La Nakba ha dejado una gran herida en la conciencia del pueblo palestino. En cada aniversario de la Nakba, esta herida se abre de nuevo, causando una mezcla de furia y de dolor, en especial en aquellos que la experimentaron, o en quienes se han visto directamente afectados por ella en el curso de sus vidas.
Procedo de una familia palestina que ha sufrido los efectos de la Nakba, al igual que otras familias palestinas. Aunque nací mucho más tarde, el dolor y los detalles de los acontecimientos nos perseguían cada noche, cuando toda la familia se reunía.
Aún recuerdo a mis padres, en especial a mi madre, hablando sin cesar de los detalles del evento y del insoportable sufrimiento al que fueron sometidos. Hablaban sobre las masacres que ocurrieron en algunos pueblos, que les obligaron a huir y a ser desplazados, y sobre las cuevas en las que se vieron forzados a buscar refugio, y sobre el miedo, el hambre y las privaciones que vivieron los niños.
Por todo ello siento la carga de la responsabilidad que heredé de mis padres. Ha quedado demostrado lo incorrecto del dicho sionista de “los padres morirán y los hijos olvidarán”, ya que los padres no murieron sin legar a sus hijos la responsabilidad de contarle al mundo la catástrofe.
En este artículo, querría hablarle al mundo de mi pequeño pueblo, Al-Muzayri’a, antes de la Nakba, y después me gustaría hablar de lo que pasó con la gente de mi pueblo, en particular con mi familia, que fue desplazada, expulsada y se perdió.
Al-Muzayri’a había sido levantado cerca de unos restos romanos, que incluyen la capilla del profeta Yahya, conocido también como Juan Bautista. La gente se esforzó por levantarlo sobre terrenos fértiles. Como resultado del duro trabajo, el territorio fue dividido en una serie de parcelas agrícolas más pequeñas, de donde viene el nombre de Al-Muzayri’a, que en árabe hace referencia a pequeñas granjas.
El nombre también puede tener relación con una construcción asiria que fue descubierta recientemente, en 2014, cerca de la localidad de Ras Al-Ain. Esta casa podría tener unos 2.800 años de antigüedad, y según algunos pertenece a los territorios de Al-Muzayri’a y Majal al-Sadiq.
Al-Muzayri’a está situado 12 kilómetros al norte de la ciudad de Lod, y al sur de Majdal al-Sadiq. También se encuentra unos 15 kilómetros al noreste de la ciudad de Ramla, y está al noreste de Jaffa. El pueblo se encuentra a 110 metros sobre el nivel del mar, y su extensión es de 2.7 acres.
El pueblo estaba rodeado por las colonias alemanas de Sarona y Wilhelma y por los asentamientos judíos de Kfar Sirkin y Petah Tikva.
Sus habitantes vivían en antiguas casas romanas, conectadas las unas a las otras. La mayoría de estas casas estaban hechas de piedra, y tenían una serie de habitaciones muy pequeñas.
Al-Muzayri’a cuenta con un emplazamiento estratégico, ya que está cerca de las carreteras principales que llevan a las ciudades y pueblos vecinos. Su localización le ha otorgado una oportunidad única de convertirse en un centro de educación y economía.
Los habitantes de Al-Muzayri’a
Antes de la Nakba en 1948, se calculaba la población de Al-Muzayri’a en 1600 personas. Pertenecen a una sola familia, la familia Ramahi, que a su vez se divide en cuatro grupos tribales: Weshah, Abu Shamma, Wadi y Saqr. Cada uno de estos grupos es supervisado por uno de sus miembros, conocido como mukhtar, y cuenta con su propio diwan, o casa de invitados. El mukhtar y su comité supervisan el pueblo y resuelven sus problemas.
El papel de Al-Muzayri’a en la resistencia
La lucha de los habitantes del pueblo comenzó con la revolución de 1936 (contra el mandato británico que había abierto la puerta a la inmigración judía a Palestina y les animaba a hacerse con las tierras). Un hombre llamado Mohammad Hassan Salah, ayudante del comandante Hassan Salameh, formó un grupo de rebeldes a partir de los habitantes del pueblo que fueron entrenados para usar armas y llevaron a cabo operaciones cualitativas contra campos militares británicos y asentamientos sionistas.
Varios pueblos, incluido Al-Muzayri’a, fueron castigados por las fuerzas del Mandato Británico. Estas fuerzas asaltaban pueblos, evacuaban a la gente de sus casas para registrarlas, y en el proceso destruían los muebles, la comida y arrancaban los árboles.
