El 15 de mayo de cada año, durante los últimos 68 años, los palestinos han conmemorado su exilio colectivo de Palestina. La limpieza étnica de Palestina destinada a dejar espacio para una “patria judía” se produjo al precio de una violencia incesante y de un sufrimiento perpetuo. Los palestinos se refieren a esta experiencia duradera como “Nakba” o “Catástrofe”.
Sin embargo, la Nakba no es únicamente una experiencia palestina; se trata también de una herida árabe que nunca deja de sangrar.
La Nakba árabe surge del Acuerdo Sykes-Picot, que dividió la mayor parte del mundo árabe entre las potencias occidentales que se lo disputaban. Un año después, Palestina fue eliminada del todo de la ecuación árabe y “prometida” al movimiento sionista de Europa, creando uno de los conflictos más longevos de la historia humana moderna.
A pesar de todos los intentos de separar el conflicto palestino actual de su contexto árabe más amplio, son dos realidades que no se pueden desvincular, puesto que ambas tienen las mismas raíces históricas.
¿Cómo se llegó a esta situación?
Cuando el diplomático británico Mark Sykes sucumbió durante la pandemia de la gripe española a la edad de 39 años, otro diplomático, Harold Nicolson, describió con las siguientes palabras su influencia en Oriente Medio:
“Fue gracias a su incansable impulso y perseverancia, a su entusiasmo y su fe, que el nacionalismo árabe y el sionismo se convirtieron en nuestras dos causas de guerra más exitosas”.
En retrospectiva, sabemos que Nicolson se pronunció demasiado pronto. El tipo de “nacionalismo árabe” al que hacía referencia en 1919 era muy distinto de los movimientos nacionalistas que se extendieron por diversos países árabes en las décadas de 1950 y 1960. El grito de guerra del nacionalismo árabe posterior sería la liberación y la soberanía frente al colonialismo occidental y sus aliados locales.
La contribución de Sykes al auge del sionismo tampoco provocó mucha estabilidad. El proyecto sionista transformado en el estado de Israel se levantó sobre las ruinas de Palestina en 1948. Desde entonces, el sionismo y el nacionalismo árabe han vivido un conflicto constante, que ha desencadenado guerras deplorables y una sangría perpetua.
Sin embargo, la contribución más duradera de Sykes a la región árabe fue su papel a la hora de firmar el acuerdo Sykes-Picot, también conocido como acuerdo de Asia Menor, hace ahora 100 años. El infame tratado entre Gran Bretaña y Francia, negociado con el consentimiento de Rusia, ha moldeado la geopolítica de Oriente Medio durante todo un siglo.
A lo largo de los años, los desafíos al statu quo impuesto por Sykes-Picot no han logrado alterar de forma fundamental sus fronteras trazadas de forma arbitraria, que dividieron a los árabes en “esferas de influencia” a ser administradas y controladas por los poderes occidentales.
Sin embargo, con el reciente surgir de Daesh y el establecimiento de su propia versión de fronteras igualmente arbitrarias que demarcan grandes trozos de Siria e Irak desde 2014, combinado con la actual discusión sobre la división de Siria en una federación, es posible que estas nuevas y violentas circunstancias estén comenzando a resquebrajar el legado de Sykes-Picot.
¿Por qué Sykes-Picot?
Sykes-Picot fue firmado a consecuencia de circunstancias violentas que agitaron gran parte de Europa, Asia, África y Oriente Medio por aquel entonces.
Todo comenzó con el estallido de la Primera Guerra Mundial en julio de 1914. Las potencias europeas se dividieron en dos campos: los Aliados –principalmente Reino Unido, Francia y Rusia- contra las Potencias Centrales –Alemania y Austria-Hungría-.
El Imperio Otomano rápidamente se unió a la guerra, aliándose con Alemania, en parte porque era consciente de las ambiciones de los Aliados con respecto al control de los territorios otomanos, que incluían las regiones árabes de Siria, Mesopotamia, Arabia, Egipto y el Norte de África.
En marzo de 1915, Gran Bretaña firmó un acuerdo secreto con Rusia, que permitiría a esta última anexionarse la capital otomana y tomar el control de otras regiones estratégicas y rutas fluviales.
Pocos meses después, en noviembre de 1915, Gran Bretaña y Francia comenzaron a negociar en serio, con el fin de dividirse la herencia territorial del Imperio Otomano si la guerra concluía a su favor.
Rusia fue informada del acuerdo y estuvo de acuerdo con sus disposiciones.
Así, un mapa que fue dividido con líneas rectas empleando un lápiz graso determinó el destino de los árabes, dividiéndoles de acuerdo con varias suposiciones casuales sobre líneas tribales y sectarias.
