De momento, el verano de 2016 parece ser la montaña más convulsa del mundo. Un referéndum inesperado aquí, un triunfo electoral imprevisto allá. El horrible asesinato de una parlamentaria, un día era eclipsado por escalofriantes crímenes contra ciudadanos poco después.
Quizás una de las señales más sombrías de estos tiempos sea que, cuando ocurre la tragedia, importa más la identidad de quién está detrás de ella que la gravedad del crimen o las historias de quienes perdieron sus vidas. Mientras hay filtros de facebook disponibles para protestar contra el terrorismo en París; mientras se pide rezar por Orlando o Niza –que son expresiones legítimas para expresar dolor frente a la barbarie–, la cobertura de ataques (a menudo con más víctimas) en Bagdad, Kabul o Turquía es mucho más... tenue.
El uso selectivo del lenguaje en la cobertura de dichos ataques es incluso más obvia cuando la identidad de un terrorista no es evidente y se da paso a la especulación de los observadores. Por ejemplo, los ataques de la semana pasada en Múnich generaron respuestas que lo condenaban como terrorismo, hasta que resultó que el adolescente, asesino de nueve personas, no era un “islamista radical”, sino –según CNN– “un individuo mentalmente inestable, interesado en las masacres, sin vínculos con el terrorismo o motivaciones políticas aparentes”. La cobertura cambió rápidamente del rechazo a los atentados hacia la preocupación por “lobos solitarios”. Robert Fisk explicó las ominosas connotaciones racistas de este cambio en el lenguaje: “De algún modo, 'pistolero' no suena tan peligroso como 'terrorista', aunque el efecto de sus acciones sea, claramente, el mismo. 'Pistolero' es una palabra clave. Significa “este asesino en concreto no es musulmán.”
La democracia, en problemas
No es de extrañar que nuestro ambiente político refuerce y refleje a partes iguales esta sensación de crisis perenne. Desde un intento de golpe de Estado y su consecuente purga en Turquía hasta la elección de un fascista evidente en Austria; Los gobiernos autoritarios y populistas de Rusia, Filipinas, India e Israel; o el 'status quo' despótico que rige Egipto, el Golfo y buena parte del mundo; hay motivos suficientes para temer por la estabilidad de la democracia.
Como explicaba el Índice Democrático de 'The Economist' el año pasado, existe una “amenaza a la democracia que emana del espíritu atemorizado de nuestros tiempos, que afecta las reacciones tanto de élites políticas como de personas corrientes”.
Pero, si hay una persona que es la personificación de cabalgar la cresta de la ola populista, ésta sería –por supuesto– Donald J. Trump. Este hombre –que hace un año era considerado un candidato satírico– se ha convertido en la candidatura oficial del Partido Republicano para presidente de los Estados Unidos. Esta estrella de 'reality-shows', heredero de una fortuna ingente y hombre que ha llevado a cuatro empresas a la bancarrota podría ostentar el cargo más poderoso del mundo a partir del próximo enero.
Un soplo de aire cálido y el mal olor que resta
Si nos estuviéramos preguntando cómo y por qué ha ocurrido este notable giro de eventos, buscaríamos respuestas en su discurso de aceptación en la Convención Republicana Nacional el pasado jueves. Estuvieron presentes todas las señas de identidad de su campaña hasta ahora. Vacía de medidas políticas –a excepción de su infame muro– siendo, al mismo tiempo, vengativo, pesimista, y faraónico: la única ancla de estabilidad en un mundo oscuro y desesperado. Y el público atronaba.
Todavía es debatible si es razonable llamar 'fascista' a Trump por cómo actúa; por cómo habla sin ningún cuidado por la coherencia; por los métodos que utiliza para remover el miedo y aprovecharse del descontento que produce. Sin duda, parece emular el ascenso al poder de Mussolini (aunque a menudo se parece más la caricatura de Homer Simpson imitándole).
