El secretario general de la ONU Ban Ki-Moon está decidido a superarse a la hora de proteger la presencia colonial de Israel en Palestina. Durante su visita a Israel y a Ramala, en la que se reunió con el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, con el presidente israelí Reuven Rivlin y con el presidente de la AP Mahmoud Abbas, Ban consiguió describir de forma precisa las similaridades entre Israel y la ONU –inconscientemente, por supuesto-.
Tras lanzar una diatriba contra Hamás, Rivlin concluyó su hipérbole dirigiéndose a Ban como “verdadero amigo de Israel”, lo que provocó que el secretario general coronase sus declaraciones discriminatorias, eliminadoras de la existencia y de la narrativa palestinas. “También quiero aprovechar esta oportunidad para reconocer su liderazgo en la lucha contra la intolerancia y por la inclusión. Sus palabras y acciones reflejan su profundo compromiso a la hora de garantizar que todos los israelíes, sea cual sea su origen, sean tratados con dignidad y respeto”.
La negativa de Ban de reconocer a Israel y a su población de colonos como a una manifestación colonial ilegal convirtió su discurso en otro ejercicio de glorificación sionista. Sin embargo, varias declaraciones más, realizadas en la Universidad de Tel Aviv, donde Ban fue investido doctor honoris causa, claramente situaron a la ONU y a Israel en la misma plataforma del deshonor.
“Los líderes han de ir más allá de la repetición de las mismas frases a la espera de un resultado distinto. Es exasperante e indigno del futuro que tratáis de construir”. La declaración apesta a inconsciencia, en particular a la hora de pasar por alto el hecho de que la ONU orquestó los cimientos sobre los cuales el estado colonial y su población de colonos cómplices han usurpado el territorio palestino y siguen tratando de aniquilar la memoria palestina.
Las críticas de Ban a la diplomacia exceden los límites de la hipocresía. La violencia colonial de Israel constituye una manifestación tanto de la intención original de limpieza étnica como de la perspectiva prevista evidentemente por la ONU. Suponer cualquier forma de separación entre las ambiciones de ambas entidades es absurdo. Ni la ONU ni Israel han dado un paso más allá de los comentarios superficiales que han recibido una relevancia excesiva, mientras que los palestinos se desangran por las calles como resultado de la violencia del estado y de los colonos, o son torturados en las cárceles israelíes, sin haber tenido siquiera la posibilidad de que su testimonio sea difundido con dignidad.
Se puede argumentar que la presencia colonial de Israel se ha apoyado también en la retórica, aparte de en la violencia. El derecho internacional ha sido dejado en ridículo y, hasta cierto punto, ha demostrado estar encadenado por sus resquicios, siempre como resultado de la renuencia de la ONU a forzar la aplicación de cualquier cambio tangible. Esta vez, Ban ha tratado de hacer una proyección de las violaciones de los derechos humanos, revelando al mismo tiempo su papel de colaborador.
Si pretendía criticar de alguna manera a Israel, tal crítica fue inmediatamente revocada y reemplazada por un claro mensaje de complicidad –es sabido que el “futuro” al que hizo alusión Ban fue borrado del mapa con el Plan de Partición-. Lo que queda de su mandato como secretario general de la ONU se ha visto encapsulado en la parodia descrita: un testimonio de su lealtad a la protección de Israel y de la entidad que respaldó su creación.