Repartiendo el botín
El negociador británico era Mark Sykes, mientras que Francois Georges Picot representaba a Francia. Los diplomáticos decidieron que, una vez que los otomanos hubieran sido derrotados, Francia recibiría las zonas marcadas (a), que incluían la región sureste de Turquía, el norte de Irak (incluido Mosul), la mayor parte de Siria y el Líbano. La zona (b) eran los territorios bajo control británico, que incluían Jordania, el sur de Irak, Haifa y Acre en Palestina y la franja costera entre el Mar Mediterráneo y el Río Jordán.
Rusia, por otro lado, recibiría el control de Estambul, Armenia, y los estratégicos estrechos turcos.
El mapa improvisado contaba no sólo con líneas sino también con colores; y el lenguaje demuestra que ambos países veían la región árabe en términos puramente materialistas, sin prestar ninguna atención a las posibles repercusiones de cortar a rebanadas civilizaciones enteras con historias complejas de cooperación y conflicto.
Las negociaciones de Sykes-Picot concluyeron en marzo de 1916, y fue firmado en secreto el 19 de mayo de 1916.
Legado de traición
La Segunda Guerra Mundial concluyó el 11 de noviembre de 1918, y comenzó en serio la división del imperio otomano.
Los mandatos británico y francés se extendieron sobre las entidades árabes divididas, en tanto que Palestina fue entregada al movimiento sionista para el establecimiento de un estado judío tres décadas más tarde.
El acuerdo, diseñado en su conjunto para satisfacer los intereses coloniales occidentales, dejó tras de sí un legado de división, confusión y guerra.
Aunque el statu quo que creó garantizó la hegemonía de los países occidentales sobre el destino de Oriente Medio, no logró asegurar ningún tipo de estabilidad política, ni engendrar igualdad económica.
El acuerdo Sykes-Picot fue firmado en secreto por un motivo específico: iba totalmente en contra de las promesas hechas a los árabes durante la Gran Guerra. A los líderes árabes, dirigidos por Sharif Hussein, se les prometió la independencia total tras la guerra, a cambio del apoyo a los Aliados contra los otomanos.
Tuvieron que pasar muchos años y muchas rebeliones sucesivas para que los países árabes lograran su independencia. El conflicto entre los árabes y las potencias coloniales resultó en el auge del nacionalismo árabe, nacido en medio de un entorno extremadamente violento y hostil; o más bien, como resultado de él.
Puede que el nacionalismo árabe tuviera éxito a la hora de mantener una imagen de algo aproximado a la identidad árabe, pero fracasó a la hora de desarrollar una respuesta sostenible y unificada al colonialismo europeo.
Cuando palestina –prometida por el Reino Unido como hogar nacional para los judíos tan pronto como en noviembre de 1917- se convirtió en Israel, acogiendo principalmente a colonos europeos, el destino de la región oriental árabe del Mediterráneo quedó sellado como un terreno para el conflicto y el antagonismo perpetuos.
Es aquí donde más se nota el terrible legado de Sykes-Picot, con toda su violencia, miopía y falta de escrúpulos políticos.
100 años después de que dos diplomáticos dividieran a los árabes en esferas de influencia, el acuerdo Sykes-Picot sigue siendo una realidad conflictiva pero dominante en Oriente Medio.
Cinco años después de que estallara una violenta guerra civil en Siria, la marca de Sykes-Picot se hace notar de nuevo cuando Francia, Gran Bretaña, Rusia –y ahora EE.UU.- debaten lo que el secretario de estado estadounidense John Kerry describió recientemente como “Plan B” –dividir Siria en base a líneas sectarias, probablemente de acuerdo con una nueva interpretación occidental de las “esferas de influencia”-.
Puede que el mapa de Sykes-Picot reflejara una visión cruda trazada de forma apresurada durante una guerra mundial, pero, desde entonces, se ha convertido en el principal marco de referencia que emplea Occidente para redibujar el mundo árabe y para “controlarlo tal y como deseen y dispongan”.
Por lo tanto, la Nakba palestina ha de ser entendida como parte de unos designios occidentales más amplios para Oriente Medio, de hace un siglo atrás, cuando los árabes estaban (y siguen estando) divididos y Palestina estaba (y sigue estando) conquistada.
El Dr. Ramzy Baroud lleva más de 20 años escribiendo sobre Oriente Medio. Es un columnista de renombre internacional, consultor de medios y autor de varios libros, así como el fundador de PalestineChronicle.com. Entre sus títulos se cuentan “En busca de Yenín”, “La Segunda Intifada Palestina” y, el más reciente, “Mi padre fue un luchador por la libertad: la historia jamás contada de Gaza”. Su web es www.ramzybaroud.net.