La decisión del líder en funciones del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) de Turquía, el primer ministro Ahmet Davutoglu, de mantener un congreso extraordinario del partido el 22 de mayo pone fin a la larga y fructífera fase en la que el país siguió los dictados de su brillante política exterior. Turquía entrará ahora en una nueva fase con unos retos muy diferentes.
Motivos para la dimisión
Desde que Davutoglu fuera elegido líder del AKP cuando su predecesor Recep Tayyip Erdogan pasó a ser presidente en agosto de 2014, en Ankara se ha rumoreado entre bambalinas sobre las disputas entre ambos. Éstas incluirían diferencias en cuanto a la elección de los miembros del comité central del partido en la víspera de la elección presidencial.
La disputa no estaba relacionada tanto con visiones, ideas o estrategias como con los mecanismos de toma de decisiones en el partido y en el gobierno. Aunque los dos la mantuvieron en silencio y trataron por todos los medios, a través de una serie de mediadores, de llegar a una solución, finalmente se encontraron en un callejón sin salida. La decisión del comité central de Erdogan de despojar a Davutoglu de su autoridad para nombrar a los líderes de las secciones provinciales del partido, sin su conocimiento, fue la gota que colmó el vaso.
Las raíces de la disputa entre el presidente y el “profesor” proceden de dos problemas básicos. El primero consiste en un asunto estructural y constitucional, asociado a la constitución de 1982, que sigue aplicándose hoy día. En esta cuestión se inscribe que el presidente tenga la autoridad de interferir con el poder del primer ministro de formar gobierno. El resultado es que, desde que se adoptó la constitución, ha habido crisis entre cada presidente y cada primer ministro, con la excepción del gobierno golpista de Kenan Evren. El pueblo turco nunca olvidará cómo el presidente Ahmet Necdet Sezer lanzó el libro del código constitucional contra el difunto primer ministro Bulent Ecevit. Esto acabó con el colapso del gobierno, con Turquía en quiebra y políticamente estancada.
Lo que complicó las cosas aún más e intensificó la situación fue el referéndum de 2007 sobre la reforma constitucional para que el pueblo eligiera de forma directa al presidente. Esto le dio a Erdogan, el primer presidente en ser elegido directamente por el pueblo de Turquía, la legitimidad popular que se añadió a su autoridad legal, su personalidad y su historial de éxitos.
El segundo problema es la rivalidad política entre las personalidades de ambos hombres. Erdogan es el político carismático y fundador del partido; es fuerte y ambicioso, así como el líder de facto del partido. Davutoglu, entretanto, es un teórico político, un pensador estratégico y un académico que confía en sí mismo. En tanto que el primero quería ser decisivo en la toma de decisiones, el segundo quería un cierto grado de independencia. El choque ocurrió a la hora de elegir el comité central del partido y de decidir si aceptar o no la dimisión del jefe de la inteligencia, y de seleccionar además la lista de candidatos del partido para las elecciones parlamentarias, los ministerios y otros asuntos menos significativos. La mayoría de estas cuestiones fueron decididas en base a la voluntad de Erdogan, incluso aún cuando la constitución insiste en que debería haber abandonado su partido y ser independiente tras haber sido elegido presidente.
Dilema constitucional
Con el anuncio de Davutoglu de que no se presentará a otro mandato en el congreso del partido, se plantean muchos interrogantes sobre quién le sucederá. Sin embargo, se trata de algo más complicado que dar con un nombre, ya que el primer ministro ha dirigido la política exterior turca durante los últimos cuatro años.
Si fue elegido como sucesor de Erdogan en base a su poder, carisma, presencia y aceptación por parte de la gente, con el fin de llenar el vacío dejado por Erdogan y dirigir el partido durante las elecciones, entonces habría que evitar el empleo de los mismos criterios para elegir al sucesor de Davutoglu, de querer evitar que Turquía se enfrente a un problema similar en el futuro. De aquí que la persona cuya candidatura apoye Erdogan ha de ser conocido por los miembros del AKP y ha de tener una personalidad ejecutiva efectiva, sin poseer grandes ambiciones políticas; además ha de estar dispuesto a trabajar en harmonía con el presidente.
Nada de esto resolverá fundamentalmente el problema en tanto que persista el problema constitucional. Con esto, estamos ante la elección de que Turquía tenga o bien un sistema presidencial o bien de reformar el sistema parlamentario, y es algo que ha de ser resuelto con rapidez. Porque nadie puede garantizar que entre Erdogan y el primer ministro no surjan problemas similares, o que suceda entre cualquier otro dúo que lidere Turquía en el futuro, dado el sistema político híbrido (en la práctica, no oficialmente) entre parlamentario y presidencialista que sigue el país.
