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Faluya es la ciudad de la resistencia que no puede ser destruida

El sitio a Faluya. Imagen de archivo.

 

Se dice que el asedio de la ciudad de Faluya, situada casi a 60 kilómetros de Bagdad, lleva en marcha los últimos dos años. También nos dicen que, a aquellos a los que se les permite entrar en la ciudad, es por buenos motivos, como parte del intento de salvarla de la organización terrorista conocida como Daesh. También se emplea el argumento de que bombardear la ciudad y destruirla, así como la expulsión de mujeres y niños, son formas de liberar a los habitantes del asedio, del hambre y de la enfermedad.

Estas mentiras se merecen ser enterradas junto con las que están siendo creadas por los políticos iraquíes, con las que nos alimentan los medios de comunicación. La retórica se parece a la de los sionistas, cuando afirman que al ocupar territorios palestinos esperan crear instituciones de las que los palestinos se puedan beneficiar.

La verdad es que Faluya siempre ha sido y siempre será una espina en el pie del gobierno iraquí. El asedio no es cosa de ahora o de los últimos dos años, y las “noticias” de su “liberación” se han difundido una y otra vez. De hecho, los habitantes de Faluya se han dedicado a liberar la ciudad de políticos inútiles, que no han sido capaces de engañar a la gente de allí.

La narrativa de los invasores más recientes –los mercenarios estadounidenses y las milicias iraníes- es que están luchando contra el denominado Estado Islámico, que tiene un bastión en Faluya. También aseguran que están allí para garantizar la estabilidad de la ciudad, rechazando la reivindicación de que la gente de Faluya tiene derecho a permanecer en sus hogares; a fin de cuentas, todos ellos son considerados terroristas por los que vienen de fuera, lo que da a los invasores la legitimidad de destruirles. Esto nos lleva a la narrativa de los ocupantes británicos en los 40, y después de ellos los americanos, que aseguraron que habían venido a Irak como libertadores y no como ocupadores. El uso de este tipo de retórica demuestra que el término “ocupación” ahora significa que los ocupadores no vienen ya necesariamente de fuera.

También es cierto que los invasores y sus líderes tienen miedo de Faluya porque es, sencillamente, la ciudad de la resistencia, que se negó a arrodillarse cuando el mayor ejército del mundo la invadió y trató de destruirla. El pueblo de Faluya se negó a agachar la cabeza como hicieron muchos otros al enfrentarse a la ocupación americana. Faluya es la ciudad de la resistencia a la que los invasores han tratado de destruir con uranio empobrecido y con fósforo blanco; la ciudad que el exprimer ministro iraquí Nouri Al-Maliki bombardeó con bombas de barril.

Faluya no es asediada y bombardeada por ser un bastión de Daesh; ¿estaba Daesh allí en los 40, cuando el pueblo de Faluya se levantó contra el colonizador británico? ¿Tenía algo que ver Daesh cuando los americanos trataron de imponer en la ciudad su voluntad? La gente pagó con sus vidas por resistir contra la invasión, no solo por su propia dignidad sino por la dignidad de Irak en su conjunto.

Las campañas de desinformación creadas y emitidas por los sucesivos gobiernos de ocupación, comenzando con el secular de Iyad Allawi hasta los de Nouri Al-Maliki y Haider Al-Abadi (ambos del partido islámico Dawa), han demostrado que existe un programa del gobierno para borrar Faluya y hacer desaparecer a su gente de la faz de la tierra. Lo demuestran tanto los comentarios sectarios como los llamamientos a aniquilar a los ciudadanos de Faluya, descritos con frecuencia como un “cáncer” que ha de ser combatido a través del asedio, del hambre y de los bombardeos. Todos los detalles señalan al temor de que la ciudad de la resistencia continúe en pie contra las políticas nacionales del gobierno iraquí, o en pie contra Irán y contra América, entre otros factores.

Aunque los iraníes afirman que el teniente general Qassem Soleimani del Ejército Iraní de los Guardianes de la Revolución Islámica está en Irak a petición del gobierno iraquí, la interferencia de Irán y su evidente papel a la hora de atrapar y aterrorizar a la gente de Faluya no ha obstaculizado su resistencia. En cualquier caso, ¿no dicen algo así también las fuerzas estadounidenses? ¿No realizan también otros países árabes la afirmación de que las fuerzas extranjeras están allí “a petición del gobierno”?

Hoy, el pueblo de Faluya se ve amenazado por la hambruna, y quienes permanecen en la ciudad se arriesgan a ser asesinados por las milicias. Los vídeos emitidos por las tropas y milicias iraníes muestran pruebas de los crímenes de los que los iraníes están orgullosos, decapitando a gente y arrastrando por el suelo cuerpos desnudos. Los ocupadores previos estadounidenses y británicos sin duda allanaron el camino a tales actividades criminales.

La situación humanitaria de los civiles es trágica, informó Mustafa Trabouli, un portavoz de la ciudad asediada. “En la actualidad estamos expuestos a fuego de artillería, de mortero y a los aviones de combate,” manifestó en un mensaje grabado. “Hace pocos días, nos golpearon 2.000 cohetes, lo que llevó a la destrucción de muchos hogares, mientras los habitantes estaban todavía dentro. Ya no somos capaces de sacar los cuerpos de los muertos de debajo de los escombros. Somos incapaces de llevar a los heridos a los hospitales. Los médicos en Faluya están operando sin anestesia. Nos faltan medicamentos y comida. No hay agua ni electricidad. Cuando nos enviaron algunos suministros, se los quedó el ejército”. Trabouli pidió al mundo que detuviera la tragedia en Faluya, para que los civiles pudieran recibir ayuda y poner fin al bárbaro bombardeo. Demasiada gente necesita comida, agua fresca y medicamentos.

Desde que el sectarismo tomó control del gobierno de Bagdad, los políticos han tratado de eliminar la identidad nacional iraquí de muchas maneras. Han modificado nombres de calles y de ciudades, puesto quieren eliminar la historia colectiva y la memoria de la sociedad iraquí. No satisfechos con ello, ahora mismo en Faluya 50.000 civiles están siendo asediados por el régimen sectario, que sólo conoce el lenguaje de la destrucción y la corrupción. El régimen permanece ciego ante el hecho de que un pueblo no puede ser eliminado, y de que una ciudad que está viva no puede ser destruida.

Después de que Cartago fuera sitiada por los romanos durante tres años, entraron en la ciudad y la destruyeron por completo. Mataron a la mayoría de los habitantes de la ciudad y quemaron todo lo que quedaba en pie. Destruyeron los muros de la ciudad y echaron sal en el terreno, para que no volviera a crecer nada y nadie pudiera volver a vivir allí. Sin embargo, al igual que en Hiroshima, que los americanos trataron de destruir, Cartago renació.

 

Traducido de Al Quds Al Arabi, 31 de mayo de 2016.

 

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