En mayo de 2016 se han cumplido cinco años desde la firma del acuerdo palestino de reconciliación entre los movimientos de Fatah y Hamás y el resto de facciones palestinas. Hicieron falta tres años de negociaciones para llegar al acuerdo. Pero, ¿por qué ha pasado tanto tiempo sin que se implemente el proyecto de reconciliación, a pesar de la acuciante necesidad que hay de ello, y del impasse en el que se ha sumido el proyecto nacional palestino por este motivo?
En términos prácticos, nos encontramos con dos socios rivales que se vieron “forzados” a reconciliarse a pesar de sus notorias diferencias. Existe una serie de motivos y de obstáculos que han interrumpido la reconciliación, con diferentes grados de influencia e importancia. Podemos resumirlos como sigue:
- El marco de referencia ideológico: No existe un punto de referencia intelectual e ideológico conjunto que determine cuáles deberían ser los fundamentos o líneas rojas que no pueden ser comprometidos o negociados, y qué, por el contrario, puede ser determinado según las consideraciones políticas, las circunstancias objetivas y subjetivas y el equilibrio de poder. Por ejemplo, los grupos islámicos rechazan reconocer a Israel o ceder cualquier parte de Palestina por motivos religiosos, en tanto que las consideraciones de otras facciones se vinculan más bien a la realpolitik, los intereses, las tácticas y las acciones provisionales.
De primeras, puede parecer que en este factor es posible la coexistencia. Sin embargo, la experiencia práctica del caso palestino ha demostrado que hay obstáculos relevantes. Algunas de las cuestiones más espinosas están relacionadas con el reconocimiento de Israel y de su derecho a existir sobre el 77% de la Palestina histórica, algo que Hamás rechaza en base a presupuestos islámicos, pero que la Organización por la Liberación de Palestina (OLP), Fatah y la cúpula de la Autoridad Palestina (AP) no tienen escrúpulos en admitir, como resultado de los Acuerdos de Oslo. Estos acuerdos establecieron la AP y fueron el cimiento del sueño de convertirla en un estado palestino. Por su parte, Hamás quiere ejercer su derecho de servir a su pueblo y gobernar sin reconocer a Israel, sin abandonar la resistencia y sin aceptar los acuerdos firmados por la OLP. En otras palabras, Hamás quiere imponer unas nuevas reglas de juego, algo que es un tabú para israelíes y americanos.
En términos prácticos, Mahmud Abbas y los líderes de la OLP y de Fatah han hecho un llamamiento para formar un gobierno que pudiera levantar el sitio. Sin embargo, Israel y EE.UU. se oponen a poner fin al asedio antes de que se respeten las condiciones del Cuarteto, desarrolladas después de que Hamás ganara las elecciones generales de 2006 y encabezadas por el reconocimiento de Israel. De nuevo, algo que Hamás nunca podrá aceptar.
- Las prioridades y vías: El punto anterior ha influenciado el programa nacional de cada partido y su forma de determinar las prioridades y los aspectos en los que puede llegar a compromisos, así como la visión estratégica y táctica de cada formación para sus respectivos proyectos de paz y resistencia y para la cuestión de cuál de ambas debería ser alcanzada primero. Se plantean las cuestiones de si habría que dar prioridad a la formación de un gobierno de unidad nacional y a la celebración de elecciones; a la reforma y reactivación de la OLP; a la reforma de las fuerzas de seguridad; a los programas económicos; al levantamiento del sitio y a la reconstrucción; a la búsqueda del reconocimiento del estado palestino por parte de la ONU; a la cuestión de los refugiados; o a la confrontación de los intentos de judaización, en particular en Jerusalén. No está claro el peso que habría que conferir a cada cuestión, ni en base a qué debería ser pospuesta o adelantada; tampoco el número de cuestiones que pueden ser afrontadas de forma simultánea.
- La falta de un marco de referencia institucional: que ambas partes pudieran consultar, que determinase las prioridades del proyecto nacional palestino, que estableciese mecanismos de toma de decisiones, que representase al pueblo palestino en el interior y en la diáspora y que sentase las bases para una transferencia pacífica del poder. Aunque la OLP es la entidad que debería desempeñar este papel, Hamás, el Movimiento de la Yihad Islámica en Palestina (PLO) y amplios segmentos de la sociedad palestina… no están lo suficientemente representados en la organización, cuya cúpula ha sido monopolizada por Fatah desde hace 47 años (febrero de 1969). Por lo tanto, la OLP ya no representa la verdadera voluntad del pueblo palestino. En la actualidad, no existe ni una sola entidad que reúna a todos los palestinos, en la que puedan debatir la situación, desarrollar programas y determinar sus prioridades y planes.