Además también estaban en el punto de mira los hombres que iban a trabajar a sus parcelas, en particular aquellas cercanas a los asentamientos sionistas. Esto resultó en la muerte de 6 habitantes del pueblo cuando iban camino de trabajar sus tierras.
Si las fuerzas británicas encontraban cualquier tipo de arma en posesión de árabes palestinos, les ejecutaban. Entretanto, proporcionaban armas a los colonos.
Después de que las fuerzas del mandato británico acabaran con la revolución en 1939, fueron detenidos muchos rebeldes. Algunos lograron huir de los británicos, incluido el comandante Hassan Salameh, que se refugió en Irak y después en Alemania. Después volvió en secreto a Palestina en 1944, escondiéndose en Al-Abbasiya durante varios años. Más adelante regresó, disfrazado, a Al-Muzayri’a, con la ayuda de su amigo Mohammad Salah, que escondió a Salameh en casa de su tío durante un largo periodo de tiempo. La gente del pueblo desconocía la identidad del nuevo huésped, y se quedó en la localidad hasta que se aprobó el nuevo plan de partición.
Tras la publicación del Plan de Partición de Palestina el 20 de noviembre de 1948, estallaron en Palestina varias revueltas contra esta decisión. La gente del pueblo formó un grupo para la defensa de la población, dirigido por Mohammad Salah, y comenzó a entrenar a los hombres jóvenes. Una figura destacada del pueblo fue a Egipto y a Siria a comprar armas y munición (que luego resultaría ser falsa), y los habitantes del pueblo comenzaron a vender el oro de sus mujeres para comprar armas con las que defender su pueblo y sus familias.
Cavaron trincheras en la parte occidental del pueblo para repeler al enemigo, y los jóvenes se organizaron para montar guardia con el fin de que un ataque de las bandas sionistas no les pillara por sorpresa.
La gente de Al-Muzayir’a también dio un paso adelante para defender las ciudades y pueblos vecinos, que estaban sufriendo ataques de bandas sionistas, como Salama y Al-Abbasiya. También participaron en la lucha contra los intentos de los sionistas de ocupar el aeropuerto de Lod (ahora conocido como aeropuerto Ben Gurion). La batalla duró dos días, del 14 al 15 de abril de 1948, y las fuerzas británicas dijeron a los palestinos que se iban a retirar del campo militar cercano y entregárselo a los palestinos. Sin embargo, esto era un truco para atraerlos a la base. Cuando llegaron al campo, los sionistas abrieron fuego contra ellos. Dado que los palestinos no tenían cañones ni tanques, pero los británicos habían armado a los sionistas con distintos tipos de armas, la batalla se resolvió a favor de los sionistas. Esto les permitió tomar el control de la mayor parte de las localidades costeras, de las que los palestinos huyeron para refugiarse en los pueblos vecinos. Durante esta batalla, el comandante Mohammad Salah Al-Ramahi fue herido, y murieron tres personas de Al-Muzayri’a.
La caída del pueblo
Se ha confirmado parcialmente que Al-Muzayri’a fue ocupado como parte de la Operación Danni (el nombre con que se conoce el ataque contra Lod y Ramla de las bandas sionistas armadas, Haganah y Palmach). Pero las historias relativas a la caída del pueblo y a la expulsión de su gente difieren. Algunos habitantes del pueblo, con los que pude escuchar entrevistas, mencionan que se fueron el 10 de julio, fecha a la que también hace referencia Walid Al-Khalidi en su libro “Para no olvidar”, junto con otras dos fechas, el 12 y el 16 de julio. Sin embargo, lo que recuerdo de mi madre es que se fue el 11 de julio, cuando mi hermana tenía cuatro días de vida.
El pueblo sufrió una serie de ataques:
-Los habitantes del pueblo fueron capaces de rechazar los dos primeros. Entonces las bandas armadas sionistas evitaron el pueblo durante algún tiempo, debido a su intensa resistencia.
-El tercer ataque se produjo en la madrugada del sábado 10 de julio de 1948. Fue un ataque a gran escala, en el que los sionistas emplearon todo su equipamiento, incluyendo tanques, vehículos acorazados, jeeps y aviones. Los habitantes del pueblo presentaron batalla, en particular el grupo resistente en el oeste, cerca de las trincheras, y fueron capaces de defenderse a pesar de su armamento básico. Lucharon largo tiempo, hasta que se les acabó la munición y muchos de ellos habían muerto.
