A Nir Barkat, el alcalde de Jerusalén, le gusta presentarse ante Occidente como el representante de una ciudad abierta y plural, un lugar que conjuga con éxito su diversidad étnica y religiosa, a pesar de los complejos retos de “seguridad” a los que hace frente. La realidad, en cambio, es algo diferente.
Como fue publicado por el diario Haaretz (con agradecimientos a Ofer Neiman por la traducción), en una reciente entrevista con miembros del partido Likud, Barkat se jactaba de infligir castigos colectivos a los barrios palestinos de la ocupada Jerusalén Este. De acuerdo con el periódico:
Barkat se mostraba orgulloso (…) de la cooperación que él había propiciado entre el ayuntamiento, la policía y la Shabak (el Shin Bet, el servicio secreto de la policía israelí) para castigar a los palestinos residentes en Jerusalén Este o a sus familiares sospechosos de haber participado en actos terroristas o disturbios, ello a través del refuerzo de los mecanismos en poder del Consistorio contra ellos.
Además, el reportaje añadía: “Barkat también justificaba la política de ubicar barreras arquitectónicas concretas en torno a los barrios palestinos en Jerusalén Este como medio de disuadir a los residentes de llevar a cabo actos de terrorismo”
El contexto de la reunion de Barkat con los activistas del Likud en Jerusalén, según contaba Haaretz, era el deseo del alcalde de “establecer una fuerte relación con el partido gobernante”. Para ello, el alcalde habría dedicado “una sustancial parte de su tiempo en los últimos meses a reunirse con miembros del Likud”.
Durante la última reunion, Barkat profundizó en su enfoque hacia los barrios palestinos de Jerusalén Este: “La cooperación entre los niveles civil y de seguridad” dijo, “de la cual la mayoría de la gente no es consciente, ha sido creada”. Continuaba diciendo:
“Hemos desarrollado varios interesantes modelos diferentes. El primero es la cooperación entre la Shabak (el Shin Bet), la policía y las autoridades municipales. Nos hemos sentado juntos y desarrollado diversos modelos, con los que estamos muy satisfechos, que no existen en ninguna otra parte y que estén adaptadas a nuestra situación”
Barkat añadió: “De repente, los malos residentes entienden que el sistema público sabe cómo trabajar coordinado, y de repente ser malo se hace desagradable, es desagradable estar en el otro lado”.
Una grabación de un extracto de las declaraciones de Barkat fue también publicada por la ONG Ir Amim. Como está traducido en 972mag, Barkat declaraba orgulloso:
“He solicitado cierre de calles y toques de queda en Jerusalén… Hemos aprobado cerca de treinta cierres. Si alguien camina hoy en torno a la entrada y salida de los barrios palestinos, podrá ver bloqueos efectivos… Esta filosofía genera un alto nivel de coexistencia entre árabes y judíos en la ciudad”
Estas sinceras observaciones no resultan sorprendentes: Bajo la vigilancia de Barkat, Jerusalén se ha convertido en “una ciudad-fortaleza de balas de goma, batallas campales y protestas”. En noviembre de 2014, luchando por hacer frente a una rebelión popular dirigida por los más jóvenes, los funcionarios israelíes en Jerusalén dieron apso a “una represión generalizada contra los residentes palestinos de Jerusalén Este”. Como Al-Jazeera informó en su momento:
“Las pequeñas empresas han sido cerradas por factures sin pagar o por defectos las licencias. El género ha sido confiscado. Uno de los residentes de la Ciudad Vieja, Sa´eed Shaloudi, fue incluso obligado a quitar de su casa el calentador del agua porque había sido instalado sin permiso”.
El mismo mes, el columnista israelí Nahum Barnea describía como el entonces comisario del Shin Bet, Yoram Cohen “cree ciegamente en el castigo colectivo como política disuasoria –penas de cárcel para los padres de los niños que tiran piedras, demoliciones de casas, deportaciones a Gaza, presión sobre la población a través de la recaudación forzosa de impuestos…”. Barnea añadía: “Nir Barkat comparte sus puntos de vista”.
Un año después, en septiembre de 2015, el primer ministro Benjamín Netanyahu y el ministro de Seguridad Pública, Gilad Erdan, aprobaron un plan del que la policía admitió que tenía “un aspecto de castigo colectivo”. El “objetivo”, según publicó Haaretz, “es incrementar la presión sobre los residentes de Jerusalén Este y hacer que ellos mismos disuadan a los lanzadores de piedras y a los participantes en disturbios”.
Todo esto sucedió antes del estallido de violencia que tuvo lugar en el mes siguiente, y que ha continuado, con altibajos, durante todo el año pasado. En Jerusalén, una de las respuestas de Israel a la revuelta palestina de octubre de 2015 fue un castigo colectivo más obvio: restricción física al acceso a la ciudad.
Decenas de checkpoints y cierres de calles fueron impuestas por todo Jerusalén Este, posicionados en los puntos de entrada de las comunidades palestinas. El 19 de octubre, una mujer palestina de 65 años de edad murió después de que un checkpoint retrasara su camino hacia el hospital: lo que debía ser un traslado de seis minutos, se transformó en uno de 45 por culpa de las restricciones al paso.
Nir Barkat ha demostrado ser el alcalde apropiado para una ciudad que ha hecho suyas las formas de la anexión y la ocupación. Recientemente, Barkat declaró que la propuesta de un teleférico en la ciudad incluirá una parada en el barrio palestino de Silwan para que los usuarios “comprendan quién manda en esta ciudad”.
Mientras tanto, las autoridades han demolido propiedades palestinas en Jerusalén Este en lo que llevamos de 2016 (hasta el 5 de septiembre); el total de demoliciones de todo 2015 fueron 78. Una instantánea del coste humano de esto: Nabih Al-Basti, de 53 años de edad, fue forzado a demoler su propia casa, construida 19 años antes, para evitar duras sanciones si eran las autoridades las que llevaban a cabo la demolición.
Se trata de un alcalde que, recordemos, considera a los residents no judíos de Jerusalén como una amenaza: “Hace veinte años, Jerusalén era 70% judía y 30% árabe, que es el objetivo del gobierno”, dijo Barkat en 2010. “A día de hoy, la relación es de 65% frente a 35%, lo que constituye una amenaza estratégica para Jerusalén”. En otras palabras, es abiertamente racista.
A Barkat le gusta rechazar las críticas respecto a políticas como la de construcción de asentamientos asegurando que Jerusalén no es diferente a “cualquier otra ciudad del mundo”. Pero sus políticas municipales de castigo colectivo y desplazamiento colonial, de las que se siente tan orgulloso, dibujan una escena de una ciudad única en su sistema de apartheid.