Las instituciones de la OLP se han vuelto ineficaces debido a la intrusión de la AP en sus prerrogativas. El Consejo Nacional Palestino (PNC) no ha celebrado una verdadera sesión desde 1991, salvo por una en 1996 (a pesar de sus defectos) en la que la mayoría de las cláusulas de la carta nacional fueron abolidas o suspendidas en línea con los compromisos de los Acuerdos de Oslo. En otras palabras, este consejo no ha funcionado en 25 años, salvo para ser “convocado” con el fin de legitimar los deseos de la cúpula, entre ellos, el de alterar la identidad original de la OLP y su razón de ser.
A pesar de que el acuerdo de reconciliación estipulaba la reforma de la OLP para incluir a todas las facciones palestinas, la conducta de la cúpula de la OLP ha obstruido de forma habitual la implementación de los compromisos relacionados con la renovación y la reconstrucción de las instituciones de la organización. La conducta política de Hamás, de Yihad Islámica y del resto de facciones, entretanto, no sólo busca asociarse a la dirección de la OLP, sino también reconstruir las prioridades del proyecto nacional palestino sobre una base que rechace la concesión de tierras y que proteja la opción de la resistencia, lo que implicaría una revisión de los acuerdos firmados por la OLP y su abolición o modificación. Esto constituye un tabú para los líderes de Fatah, que tratarían de impedir tales cambios.
- La influencia árabe: La influencia de Egipto, Siria, Jordania y Arabia Saudí sobre los gobernantes palestinos no constituye ningún secreto. Egipto suele desempeñar un papel clave a la hora de cubrir a los líderes palestinos, así como en los arreglos internos palestinos. Ya con anterioridad, Egipto estuvo detrás de la creación de la OLP y del nombramiento de Ahmad Shuqairi como su líder. También cubrió su cese y la ascendencia de Fatah al liderazgo de la organización, a la que sigue dominando, a lo que hay que sumar la cobertura que prestó Egipto al proceso de paz emprendido por la cúpula de la OLP. Además, antes de la revolución del 25 de enero de 2011 (y después del golpe de estado del 3 de julio de 2013), Egipto fue en gran medida responsable de la manera en la que se trató a Hamás y a los intentos de aislar, debilitar y minar al movimiento. Por otro lado, Siria, antes del conflicto actual (que comenzó en marzo de 2011), constituía una incubadora para Hamás y las fuerzas de la resistencia, cosa que ejercía una gran influencia sobre la confrontación con el “frente moderado”. Los países árabes, en particular aquellos que circundan Palestina, se han hecho acreedores de una responsabilidad histórica por agudizar la crisis del proyecto nacional palestino, debido a sus restricciones a la actividad de la resistencia y a las acciones políticas y populares del pueblo palestino. Los palestinos han sido incapaces de organizarse con libertad en estos países, en tanto que sus elecciones con frecuencia eran desaprobadas o restringidas.
- La influencia israelí: Por parte de Israel, la entrada de la OLP (y después, de la AP) en la “Era de Oslo”, así como los arreglos resultantes sobre el terreno a partir de 1993, hicieron de Israel el “ausente siempre presente” en los cálculos de los dirigentes de la OLP y de la AP. Los acuerdos de Oslo motivaron que los líderes de la “resistencia” se mudaran a vivir bajo la ocupación israelí en Cisjordania y en la Franja de Gaza, forzando a la OLP a abandonar la resistencia armada a cambio de una autoridad cuyos puntos fronterizos, importaciones, exportaciones, finanzas y movimientos de los dirigentes y cuadros son controlados por Israel. A voluntad, Israel puede destruir infraestructuras, ocupar zonas de la AP, arrestar a quien quiera, estrangular la economía, continuar con sus políticas de judaización, imponer sanciones y chantajear a los palestinos a todos los niveles, económico, político y de seguridad. Israel puede interrumpir elecciones legislativas, detener a defensores de la resistencia incluidos diputados y ministros de Hamás, y entorpecer los mecanismos por los que funciona la AP. Esto ha ofrecido a los israelíes un sinfín de oportunidades para cargar una inmensa presión sobre los líderes y sobre el pueblo palestino, haciendo de las reacciones y conducta de Israel un determinante clave de la reconciliación palestina y de las negociaciones internas.
