Durante la última semana, he aprendido por las malas que, francamente, realizar predicciones políticas, cosa de tontos . Dado el alarmante resultado del referéndum por el “Bréxit”, basado en una campaña impulsada más que otra cosa por la nostalgia, la xenofobia y el puro racismo, ¿quién puede seriamente descartar la posibilidad de la presidencia de Trump a partir del 20 de enero , el año que viene?
Sin embargo, incluso si aceptamos que tan terrorífica perspectiva tiene algún potencial real, Trump ha demostrado una actitud tan inconsistente y errática que es imposible prever qué supondría en términos de política de Oriente Medio (aparte de una fuerte tendencia pro-israelí , claro).
Esto nos deja con Hillary Rodham Clinton, que es claramente una fuerza política formidable y, se puede argumentar, la candidata más cualificada para la presidencia en la historia de la república. Como primera mujer en ocupar el cargo, también representa el valor añadido de romper con un tabú anticuado , aunque para muchos de sus adversarios políticos, la candidata demócrata representa de forma más evidente el continuismo. Para ellos, es el claro ejemplo de la política que representa los intereses de Washington y no los del ciudadano medio. El sostén del mainstream político americano.
Presidenta Clinton
Dando por supuesto que gana, ¿qué definiría la aproximación de Hillary a Oriente Medio? En base a su historial, parece probable que su política con respecto a la región descansaría sobre tres pilares.
- Una ruptura con la política de la administración Obama con respecto a los conflictos en la región, incluida una mayor disposición a usar la fuerza militar para alcanzar los objetivos estadounidenses.
- Continuidad con respecto a los éxitos diplomáticos de la administración Obama (en particular en términos de mantener el acuerdo nuclear con Irán); y
- Un intento de restaurar una relación más abiertamente amistosa entre EE.UU. e Israel.
¿Qué implicaciones tendría esto en la realidad?
El acuerdo iraní
Como secretaria de estado, Hillary Clinton estuvo fuertemente involucrada en las negociaciones que acabaron por llevar al acuerdo para que Irán pusiera fin a su programa nuclear. Aunque ya no ocupaba el cargo en el momento en el que fue firmado el trato, lo respaldó en un discurso auspiciado por el importante think tank de la Brookings Institution en septiembre del año pasado. Según argumentó ante el público:
O bien avanzamos por la senda de la diplomacia y aprovechamos esta oportunidad para bloquear la senda de Irán hacia las armas nucleares, o bien emprendemos un sendero más peligroso que conduce a un futuro mucho más incierto y arriesgado. Por eso apoyo este acuerdo. Lo apoyo como parte de una estrategia más amplia con respecto a Irán.
Aunque su discurso incluía también algunas advertencias, sugirió, en particular, que la política de la contención, que ha definido el enfoque de EE.UU. de la cuestión iraní desde la Revolución Islámica de 1979 debería continuar. Todo ello con el fin de asegurar que, a pesar del abandono de algunas sanciones (que tenían un enorme coste para la población civil), EE.UU. no permitiría sin darse cuenta que Teherán actuara en contra de sus intereses en otras partes de la región. “No hay” remachó, “absolutamente ninguna razón para confiar en Irán”.
Sin embargo, aunque algunos comentaristas han alabado este distanciamiento parcial de la candidata de las políticas de la administración actual como una forma segura de que Teherán crea en una potencial vuelta súbita de las sanciones en caso de que la situación se salga de lo previsto, hay motivos para creer que en realidad Clinton está bastante comprometida con el mantenimiento del acuerdo.
En particular, porque los e-mails que se filtraron recientemente revelaron que la propia Clinton respaldó con fuerza a una de las arquitectas clave del acuerdo, Wendy Sherman, en su promoción a la vicepresidencia de estado para asuntos políticos, y es probable que Sherman, que también fue parte de la administración Bill Clinton, se quedara si Hillary se mudara a la Casa Blanca.
Halcón
Aunque no entre en guerra con Irán – cosa que parece más probable con Trump – , eso no quiere decir que la presidencia de Hillary fuera a suponer un giro hacia el pacifismo. Al contrario, es sabido comúnmente que la candidata demócrata constituye más bien un halcón en lo que se refiere a la política exterior.
De hecho, como secretaria de estado de la administración Obama, Clinton aparentemente hizó presión para un mayor intervencionismo violento en Siria y jaleó la guerra de Libia . Esto, junto con su –ahora tristemente célebre- voto en el Senado de EE.UU. a favor de la guerra de Irak en 2003, revela que la próxima Clinton en ocupar la presidencia podría tener una tendencia mucho mayor al empleo de la fuerza militar.