Quizás lo más importante sea que Trump ha se ha esforzado por contentar algunas de las peores predilecciones de su base electoral. Juego con el racismo y los estereotipos, explota la ignorancia y a veces miente abiertamente. Por supuesto, su patriotismo paranoico se ceba con cualquier condición 'no-blanca', pero una de sus narrativas predilectas es la de la guerra del Islam con “Occidente”.
Esto es una mentira
Trump ha dado mucho bombo a “atreverse a nombrar a su enemigo”, pero en realidad sólo promueve otra mentira perezosa más sobre el Islam. Todo mientras sus oponentes neoliberales y neo-conservativos –como Obama o incluso George W. Bush– intentan al menos dar el semblante que sus posturas frente al terrorismo, la guerra y el Islam tienen matices.
Donald Trump, en cambio, culpa sistemáticamente al “terrorismo islámico” –sin identificarlo, si quiera, como un fenómeno radical– de sus ataques a ciudadanos, ignorando cualquier violencia perpetrada por no-musulmanes. Su “bloqueo musulmán” –que gradualmente se ha ido afinando, quizás después de que le señalaran el artículo VI de la Constitución estadounidense, dónde se prohíbe la adherencia religiosa para los cargos públicos del país– es el culmen de esto. De hecho, en 2011, antes de ser candidato, Trump le dijo a un entrevistador que creía que existía un “problema musulmán”.
Evidentemente, cree que hay una clara división en el mundo entre musulmanes y el resto. Para él, se trata de 'nosotros contra ellos'; cuando, en realidad, la mayor parte de las víctimas del terrorismo no son blancos-europeos y que la mayor cantidad de muertes violentas en “Occidente” no son causadas por musulmanes.
De hecho, no hay ninguna prueba que apoye la visión del mundo de Trump, únicamente los sentimientos de miedo y odio generados por políticos cínicos y sus medios afines. Sorprendentemente, uno de sus mayores aliados políticos, el antiguo presidente de la Cámara de Representantes, Newt Gingrich, afirmaba recientemente: “los hechos son menos relevantes que las emociones”.
'Nosotros contra ellos' – pero de otra forma
Dividir al mundo en 'nosotros contra ellos' no es inherentemente malo (aunque sí se trata de una sobre simplificación monstruosa). No podemos pretender que la principal línea divisoria entre seres humanos es la religión o la cultura. No lo es. ¿Cómo podría serlo, cuando la mayoría de las personas, de cualquier confesión, están más felices sin ver sus vidas comprometidas por la violencia y el tumulto político?
Es mucho más sensato abordar las divisiones en la sociedad en términos de las motivaciones políticas y los métodos de aquellos que las promueven. Trump tiene un incentivo evidente para enfatizar estas divisiones, usando el miedo y la hostilidad latentes. Lo mismo ocurre con populistas regresivos alrededor del mundo, ya sean los fanáticos anti-inmigración en Gran Bretaña, los racistas de Francia o –por supuesto– Daesh, cuya barbarie puede ser indiscriminada, pero siempre les beneficia.
Si va a ser 'nosotros contra ellos, entonces 'nosotros' debería incluir a cualquiera que preferiría entablar debates (incluso discusiones) políticos a una lucha barbárica; cualquiera que preferiría vivir y dejar vivir a sus vecinos, sin importar cómo actúen en su vida privada. 'Nosotros' debería incluir a cualquiera que entiende que es posible respetar la individualidad de los demás. La dignidad no excluye que, a veces, la noción de comunidad implique dar paso a las necesidades de los demás antes que a las propias.
Del mismo modo, 'ellos' debería incluir a aquellos que usan el miedo como arma; aquellos que emplean antagonismos irrisorios para desviar la atención de las verdaderas oportunidades del cambio y de los peligros reales que nos amenazan; aquellos que fetichizan diferencias sanas y naturales entre las personas, eliminando el valor de la diversidad social.
Simplemente, no se trata –y nunca se ha tratado– de 'Islam contra Occidente'; sino de 'Trump y los de su calaña contra lo bueno del resto de la humanidad”.