No se espera que el candidato nominado por el presidente se enfrente a una fuerte oposición dentro del AKP, que ha mantenido una larga y firme tradición de preservar la unidad y la cohesión interna. Éste es el mensaje que el propio Davutoglu quiso reiterar con vehemencia en su discurso de despedida. Lo más probable es que el nombramiento de su sucesor se produzca de forma suave, como ocurrió con su predecesor. A no ser que una corriente dentro del partido decida proponer a su propio candidato. Existe más de un alto cargo que ha sido dejado de lado en los círculos de toma de decisiones, en particular el antiguo presidente Abdullah Gul y los antiguos vicepresidentes del AKP y viceprimeros ministros Bulent Ecevit y Hussein Celek, así como el creador del boom económico turco, Ali Babacan.
Los desafíos reales
No está previsto que la marcha de Davutoglu lleve a un gran cambio de las políticas turcas en general o de la política exterior en particular, ya que el declive del papel de Turquía ha llevado a Ankara a revisar ésta última. Este declive se debe a razones externas, las más importantes de las cuales es el desarrollo del conflicto sirio, la crisis con Rusia, la cooperación EE.UU.-Rusia; no es un problema doméstico o asociado a un primer ministro como individuo. Además, Davutoglu no era completamente independiente en sus políticas y decisiones, que tomaba en consenso con Erdogan, que tiene la última palabra; no parece que esto vaya a cambiar con el nuevo líder del partido y primer ministro.
Por consiguiente, puede que a corto y medio plazo no haya riesgos reales para el presidente, el AKP o el próximo gobierno. Los desafíos verdaderos, estratégicos, se encuentran en el largo plazo e incluyen la pérdida por parte del AKP y de Turquía de los esfuerzos y experiencias de Davutoglu como teórico. Es difícil imaginar la política exterior de Turquía sin que él esté detrás.
Además, vista la ausencia de muchos líderes históricos, como los ya mencionados, existe una seria preocupación por el futuro del AKP y, en suma, de la experiencia turca en su conjunto bajo el liderazgo centrista de Erdogan.
A esto hay que añadir el hecho de que muchos creen que lo que ayudó a Erdogan a tomar la decisión crítica y delicada de reemplazar al presidente del partido es que vio una oportunidad histórica, con la oposición en su punto más débil y con sus propias disputas internas. Los sondeos sugieren que el Partido del Movimiento Nacionalista y el Partido Democrático del Pueblo pueden tener problemas incluso para conseguir representación parlamentaria en las próximas elecciones. El año pasado, esto animó al presidente a convocar elecciones anticipadas, que juzgó –correctamente-, otorgarían al AKP la mayoría necesaria para aprobar la nueva constitución y el sistema presidencial.
Sin embargo, esto implica un riesgo significativo en cuanto a la convicción del pueblo turco de la necesidad y los beneficios de abandonar a Davutoglu para lograr este propósito; tiene el potencial de llevar a un voto de “castigo”, similar al de las elecciones de junio pasado. En particular en vista de que las elecciones o referéndums constitucionales que se celebren en el futuro próximo serán dirigidas por el nuevo presidente del partido, relativamente débil.
A pesar de las crisis que rodean Turquía por todas partes, interna y externamente, disfrutaba de una forma de estabilidad que era la envidia de los estados de Oriente Medio. Esta estabilidad podría verse enturbiada por rivalidades internas del AKP o por un declive de su popularidad, abriendo la puerta a que se aprovechen de ello los grupos de la oposición.
Los retos asociados a la imagen idealizada de la experiencia turca, cuya democracia y labor colectiva era la mejor fuente de poder blando en la región, no se pueden pasar por alto. Estos retos vienen en la forma de la marcha o la expulsión de todos los nombres importantes de fundadores del AKP que vivieron esta experiencia juntos. Davutoglu es el más reciente en marcharse; su contribución ha consistido en proporcionar la profundidad intelectual y estratégica que llevó al ADP a obtener su mejor resultado -49,8%- bajo su liderazgo el noviembre pasado. Su marcha no se produce como resultado de una petición del partido o de sus miembros, sino que se debe a su relación con el presidente Erdogan.
Para concluir, la experiencia política turca ha sido guiada totalmente por el AKP durante los últimos 14 años, pero está experimentando ahora una fase crítica en la que depende casi por completo del carácter, visión y políticas del presidente para enfrentarse a unos desafíos sin parangón en la historia moderna de Turquía. Aparte de la escalada con el PKK terrorista kurdo, la crisis siria, el desafío ruso, el proyecto político kurdo en el norte de Siria y la crisis económica global, quizá el más importante es el de mantener a los miembros del AKP unidos para construir una Turquía nueva y poderosa para 2023.
Traducido de Aljazeera.net, 8 de mayo de 2016