“Una fotografía, no importa lo desgarradora que sea, puede tener mucho poder”, escribían Paul Slovic y Nicole Smith Dahmen en QZ.com.
La fotografía a la que se referían en este comentario era la de Aylan Kurdi, el niño de tres años cuyo cuerpo apareció en una playa turca en septiembre de 2015.
Ha pasado ya un año desde que la trágica fotografía de un niño inocente, boca abajo y sin vida llamó la atención al mundo, alertando a la comunidad internacional de la urgencia de solucionar la horrorosa guerra de Siria.
Las estimaciones varían, pero parece bastante claro que entre 400.000 y 500.000 personas han perdido la vida en la guerra que todavía sigue en curso en Siria. Decenas de miles de ellos eran niños. El conflicto sirio es, quizás, el más complejo desde la Segunda Guerra Mundial. Hay multitud de bandos y multitud de guerras de poder que se están librando a la vez.
A pesar de la indignación y desesperación internacional generada por la foto de Aylan, la imagen fue usada de forma frívola por los distintos bandos para legitimar sus razones para la guerra. De alguna manera, la fotografía se convirtió en un arma en manos de los bandos contendientes, en lugar de en un llamamiento por un alto el fuego urgente y por la llegada de la paz.
De hecho, las conversaciones en curso entre Estados Unidos y Rusia parecen concentradas en conseguir un acuerdo que reúna los intereses políticos de los dos países en competición y, en menor medida, de sus aliados en la guerra. Los intereses del pueblo sirio –los de Aylan y su familia- apenas parecen tener importancia.
Esta reacción a la trágica muerte de Aylan no fue muy diferente a la que siguió a la reciente publicación de la foto del niño de cinco años de edad, Omran Daqneesh. Su pequeño cuerpo estaba sentado solo en la parte trasera de una ambulancia, después de ser desenterrado de entre los escombros – sus pequeñas manos sobre su regazo, su cara sucia, ensangrentada y aturdida.
Esta lamentable imagen, sin embargo, no ha sido usada como una oportunidad para hacer entender a todos por qué se debe aprobar un alto al fuego inmediato, por qué la guerra debe terminar. No fue sino una oportunidad perdida para unir al mundo en su ira y su horror contra las guerras.
En su lugar, la imagen se chocó en su camino con los bochornosos argumentos de quienes quieren echar más leña al fuego y abogan por más armas y más intervenciones militares como solución.
La imagen de Omran Daqneesh no circuló más después de la aparición de la decapitación del adolescente palestino Abdullah Isa por los criminales salafistas radicales. En lugar de servir como un recordatorio contra las guerras, el espeluznante vídeo del cruel asesinato sólo ha conseguido desatar una campaña de propaganda por parte de todas las partes en conflicto en Siria.
¿Qué ha sido de Siria y de su pueblo? Esta nación inigualable en su belleza, historia, poetas e intelectuales (los cuales, al igual que en Irak, han sido igualmente destruidos) está ahora encapsulada en un mera fotografía – de un niño muerto o de otros que mueren- en fotos que ocasionan un revuelo momentáneo en las redes sociales, pero que se desvanecen con el tiempo.
Parece que cuanto más dura la guerra siria, más se insensibiliza la gente respecto a este tipo de imágenes. Demasiado a menudo, la grandilocuencia mediática sobre Siria parece traducirse en acciones insignificantes o directamente en ninguna acción en absoluto, incluso cuando hay una plataforma disponible para actuar.
Por ejemplo, la reciente Cumbre Humanitaria Mundial celebrada en Estambul el pasado mes de mayo fue criticada con acierto por no abordar lo que es ya la mayor catástrofe humanitaria en setenta años.
Ciertamente, se airearon muchos eslóganes y se hicieron duros discursos, pero aparte de esta empatía verbal y los planes mediáticos generalizados, no se acordó ninguna medida práctica concreta.
Si el entusiasmo por la guerra en Siria fuera complementado con un entusiasmo similar por solucionar sus consecuencias humanitarias, la situación de los refugiados sirios no sería tan terrible como es a día de hoy.
Para poner las cosas en perspectiva, un solo necesita dejarse maravillar por estos números:
La población de Siria es de 17 millones de personas, de los cuales: 6,6 millones están desplazados internamente dentro de Siria y 4,7 millones son refugiados en la región (aproximadamente 2,6 millones en Turquía, 1,1 millón en el Líbano, 637.000 en Jordania, 245.000 en Irak y 118.000 en Egipto). Todo esto añadido al cerca de millón de sirios que se encuentran pidiendo asilo en Europa, muchos de los cuales han llegado a Europa en pequeñas embarcaciones, mientras muchos otros han muerto en el intento.
De acuerdo con la ONG Mercy Corps, del total de la población siria, 13,5 millones de personas están en necesidad de asistencia humanitaria urgente, mientras algunos de ellos están en peligro de muerte por malnutrición e inanición.
Hay dos maneras de las que pueden ser vistos estos números:
La primera, como una herramienta para ser utilizada para conseguir lamentables réditos políticos, que es lo que muchos hacen, desafortunadamente.
La otra, como una forma de darnos cuenta de la fealdad de la guerra y unir esfuerzos para ponerle fin con un acuerdo político digno que reconozca que, en una situación tan extremadamente siniestra, no puede haber vencedores.
Pero esta solución política no pude ser exclusivamente un asunto político, o afectar sólo a los grandes poderes.
Aylan, Omran y Abdullah están muertos, pero hay niños como ellos que son los que tendrán que llevar el peso de Siria en los años venideros,-curar las profundas heridas de su nación, reconstruirla, y luchar a través del dolor para hacer frente a su sangriento pasado.
La mejor manera de honrar a estos niños es entendiendo que el futuro de los niños sirios no puede ser definido de acuerdo a los deseos de los políticos estadounidenses o rusos, sino por el propio pueblo sirio.
Mientras tanto, todos debemos rechazar convertir en fetiche a la tragedia siria sin tratar de afrontar las raíces del conflicto, o jugar un rol constructivo y participativo presionando a los distintos gobiernos para que encuentren una solución que ponga fin a esta sucia guerra y salve la vida de los niños sirios.
Aylan, Omran, Abdullah y los 50.000 niños muertos en Siria se merecen lo mejor, y el mundo entero les ha fallado. No podemos negarlo, pero nunca es demasiado tarde para hacer lo que esté en nuestras manos para garantizar la supervivencia de los que aún están con vida, subsistiendo en los campos de refugiados o huyendo en su propio país, o más bien, en lo que queda de él.