A pesar de la falta de noticias, informantes sobre el terreno confirman que la batalla por Jerusalén y la Mezquita de Al-Aqsa ha entrado en una nueva y peligrosa fase. En el pasado, funcionarios de ambos lados afirmaban que la cuestión entre Palestina e Israel era sólo un "conflicto político"; las creencias religiosas, insistieron, no era un factor importante. Éste ya no es el caso; el patrimonio y los derechos religiosos ahora dominan el discurso y están dando forma al curso de los acontecimientos.
Cuando miles de judíos se reunieron en la ciudad ocupada de Jerusalén el fin de semana pasado para celebrar lo que consideran que es la destrucción del Segundo Templo por los romanos en el año 70, el mensaje era muy claro. El viceministro de Defensa de Israel, Eli Dahan confirmó su intención: "Estamos aquí para anunciar que hemos vuelto a Jerusalén y que estamos preparando nuestro corazón para volver al Monte del Templo y reconstruirlo" Como advertencia, agregó, "no estamos avergonzados de esto: queremos construir el tercer templo en el Monte del Templo." el "Monte del Templo", por supuesto, es el Santuario de al-Aqsa, hogar de la mezquita de al-Aqsa y la famosa cúpula de la Roca; el tercer sitio sagrado del Islam.
Las declaraciones de Dahan no eran las de un lunático. Son un reflejo de la opinión predominante dentro de la clase política israelí; el templo es central para el pueblo judío sin el cual no puede existir. Para ellos, la Mezquita de Al-Aqsa es un obstáculo en el camino de su objetivo.
El fallecido Meir Kahane, que fundó y dirigió el movimiento terrorista Kach, afirmó que el mayor error de Israel era no haber destruido Al-Aqsa en 1967 cuando Jerusalén fue ocupada durante la Guerra de los Seis Días. Por lo tanto, la cuestión ahora es simplemente terminar uno de los asuntos pendientes.
La Liga Árabe no es ajena a las consecuencias a largo plazo si esto ocurriese. Su secretario general adjunto, Ahmad Bin Hilli, ha advertido de que las actividades ilegales de Israel en Jerusalén sólo conducirán a más tensiones y enfrentamientos, y abrirán las puertas de un conflicto religioso cuyo resultado nadie será capaz de controlar o determinar.
Hasta ahora, las condenas rutinarias semanales de la Liga, la Autoridad Palestina y la Organización de Cooperación Islámica no han logrado disuadir a los israelíes de su política suicida. Por otra parte, ¿por qué, entonces los funcionarios de los países árabes, pasados y presentes, han aceptado las invitaciones de Israel a prodigarse en la ciudad ocupada de Jerusalén? Cualquiera puede ver que las amenazas israelíes en curso y la profanación de la mezquita de Al-Aqsa es una consecuencia natural de tal "inoperancia árabe".
Claramente animados por esta situación, el Ministro de Asuntos de Jerusalén de Israel, Zeev Elkin, sintió la confianza suficiente para despreciar la reciente preocupación del rey jordano Abdullah, y calificar sus palabras como "palabras vacías expresadas sólo para el consumo público". De acuerdo con el Tratado de Paz de 1994 entre Jordania e Israel, este último se comprometió a respetar el papel histórico de Jordania en la custodia de Al-Aqsa. De ahí, la afirmación del rey Abdullah esta semana defendiendo que, "La Mezquita de Al-Aqsa es islámica y no habrá ninguna partición [de ella]."
No hace falta decir que la situación en Jerusalén requiere una respuesta oficial y popular que coincida con la gravedad de la amenaza. Sin embargo, el problema con las autoridades árabes y afines es que quieren tener relaciones normales con Israel y, sin embargo rechazar la ocupación. No pueden tener las dos cosas, sin embargo, y para empeorar las cosas, han hecho caso omiso imprudentemente a la voluntad de sus ciudadanos sobre estos asuntos. Los habitantes de la región, por su parte, ya han expresado claramente sus sentimientos; no debe haber ninguna normalización con Israel en cualquier nivel hasta que la ocupación termine y los derechos de los palestinos sean restaurados. En Jordania, el parlamento ha votado en varias ocasiones para abrogar el Wadi Araba (Tratado de Paz), siendo posteriormente revocado por la autoridad real.
Cuando se inicie el próximo conflicto - hecho inevitable si las cosas siguen como están - hay otros que deben compartir la culpa. Entre estos principalmente se encuentran los gobiernos occidentales y los "desinteresados filántropos" que financian redes de colonos israelíes, son igualmente culpables. Como tal, Occidente no puede combatir en serio la radicalización de jóvenes musulmanes en su deriva hacia el extremismo, mientras que sus gobiernos tácitamente aprueben los atropellos diarios cometidos por los colonos ilegales en la mezquita de Al-Aqsa.
Dado que los ataques israelíes en curso sobre la mezquita sagrada son claras violaciones del derecho internacional, lo menos que las democracias occidentales pueden hacer es acabar con las organizaciones benéficas que financian la ocupación, como lo hacen con las organizaciones benéficas musulmanas acusadas de financiación del "terrorismo". El extremismo y el terrorismo no tienen color, raza o credo y los esfuerzos colectivos para evitarlo deberían estar ciegos a estas diferencias superficiales.
Fueron necesarios cinco años para reprimir la intifada que estalló tras la incursión de Ariel Sharon en el Noble Santuario en el año 2000. A menos que el mundo no haga un esfuerzo serio para frenar el extremismo israelí, y poner fin a su brutal ocupación militar de Palestina, tomará mucho más tiempo hacer frente a las consecuencias de los daños causados a la mezquita de al Aqsa por los fanáticos judíos.