Tras rechazar la propuesta francesa para una conferencia de paz internacional, Benjamin Netanyahu afirma ahora estar dispuesto a discutir la Iniciativa de Paz Árabe. El primer ministro israelí ha sido largo tiempo crítico con el plan que fue propuesto por el difunto rey Abdullah cuando era príncipe heredero de Arabia Saudí, adoptado por la Liga Árabe en 2002.
Aunque este anuncio pueda parecer un notorio giro de 180 grados hacia la paz, esto está lejos de ser cierto. En realidad, no es más que un mal disimulado intento de sacar provecho del caos político de la región y de obtener el máximo beneficio posible de las relaciones entre Israel y sus así llamados aliados “moderados”.
Desde 2011, Israel ha empleado todo su poder e influencia políticos para echar atrás las demandas populares de democracia y libertad por toda la región. Con este fin, encontró cómplices bien dispuestos en Egipto y en los estados del Golfo. Las diversas facciones de este puñado de extraños compañeros de cama tenían algo en común: un miedo y un odio profundamente arraigados ante los Hermanos Musulmanes. Ahora que las transiciones hacia la democracia han sido interrumpidas en Egipto, en Libia, en Siria y en Yemen da la impresión de que están comenzando a dirigir su atención hacia Palestina.
En lo que respecta al gobierno israelí, su objetivo va mucho más allá de la simple contención de Hamás en la Franja de Gaza o de evitar que se convierta en la autoridad política en Cisjordania. Se trata, por encima de todo, de impedir el surgimiento de un estado palestino independiente en los territorios ocupados, con Jerusalén como capital, y el consiguiente regreso de los refugiados. Sin embargo, incluso a pesar de la implicación del poder blando de los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y de su polémico protegido Mohammad Dahlan, los israelíes no tienen garantía de éxito.
Al anunciar su disposición a debatir el plan árabe, Netanyahu está, en cierto sentido, tanteando el terreno para ver si el mundo árabe muerde el anzuelo. Arabia Saudí ya ha manifestado su postura: no habrá modificaciones del plan propuesto por el rey Abdullah en la cumbre de Beirut de 2002. Según esta iniciativa, los estados árabes ofrecen el reconocimiento completo de Israel y de su derecho a existir, así como una normalización de las relaciones, a cambio de su retirada completa de los territorios árabes ocupados a partir de 1967. También pide la restauración de un estado palestino con su capital en Jerusalén Este y una “solución justa” para los refugiados palestinos.
Es mucho lo que está en juego para los saudíes; a fin de cuentas, la iniciativa es conocida frecuentemente como el plan de paz saudí. De aquí que Riad tenga más que perder que ganar si se produce cualquier alteración de la propuesta. Para comenzar, un compromiso podría verse como una erosión de la autoridad regional saudí, en el peor de los casos, y, en el mejor, como un eclipsamiento político por parte de su vecino menor del Golfo. Incluso así, la posibilidad de un acuerdo con los saudíes no puede ser descartada a largo plazo. Su necesidad de cobertura por parte del ejército egipcio en las presentes circunstancias podría crear las condiciones para suavizar posturas.
Además, los fuertes lazos de Egipto con Israel sitúan al primero en un lugar muy aventajado para facilitar un acuerdo entre Tel Aviv y Riad. De hecho, es posible que el proceso haya dado comienzo con la reciente adquisición por parte de Arabia Saudí de las islas egipcias de Tiran y Sanafir, en el Mar Rojo. Apenas se había secado la tinta del acuerdo, cuando los israelíes ya anunciaron que se les había consultado antes y que los saudíes les habían ofrecido garantías con respecto a sus derechos de transporte naviero y al libre acceso a las aguas internacionales que rodean a las islas.
En cuanto a los EAU, la cuarta facción de esta compleja red de relaciones, su capacidad de influir en los acontecimientos en Palestina no debería ser ni subestimada ni exagerada. La Autoridad Palestina de Ramala ya es muy dependiente de la ayuda de los EAU, y, al igual que Egipto, ha perdido hace tiempo la capacidad de tomar decisiones políticas con independencia de sus patronos. Así que, a pesar de su insatisfacción ante el abierto apoyo de los EAU al liderazgo de Dahlan, todo apunta a que el gobierno de Fatah/la OLP está bastante resignado ante el hecho de que la pregunta ya no es si el antiguo jefe de seguridad de Fatah, caído en desgracia, va a volver, sino cuándo lo hará.
Sin la perspectiva de unas elecciones parlamentarias o presidenciales en un futuro próximo, la manera más fácil de instalar a Dahlan en la cúspide de Fatah y de la OLP sería a través de un espectáculo público de reconciliación con Abbas. Aunque incluso esto tendría sus riesgos, sin embargo, ya que se le podría ver como un agente al servicio de intereses extranjeros. Lo que menos interesa a los palestinos en este momento crítico es reemplazar el dominio y los excesos de una potencia extranjera por los de otra diferente. Han presenciado cómo los EAU, con el pretexto de combatir al “terrorismo” y al “extremismo” islámicos, han hecho descarrilar la transición a la democracia en Egipto y han hecho jirones su tejido social. En ningún caso debe permitir ahora el pueblo palestino ninguna iniciativa que pretenda excluir a los grupos de la resistencia, en particular a Hamás y a Yihad Islámica.
Dado que la Iniciativa de Paz árabe no es de ninguna manera perfecta o sagrada, sin lugar a dudas constituiría una traición de más comprometerse o enmendar sus ya de por sí imperfectos términos. Esto, es bastante sencillo, no debería hacerse ni por todo el dinero que pueda ofrecer el Golfo ni por las solemnes promesas de Israel y de sus aliados egipcios. Palestina ha de ser un país verdaderamente independiente, no simplemente otro estado vasallo de los Emiratos Árabes Unidos.