- La influencia internacional: La postura occidental, y en particular de EE.UU.-, ejerce una influencia significativa sobre el curso de los acontecimientos en Palestina. El apoyo sin fisuras de EE.UU. a Israel constituye una intervención descarada y un intento de manipular las elecciones y las actitudes del pueblo palestino. Apoyó la ocupación israelí, las violaciones de derechos y las prácticas contra el pueblo palestino, intervino para imponer las condiciones del Cuarteto a Hamás y a las fuerzas de la resistencia palestina, que incluyen el reconocimiento de Israel y el fin de la resistencia armada, así como la aceptación de los acuerdos firmados por la OLP, entre ellos los de Oslo. EE.UU. y sus aliados también trataron de derrocar y de aislar a Hamás, designándola organización “terrorista”, y de deslegitimarla, además de castigar al pueblo palestino por haber elegido libremente a Hamás. Por otro lado, la imparcial posición de EE.UU. ayudó a minar el proceso de paz, conduciendo a un estancamiento en los intentos por alcanzar el respeto a los derechos palestinos, o a parte de ellos, a través del Consejo de Seguridad de la ONU. Esto contribuyó a crear una verdadera crisis para el proceso de paz defendido por la AP. Una parte esencial de las conversaciones de reconciliación se centró en cómo condicionar la formación de un gobierno palestino que estuviera alineado con las condiciones del Cuarteto y de los posibles vetos estadounidenses e israelíes. Esto también se aplicó a la celebración de elecciones, a la reforma de las fuerzas de seguridad, etc.
- La crisis de confianza: entre Fatah y Hamás, o entre el campo de la paz y el de la resistencia. La crisis se agudizó en los últimos años, complicando aún más las cosas. A través de las relaciones entre facciones, en particular entre Fatah y Hamás, y durante más de un cuarto de siglo, se ha fundado una tremenda crisis de confianza. Se cruzaron duras acusaciones con motivo del fracaso y de la colaboración, así como de las campañas de represión por motivos de seguridad, de las detenciones y de las exclusiones dirigidas por la AP dominada por Fatah entre 1994 y 2000. Las operaciones de resistencia a cargo de Hamás y de las facciones de la resistencia eran vistas por Fatah como una obstrucción y un boicot al proceso de paz que llevaría hacia el estado palestino. También hubo intentos de minar, derrocar y obstruir de parte de Fatah y de la AP contra el Consejo Legislativo, en donde Hamás tenía mayoría, y contra el gobierno formado por Hamás. A ello hay que sumar la división subsiguiente a la victoria de Hamás en la Franja de Gaza y al control de Fatah en Cisjordania, seguida de medidas de seguridad por ambas partes para garantizar el control de sus respectivos territorios, mientras que la coordinación de seguridad entre Ramala y EE.UU.-Israel alcanzó en Cisjordania sus máximos niveles contra las actividades de resistencia y las facciones islámicas. Además, la situación de ausencia de leyes y de derramamiento de sangre mutuo ahondó la crisis de confianza.
- La dimensión cultural: Ésta está vinculada a las “enfermedades” de la sociedad palestina, en particular a aquellas relacionas con la gestión de las diferencias y la transferencia pacífica de poder, la coexistencia y la búsqueda de terreno común más allá del faccionalismo y del partidismo, así como con las tendencias al monopolio, la desconfianza y el resentimiento, a expensas de los programas de construcción de confianza y de la acción conjunta.
- La crisis de los líderes palestinos: dado que no ha habido líderes a la altura de las aspiraciones de su pueblo, cayendo, por el contrario, en diversos grados de gobierno individualista dictatorial, cálculos personales, labor institucional ejecutiva ineficiente, falta de respeto a las autoridades legislativas, clientelismo político, partidismo, oportunismo, corrupción, fracaso a la hora de aprovechar el gran potencial del pueblo palestino, incapacidad de gestionar diferencias políticas, etc.
- La dispersión geográfica y la fragmentación del pueblo palestino: Esta cuestión ha dificultado a los palestinos la reunión para alcanzar acuerdos y tomar decisiones. Los palestinos no viven en un mismo espacio, y no están gobernados por una entidad política. Se enfrentan a circunstancias diversas, con 2,9 millones bajo la ocupación y bajo el liderazgo de Fatah en Cisjordania; 1,85 millones en la Franja de Gaza bajo el asedio israelí y el liderazgo de Hamás; y 6,15 millones dispersos por el mundo. A pesar de las aspiraciones de liberación, retorno e independencia, las diversas circunstancias en las que se encuentran han tenido un impacto sobre su cultura, enfoque y comprensión de las diferentes cuestiones.
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Por todo lo anterior, es necesario tener en cuenta estos impedimentos para comprender la razón de los retrasos y de la interrupción en la implementación de la reconciliación. Sin embargo, si existe una voluntad verdadera y seria, es posible lograr un avance, en tanto que no se limite a los mecanismos, sino resuelva también la cuestión de las prioridades.
La versión en árabe de este artículo fue publicada en Al Jazeera el 10 de junio de 2016.