Cuando la noticia de las muertes alcanzó el pueblo, este sintió miedo a la par que furia, puesto que los vehículos acorazados comenzaron a acercarse al pueblo y a ocupar las zonas más elevadas. Empezaron a disparar misiles de mortero contra la población. La gente del pueblo también oyó las noticias de la masacre de Lod, donde cientos de civiles habían sido asesinados dentro de una mezquita, así como de la masacre en Deir Yasin y las historias de bandas sionistas que violaban mujeres y mataban niños. Esto obligó a la gente a huir, por miedo por sus mujeres e hijos.
A los habitantes del pueblo no se les ofreció un corredor seguro para dejar el pueblo. En lugar de ello, se les forzó a tomar la ruta elegida por los ocupantes, que seguían abriendo fuego contra ellos. Varias personas fueron heridas, pero no se dejó a nadie atrás, sino que se les transportó con el resto del grupo.
Esto ocurrió en uno de los días más cálidos del verano, a principios del Ramadán. La gente salió a pie, en ayunas, hasta alcanzar una zona elevada cerca de un pueblo llamado Marj Obaid. Allí descansaron, exhaustos por el sol ardiente, y el imán del pueblo les dio permiso para romper el ayuno. Permanecieron allí dos días, pensando en retornar a sus hogares. Sin embargo, cuando abandonaron la idea de volver, se dirigieron hacia las localidades vecinas, dividiéndose entre los pueblos de Rantis, Aboud, Reir Ghasana, etc. No tenían gran cosa con ellos, así que tuvieron que emprender el peligroso camino de vuelta para ir a buscar lo más necesario. Las fuerzas sionistas hubieran matado a cualquiera al que hubieran encontrado haciendo esto.
El escritor palestino Qasim al-Ramahi descibe en su libro “Al-Muzayri’a” el momento en el que él y el resto de gente abandonaron el pueblo:
“Los disparos pasaban a nuestro alrededor en todas direcciones… Los vehículos acorazados y los tanques se nos acercaban lentamente… miedo y horror. Escondimos nuestros certificados de nacimiento, títulos de propiedad de las tierras, contratos y documentos importantes en una caja y metimos en el coche algunas de nuestras posesiones más importantes. Cerramos nuestra casa con la gran llave y nos la guardamos en el bolsillo, antes de salir con el coche. El camino hacia la montaña era largo y duro, y teníamos sed, hambre, miseria, horror, pánico. Nos reunimos en Marj Obaid y esperamos. Mucho después, nos fuimos a los pueblos vecinos. En Kafr-ad-Dik dormimos bajo los olivos, sin mantas ni nada para resguardarnos. Esto continuó por tanto tiempo, que algunos de los habitantes del pueblo se fueron a pueblos vecinos: Ramala, Nablús y Jericó. Esto continuó por tanto tiempo que algunos de los habitantes del pueblo se fueron a Jordania. Esto continuó por tanto tiempo que algunos de los habitantes del pueblo se fueron a países árabes vecinos, y después de que esto continuara así por tanto tiempo, algunos se fueron a países extranjeros. Nunca imaginé que después de que todos hubiéramos vivido tanto tiempo juntos en el mismo pueblo, acabaríamos diseminados por toda la tierra.
El sufrimiento de mi familia durante la Nakba
Mi familia dejó el pueblo junto con los demás, y su sufrimiento, en especial el de mi madre, comenzó el momento en el que se fueron a pie y mi padre trató de encontrar un coche que la llevara. Por desgracia, no consiguió encontrar ninguno, y mi madre, que acababa de dar a luz unos días antes, tuvo que seguir a pie. Estaba exhausta de caminar en el calor insoportable con sus cuatro niños apelotonados a su alrededor, asustada por las balas que pasaban silbando a su alrededor.
El mayor de sus hijos no había cumplido aún los 10 años. Sólo habían conseguido llevar consigo un par de cosas, y se reunieron con el resto del pueblo en Marj Obaid. Cuando perdieron la esperanza de poder volver, tuvieron que buscar un sitio en el que resguardarse del ardiente sol de julio.
Empezaron a caminar una vez más, junto con mi abuelo, mi abuela, mis tíos y tías. Se dirigieron hacia Aboud y se asentaron cerca de Nabea’ Al-Zarqa (la reserva natural de agua de Zarqa) en Wadi Al-Laymoun, al norte de Aboud. Se quedaron allí en las cuevas que hay cerca de la reserva de agua, y encendieron un fuego para espantar a los animales salvajes del valle.
Por la noche, tapaban con piedras la entrada de la cueva, pero esto no acababa con el miedo de los niños, que no dejaban de despertarse de noche, aterrorizados por los ruidos de los animales salvajes.
Vivieron así seis meses. Vivían con muy poco, ya que casi no tenían comida. Mi madre nos contó que nuestra hermana recién nacida se alimentaba de harina, azúcar y agua, porque mi madre no tenía leche.
