Binali Yildirim, exministro de tranportes, es el nuevo primer ministro turco. Como ingeniero, cabía poca duda de su competencia en papeles más técnicos, pero algunos han cuestionado su habilidad a la hora de reemplazar a Ahmet Davutoglu, más intelectual y diplomático, que recientemente dimitió como primer ministro debido a sus diferencias con el presidente Recep Tayyip Erdogan. Tras asistir ayer al congreso extraordinario en Ankara en el que el AKP eligió a un nuevo líder, a raíz de la dimisión de Davutoglu, creo que no se trata tanto de las habilidades de Yildirim como de su maleabilidad ante los deseos de Erdogan.
Lo cierto es que se trató de un evento extraño y surrealista. Atrapado en Ankara en una tremenda tormenta con truenos y relámpagos, me vi empapado hasta los huesos y buscando refugio al igual que todos los demás. Tras cobijarme provisionalmente cerca de la entrada de la estación central de autobuses de Ankara, enfrente del estadio en el que se celebraba el congreso, no puede evitar fijarme en una enorme pancarta con los retratos del fundador de Turquía, Mustafa Kemal Ataturk, Erdogan, Davutoglu y Yildirim, por ese orden. La razón por la que esto me llamó la atención fue que el fin del congreso del AKP era supuestamente elegir a candidatos para el liderazgo del partido y el cargo de primer ministro, y que estos fueran nominados formalmente y presentaran su candidatura antes de la elección. Sin embargo, la decisión ya se había tomado el jueves pasado.
Esto plantea la pregunta de que, si la decisión ya se había tomado, ¿para qué celebrar un congreso? Ankara estaba paralizada, con el tráfico desviado de la zona del evento. La presencia policial era fuerte y se podía ver a francotiradores apostados en las azoteas cercanas al estadio, desafiando las inclemencias del tiempo para vigilar lo que ocurría abajo. Evidentemente, las medidas de seguridad eran estrictas, puesto que poco más allá de donde me encontraba se había producido el ataque terrorista de Daesh que mató a más de cien personas, y un poco más al sur un ataque terrorista kurdo había causado decenas de víctimas civiles. A pesar del riesgo de un ataque terrorista, decenas de miles de personas se congregaron en la capital para participar en el congreso.
El acceso directo al estadio estaba bloqueado, y los asistentes tenían que caminar un kilómetro más entorno a las instalaciones para acceder a los puntos de control para entrar al estadio. Miles de personas con ponchos improvisados a base de bolsas de basura se apresuraban por entre la lluvia o buscaban cobijo en una zona de juegos infantil. Todas ellas sabían exactamente lo que ocurriría en el congreso. Todo el mundo sabía que no habría candidatos aparte de Yildirim. A nadie le sorprendió en lo más mínimo que el congreso de una formación política pudiera paralizar por completo la capital. Me divertí imaginando lo que ocurriría si los tories o los laboristas tratasen de cerrar a cal y canto el centro de Londres para celebrar un evento.
Tal es el aparentemente hipnótico efecto del AKP bajo el liderazgo de Erdogan, que todo esto parece un procedimiento estándar. Dentro del estadio, la gente ondeaba pancartas en representación de las diversas regiones o ciudades de las que procedían, tan al oeste como Izmir y tan al este como Kars o Van. Los eslóganes del AKP reverberaban en el estadio, incluidos aquellos en honor de Erdogan y Davutoglu, y hubieran resultado bizarros a alguien acostumbrado a los estándares de la política británica, en comparación. La política turca se centra en gran medida en los líderes de los partidos, más que en los partidos mismos, algo que por supuesto se inició con el propio Ataturk, tras cuya muerte aún persiste el culto a la personalidad. Una vez que uno se acostumbra a esto, comienza a entender por qué la personalidad es tan importante en Turquía y cómo un individuo especialmente fuerte y carismático como Erdogan puede cosechar tal lealtad.