Sin embargo, ¿cuál es la filosofía subyacente? El hecho de que las administraciones recientes, tanto demócratas como republicanas, hayan empleado la fuerza militar de diversas maneras, y con diferentes efectos, sugiere que el carácter de halcón en sí mismo no dice mucho.
En efecto, aunque la administración Obama ha intentado rebajar la actividad militar estadounidense en el extranjero, a través de la retirada de tropass, la reducción de la retórica y un mayor uso de tácticas indirectas, tales como los ataques con drones y la recolección masiva de información , esto sólo representa una de-escalada parcial a partir de un punto de partida tremendamente intervencionista creado por George W. Bush. Pero, en realidad, el impacto global del ejército estadounidense sigue siendo enorme.
Es por ello que resulta sumamente clarificador que, desde el punto de vista de Clinton, incluso tal dominio militar global podría considerarse demasiado poco. Como alternativa, es posible que Clinton tratara de emprender un camino menos enérgico que el de la exuberante fuerza militar de la era Bush, pero con un mayor uso de la fuerza que con Obama.
Parece una partidaria probable de algún tipo de intervencionismo liberal . De hecho, en base a su historial ,y quizá gracias a las lecciones aprendidas de los fracasos y aparentes éxitos del mandato de su marido, todo apunta a pensar que considera el ejército de EE.UU. como una punta de lanza; una herramienta poderosa que –cuando es empleada en armonía con otros elementos de la caja de herramientas de su administración- sirve para moldear el mundo para que se adapte más a sus valores.
Tal y como explicó recientemente Glenn Greenwald, una de las elecciones más probable de Clinton para la secretaría de defensa, Michèle Flournoy, ya ha sugerido que la futura administración se implicaría de forma más directa en la guerra de Siria. En particular, las tropas americanas “expulsarían a las fuerzas del presidente Bashar Al-Assad del sur de Siria” y habría “más tropas americanas sobre el terreno para luchar contra el Estado Islámico en la región”.
Haciendo las paces con Bibi
Sin embargo, si hay un lugar en el que los viejos valores predominan frente al cálculo de intereses es en la relación de EE.UU. con Israel. Bajo Obama, el nivel de la frustración estadounidense ante el actual gobierno israelí ha alcanzado tal nivel que la Casa Blanca ha renunciado a negociar. (No olvidemos que las “negociaciones” en curso no iban a llevar a ningún tipo de independencia verdadera para los palestinos, así que quizá no se trate de una gran pérdida).
Parece ser que Bill Clinton sentía lo mismo con respecto a Benjamin Netanyahu, que estaba al frente de su primera legislatura como primer ministro de Israel cuando realizó la famosa pregunta de: “ ¿Quién es aquí la puta superpotencia?” tras su primer encuentro.
Pero a pesar de estas frustraciones, ambas administraciones demócratas siguieron apoyando a Israel con vastas cantidades de ayuda y con una cobertura diplomática que da carta blanca . Es probable que Hillary haga lo mismo.
A fin de cuentas, poco puede ganar adoptando una línea dura contra Tel Aviv a corto plazo y, incluso si tuviera la esperanza de poder girar en otra dirección (y no hay motivos para creer que la tenga), ¿qué interlocutor tendría de la otra parte? La mayoría del establishment estadounidense no quiere ver ningún movimiento para implicar a Hamás, aparte de que a tal jugada se opondría la dictadura neofascista egipcia. Por otro lado, Mahmoud Abbas es un hombre de paja que no cuenta con el respecto de nadie, ni dentro ni fuera de los territorios ocupados.
Para una nueva presidencia Clinton, el sendero de expresar por lo menos resistencia en el tema Palestina-Israel refuerza el statu quo. De hecho, como indica un informe del influyente Centro de Nueva Seguridad Americana (un think tank presidido por la susodicha Michèle Flournoy, possible jefa del Pentágono), el enfoque de EE.UU. da prioridad a la seguridad de Israel por encima de cualquier otra cosa, a la búsqueda de un acuerdo de paz superficial con los palestinos.
Sin opciones
En resumidas cuentas, quienquiera que gane las próximas elecciones, hay pocas posibilidades de que mejoren las circunstancias en términos de política de Oriente Medio. Con Trump es posible casi cualquier cosa, y –al igual que en una película de terror- el suspense y la incertidumbre son aterradores. Sin embargo, en el caso de la candidatura de Hillary Clinton, una mayor claridad no resulta mucho más reconfortante.