En su artículo de The Atlantic titulado “La Doctrina Obama”, Jeffrey Goldberg escribió que el presidente estadounidense Barack Obama había afirmado con vehemencia: “Las grandes naciones no se marcan faroles”. Obama explicó con claridad su estrategia con respecto a Oriente Medio; no es un fan del intervencionismo liberal y prefiere evitar meterse con ambos pies hasta la rodilla. ¿Pero va a mantener esta estrategia que ha demostrado ser inhumana, o va a acabar respaldando la cruel devastación de su predecesor George W. Bush?
Las prácticas de la administración americana en Siria demuestran que Obama no se está marcando un farol cuando se trata de las estrategias que ha diseñado para su administración. Goldberg no estaba revelando ningún secreto cuando declaró que Obama es un gran admirador de Brent Scowcroft, el asesor de seguridad nacional de Bush. Obama le contó a Goldberg que es consciente de que no es sólo la fuerza del ejército americano la que hace de EE.UU. una gran potencia imbatible, sino sus maneras astutas.
Scowcroft logró expulsar de Kuwait al ejército de Saddam Hussein, y fue quien nutrió discretamente el derrumbe de la Unión Soviética dando poder a sus aliados en la región, según explicó. En cualquier caso, Obama no es tan ingenuo como para insistir tercamente en una sola estrategia; se da cuenta de que la guerra es engaño y de que las tácticas deberían corresponderse con las vicisitudes sobre el terreno.
El pasado febrero, EE.UU. y Rusia llegaron a un acuerdo para un cese de hostilidades en Siria que allanase el camino para las conversaciones de paz en Ginebra. Sin embargo, con el propósito de mejorar las condiciones de Assad en las negociaciones, la fuerza aérea rusa ejecutó una serie de feroces ataques con el fin de forzar a las facciones de la oposición a arrodillarse ante Al-Assad. Esto no ocurrió. Recientemente, los rebeldes sirios desdeñaron el llamamiento americano y ruso para un nuevo acuerdo hasta que Al-Assad y quienes le respaldan demuestren el suficiente respecto a los acuerdos previos de cese de atrocidades.
Hace casi un mes, tras años de mostrarse reacio, Obama proclamó que enviará a fuerzas sobre el terreno, mandando a 250 efectivos adicionales a Siria oriental, que se unirán a las 50 unidades de Fuerzas Especiales desplegadas con anterioridad. Oficialmente, estas tropas no se encuentran en misión de combate; son agentes de la inteligencia y entrenadores profesionales de las fuerzas de seguridad locales que están combatiendo a Daesh. Su función es recolectar información, identificar objetivos para ataques con drones y armonizar las fuerzas de los “rebeldes moderados”.
Estas tropas incluyen a comandos y agentes especiales americanos que lograrán el mayor triunfo de Obama, el asesinato del “califa” de Daesh o por lo menos de altos cargos del Frente Al-Nusra, de la misma manera que las Fuerzas Especiales lograron asesinar al líder talibán Mullah Akhtar Muhammad Mansour en un ataque de dron en Paquistán la semana pasada. Parece que Obama tiene la intención de abandonar el Despacho Oval con un “logro colosal” del que alardear, similar a la muerte de Osama Bin Laden en 2011.
Moscú sugirió que la coalición anti-Daesh dirigida por EE.UU. debería ejecutar ataques aéreos conjuntos con Rusia en Siria. Washington se apresuró a rechazar la proposición rusa.
Tal reacción rápida y vehemente por parte de los americanos refleja la postura inequívoca de Obama de no querer repetir su error fatal; no desea replicar lo que denominó su “peor error” en Libia, donde la coalición dirigida por EE.UU. demostró su torpeza e ineptitud a la hora de planear el derrocamiento de Muammar Qaddafi. Desde entonces, el presidente estadounidense a reconocido que la intervención en Libia “no funcionó”; el país fue reducido a escombros y quedó sumido en el caos, en el que emergieron los extremistas violentos.
La situación en Siria es totalmente diferente.
Rusia afirma que Obama ha acallado las propuestas de atacar a Ahrar Al-Sham y a Jaish Al-Islam, a pesar de su registro de atrocidades.
El rechazo de Obama a la iniciativa rusa tiene precedentes; en el relato de Goldberg, el secretario de estado John Kerry ha tratado, en repetidas ocasiones, de obtener la aprobación de Obama para atacar con misiles de crucero varios objetivos específicos del régimen. Sin embargo, Libia siempre está presente en la mente de Obama, lo que plantea la cuestión de su sinceridad cuando le exige a Al-Assad que se marche.
Irónicamente, la “lección aprendida” por Obama en Libia no ha dado fruto en Siria. El país está siendo testigo de un caos completo, de una completa destrucción y de la expansión de los extremistas, auspiciados por su estrategia de no intervención.
Con certeza, quienes defienden la visión de Oriente Medio de Obama asegurarán que esto resulta confuso y sorprendente: ¿están pidiendo los sirios a EE.UU. que intervenga militarmente para detener la brutalidad sin freno de Al-Assad? Si esto ocurre, se denunciaría como colonización y se desataría una revuelta contra la ocupación?
La renuencia de Obama a atacar a los grupos rebeldes designados por los rusos se podría entender en dos contextos: la visión de Obama es evitar que Rusia gane más influencia en la región, a través del apoyo a grupos islamistas.
O bien, en un entorno más sofisticado , puede que Obama pretenda reforzar a algunas facciones de “rebeldes moderados” y a las milicias kurdas, con la esperanza de que finalmente estas facciones enfrentadas acaben desgastándose las unas a las otras.
Nos guste o no, EE.UU. es la superpotencia que posee el suficiente poder militar y económico y que constituye el actor más influyente en el caos de la región; ninguna propuesta o solución puede ser validada sin el consentimiento y sin la luz verde del Despacho Oval.
Obama le dijo a Goldberg: “A pesar de todas nuestras taras, Estados Unidos ha sido claramente una fuerza del bien en el mundo… Si nos comparamos con las superpotencias previas, actuamos menos en base al interés exclusivo propio, y nos hemos interesado por el establecimiento de unas normas de las que se beneficien todos”.
La ausencia de una estrategia estadounidense integral y cohesionada parece demostrar que América ya no lucha por la moral, contra la pobreza, y se preocupa por sus vecinos, como quizá hizo una vez. Gente inocente es asesinada, mientras las pseudo-democracias miran sin hacer nada; los ciudadanos no van a perdonar esto fácilmente. La gente de Siria y de Irak ya no puede creer en las políticas hipócritas de Obama.
Los aliados de Obama en la región, en particular Turquía, le han ofrecido en varias ocasiones opciones que evitarían esa ofensiva a gran escala. La gente está buscando soluciones factibles, como la zona de exclusión aérea para proteger a los refugiados.
Todas estas opciones se han desvanecido como sueños, mientras más civiles eran masacrados. Es la última oportunidad para que Obama cambie de política, si es sincero acerca de su deseo de un proceso de paz y no se trata únicamente de engaños y de faroles; debería valerse de su peso para imponer un gobierno de transición tras la expulsión de Al-Assad. Sin embargo, la idea de que “las grandes naciones no se marcan faroles” es claramente un mito, puesto que no parece que Al-Assad vaya a abandonar pronto su cargo.