El propio Erdogan no asistió al congreso, y tampoco lo hizo el expresidente Abdullah Gul. Davutoglu, sin embargo, sí que estaba presente, y fue saludado con un aplauso atronador cuando subió al podio a dar su discurso. En su intervención, aludió con frecuencia a la misión del AKP y a cómo ésta es más importante que cualquier individuo o cualquier cuestión personal. El significado está claro, y se ve apuntalado por sucesos como que Davutoglu fuera testigo en la boda de la hija de Erdogan hace poco, lo que en la cultura turca es considerado un gran honor. Davutoglu reconoció que el éxito del AKP depende del liderazgo de Erdogan y que los objetivos conjuntos son los mismos, a pesar de las divergencias en la ejecución. Dejó claro que no pensaba dividir al partido y que defendería con entusiasmo los fines y los logros del AKP “hasta el último aliento”.
Tras su discurso, la situación se desinfló con bastante rapidez cuando Yildirim, que estaba sentado a su lado, fue anunciado como único candidato al liderazgo del partido. Su intervención estuvo llena de tartamudeos y le costaba hablar, marcando el contraste con las habilidades oratorias de Davutoglu. Habló por extenso de la lucha contra el terrorismo y el avance de la nación turca hacia un cambio constitucional y un sistema presidencialista, lo que supone una expansión significativa de los poderes de Erdogan y quizá incluso la abolición del propio cargo de primer ministro. Las frecuentes referencias a Erdogan encarnaron posiblemente algo que expresó el propio Davutoglu, diciendo que, para él, no se trataba de un congreso de despedida, sino de un “congreso de lealtad”.
Las palabras de Davutoglu son completamente ciertas. El motivo por el que asistió gente de toda Turquía fue para mostrar lealtad a Erdogan, un hombre que, como presidente, debería ser apartidista, y sin embargo sigue siendo el líder indiscutible del AKP. Los periódicos turcos leales al AKP publicaron que el partido había “elegido” a Yildirim, pero eso no es lo que ocurrió. Fue Erdogan el que le eligió y nombró, y nadie hubiera podido proponer otra cosa. Como demostraba la pancarta que mencioné con anterioridad, la decisión de nombrar a Yildirim se había tomado mucho tiempo antes del congreso; pero aun así el AKP se congregó fielmente para demostrar su lealtad a Erdogan, aun sabiendo que se supone que no representa a ningún partido, aun sabiendo que no había ninguna elección real para decidir quién sería el nuevo “líder” del AKP, y aun sabiendo que Erdogan tenía en todo la última palabra.
A pesar de ser algo que parece bastante dictatorial, es importante entender que, mientras que Erdogan forme parte de la política turca, moldeará el sistema tal y como desee. Si es primer ministro, Turquía será un sistema parlamentario. Si es presidente, será un sistema presidencialista de facto, y probablemente pronto lo será también de jure. Lo que es central a Turquía y a su política es el propio Erdogan y, aunque está bastante claro que se trata de un show de un solo hombre, también resulta bastante fácil olvidar que casi en cada elección en la que participa, recibe un enorme porcentaje de los votos. Fue nombrado primer ministro tras arrasar una y otra vez en unas elecciones reconocidas como libres y justas. Cuando se convirtió en presidente, derrotando a Ekmeleddin Ihsanoglu, más de la mitad del electorado le votó.
Evidentemente, la democracia no es sólo cuestión de votos. Pero si los turcos están votando libremente, y lo hacen constantemente en apoyo de Erdogan por una serie de razones tan diversas como sus éxitos económicos o que no existe una alternativa viable en su lugar, entonces no nos queda sino prever que el fenómeno conocido como erdoganismo se incremente de forma meteórica. El kemalismo está en peligro, y ese peligro procede del erdoganismo y de la personalidad más fuerte de esta generación en la escena política, y la más fuerte desde el propio Ataturk.