Seis meses después, tenían que buscar otro sitio en el que quedarse. Así que se fueron a Al-Lubban al-Gharbi, donde vivieron durante un año y medio. Mi madre se desprendió de sus joyas para que pudieran vivir, ya que no había oportunidad de trabajar.
En 1950, fueron a vivir al campo de refugiados Al-Karamah, en el norte del Valle del Jordán, cerca de la ciudad de Irbid en Jordania. Fue establecido por la UNRWA tras la Nakba de 1948. Mi padre trabajaba en lo que podía, y mis hermanos le ayudaban. Aparte de ir al colegio, intentaban ayudar a mi padre a ganarse el jornal. Mi hermano me contó que vendían nueces y dulces, y que iba por el campo descalzo porque eran incapaces de permitirse unos zapatos.
Después de vivir en Al-Karamah durante cinco años, se mudaron a la ciudad de Al-Bireh, donde mi padre había conseguido trabajo. Para mi familia empezó entonces una nueva fase, en particular después de que mi hermano mayor lograra viajar a los EAU y ayudara a mi padre a mantener a la familia, lejos del sufrimiento de los campos de refugiados.
En 1970, cuando las fuerzas de la ocupación permitieron a los palestinos visitar los territorios ocupados en 1948, fuimos a nuestro pueblo, junto con muchos otros parientes. Todavía recuerdo cómo nos bajamos del autobús y cómo las mujeres empezaron a llorar ante la visión de sus casas derruidas, algo que se me quedó grabado en la memoria. No olvidaré esta imagen mientras viva.
Mis padres se aseguraron de que mis hermanos y yo visitáramos nuestro pueblo de forma regular, e íbamos casi una vez al mes. Pasábamos allí el día entero, a pesar de que el pueblo estaba totalmente destruido. Todo estaba destruido con excepción de la capilla de Juan Bautista, la escuela -que sería demolida a mediados de los 80- y las primeras plantas de algunas casas. Mis padres siempre nos recordaban dónde estaba cada sitio y la casa de cada cuál, señalando las tierras y el hogar de cada persona. Plantábamos algunas pequeñas plantas cerca de nuestra casa demolida, como judías o garbanzos, y regresábamos a recogerlos una vez que habían crecido. Mi familia entendió bien la lección de la Nakba, ya que cuando los territorios palestinos fueron ocupados en 1967, incluido Al-Bireh, mi padre se negó a marcharse, ya que aún recordaba el sufrimiento de los campos. Sin embargo, la ocupación dividió a mi familia, ya que mis hermanos mayores se fueron a trabajar al Golfo y fueron incapaces de volver a Palestina, salvo como visitantes.
Los asentamientos establecidos en Al-Muzayri’a tras la Nakba
En la parte occidental del pueblo se levantó el asentamiento de Moshav Mazor en 1949. Ese mismo año, se construyó el asentamiento de Nehalim en la parte noroccidental del pueblo.
En 1998, los sionistas tomaron el control de lo que quedaba del pueblo y construyeron El’ad. Está considerado uno de los mayores complejos de colonias entregados a los judíos religiosos. Los edificios fueron construidos con un estilo muy moderno y entregados a judíos procedentes de Nueva York.
Todo esto es sólo una pequeña parte del sufrimiento que le tocó a mi familia y a la gente de mi pueblo, y sirve como ejemplo del sufrimiento del pueblo palestino, que no se ha detenido aún.
Después de todos estos años, no he olvidado mi país ni mi derecho inalienable a mi país. Cualquiera que crea que la distancia que me separa de mi patria me ha hecho olvidar la tierra de mi padre y de mis antepasados se equivoca. No se trata solamente de un trozo de terreno que pueda ser compensado o reemplazado. Es la sangre que corre por mis venas y late en mi corazón.
El derecho al retorno es un derecho natural y está profundamente enraizado en el corazón de cada palestino. Los intentos de eliminar y de marginalizar a los palestinos están destinados al fracaso. Nadie sobre la tierra tiene derecho a limitar el derecho de retorno, ya que se trata de un derecho individual y colectivo garantizado por todas las declaraciones internacionales, y es un derecho que no cuenta con un estatuto de limitaciones.
A lo largo de los años he procurado siempre seguir comprometida con mi país y enseñar a mis hijos a amar a su país y a permanecer conectados a él. A pesar de la distancia, está sembrado en sus corazones. Les he traspasado la responsabilidad de no entregar sus tierras y de negarse al reasentamiento y a la compensación, y les he enseñado que ningún derecho se pierde mientras haya gente que lo sigue reclamando.