital de Maarat Al-Numan, el hospital Al-Quds y el campo de refugiados de Kamouna. Lo único que está claro es que a pesar de las negociaciones y las treguas, la guerra de exterminio –la palabra exacta empleada por la ONU en febrero para describir las acciones del régimen sirio- continúa buscando venganza, ignorando el alto el fuego y las negociaciones. El régimen de Assad viola el alto el fuego cada vez que quiere, sabiendo que no habrá consecuencias. La reacción de EE.UU. al bombardeo de Alepo resulta ilustrativa. Washington guardó silencio ante la participación de Rusia en los ataques aéreos, y anunció inmediatamente que el Frente Al-Nusra, afiliado a Al-Qaeda y fuera oficialmente del alto el fuego, era quien estaba controlando “primariamente” Alepo. En realidad, el Frente Al-Nusra sólo cuenta con una presencia simbólica, en el extrarradio de la ciudad. Ni el régimen ni Rusia podrían desear un indicador más claro de que EE.UU. no tiene problema con lo que le están haciendo a la gente de Alepo.
Esta es la Siria de hoy, un lugar en el que los ataques contra hospitales, campos de refugiados y mercados ocurren de forma cotidiana sin que reaccione la comunidad internacional. Entretanto, se organizan conciertos de música clásica para demostrar lo “civilizados” que son los responsables de la matanza de civiles inocentes.