En el curso de la historia humana, los tiranos como Bashar Al-Assad en Siria han utilizado la fuerza bruta y las matanzas para mantener el poder.
Las atrocidades que ha ordenado y llevado a cabo a menudo han intentado ser justificadas como el uso legítimo de la fuerza contra los disidentes locales o como defensa soberana contra una conspiración extranjera.
Esta semana, Bashar Al-Jaafari, el representante de Al-Assad en la ONU, atribuyó el ataque con gas sarín en 2013 el damasquino suburbio de Ghouta a la inteligencia francesa.
Esta acusación ridícula y débil es similar a los locos personajes que se ven en las revistas sensacionalistas que afirman haber sido secuestrados por extraterrestres y forzados a hacer cosas indecibles.
El anuncio de Al-Jaafari, por absurdo que pueda parecer, es revelador del profundo delirio que al-Assad y sus aliados han alcanzado.
El 21 de agosto de 2013, el mundo fue testigo de las horribles secuelas del uso de armas químicas de Al-Assad contra su propio pueblo, que, de acuerdo con un informe de Estados Unidos, causó unos 1.429 muertos, entre ellos 426 niños.
Ningún ser humano cuerdo dudaba de que Al-Assad era el verdadero culpable y que la comunidad internacional lo castigaría por sus transgresiones.
En su última entrevista con la revista The Atlantic, el presidente estadounidense Barack Obama habló de que había dibujado previamente una línea roja y advirtió Al-Assad que cualquier movimiento o uso de armas químicas podrían justificar una respuesta directa militar de Estados Unidos.
Sin embargo, la llamada Doctrina Obama, que ha conducido a los EE.UU a alejarse de la participación en Oriente Medio, prevalece. En consecuencia, siguiendo a Ghouta, Obama optó por tomar el camino fácil de pedir al presidente ruso Vladimir Putin, el principal patrón de Siria, que limpiase el desorden de Al-Assad.
De acuerdo con ello, el secretario de Estado, John Kerry, y su homólogo ruso, Sergey Lavrov, orquestaron una disposición deshonrosa digna de matón de patio de la escuela.
Las Reglas de Hama
En vez de destruir las capacidades de Al-Assad para lanzar futuros ataques de misiles o aéreas, se le ordenó a entregar todo su arsenal de armas químicas - una instrucción que parece haber tenido poco efecto sobre la capacidad del régimen para matar civiles.
Al parecer, este trágico asunto terminó con Al-Assad siendo, esencialmente, recompensado por sus crímenes. La comunidad internacional se mantuvo impotente mientras el consenso ruso-estadounidense empujó la guerra en Siria a un nuevo nivel.
Sin embargo, al matar a sus propios ciudadanos, Al-Assad se limita a seguir los pasos de su difunto padre, que 31 años antes había destruido la ciudad de Hama. Hafez Al-Assad, que hixo frente a la oposición de los Hermanos Musulmanes en Siria, desató su ira y sus tropas, matando a 20.000 de sus ciudadanos y arrasando la ciudad por completo.
El corresponsal del New York Times en la región en el momento, Thomas Friedman, informó que le había preguntado a un taxista en Hama qué había sido de todas las casas y la gente. "Probablemente está conduciendo sobre ellos", fue la fría respuesta.
Friedman llegó a acuñar el término "Reglas de Hama" para describir la lógica que llevó a Al-Assad padre a emplear tal brutalidad. En pocas palabras, Friedman llegó a la conclusión de que cuando se trata de la región, Reglas de Hama significaba que no había ninguna regla en absoluto y el más fuerte sería el último hombre en pie.
Si bien estas normas bárbaras sin duda aún se aplican hoy en día, especialmente en el contexto de Siria, no es menos cierto que han cambiado mucho. Principalmente, Hafez Al-Assad tenía una mejor comprensión de la política local y regional y sabía mejor que su hijo optometrista convertido en presidente, lo que jamás podría hacer a su pueblo.
En segundo lugar, al permitir que Irán y sus filiales -Hezbollah y las facciones iraquíes –se establezcan en cuarteles en Siria, Bashar Al-Assad ha sido expuesto como no apto para ganarle la partida a cualquiera de los grupos locales de la oposición, lo que llevó a sus aliados rusos e iraníes a hacer la mayor parte del trabajo de campo.
La principal diferencia entre padre e hijo es que Hafez nunca negó que ordenara la matanza de Hama, y no intentó justificarse ante su propio pueblo o el mundo.
Bashar Al-Assad, por el contrario, ha tenido la audacia de gasear a hombres, mujeres y niños, y acusar a otros de su crimen.
Al-Assad puede y continuará acusando a Francia, la oposición siria o incluso a los marcianos de perpetrar la matanza de Ghouta pero la dura realidad sigue siendo evidente - la sangre de otros civiles sirios en Duma, Madaya, Alepo, Daraa y Homs asegurará su castigo más pronto que tarde.