No parece que la situación en Irak después de la inminente derrota de Daesh vaya a ser mucho mejor de lo que lo ha sido desde que el grupo terrorista tomara el control de la mitad del país en el año 2014. Los datos indican que las diferencias estratégicas entre los distintos actores rivales que se han unido en su lucha contra Daesh son demasiado importantes como para ser contenidas por algunos acuerdos pasajeros relacionados con la batalla por Mosul. Todos los actores participantes, y quienes les apoyan, están esperando el momento en que Daesh pierda definitivamente Mosul para comenzar la siguiente fase.
La batalla por Mosul llega con casi dos años y medio de retraso, un retraso que ha permitido a Daesh fortalecerse en la ciudad en términos de fortificaciones defensivas, pero también atraer a la gente hacia su ideología, lo que es más peligroso. El grupo ha trabajado muy duro para generarse apoyo popular entre la población de Mosul. Es difícil saber si lo logró o fracasó; esto es algo que no creo que nadie pueda saber dadas las condiciones actuales.
Distintos viejos rivales se unieron después de haberse repartido los roles a jugar y asegurarse un pedazo del pastel de la post-guerra. Tal vez esto se mostró en su forma más evidente viendo la estrategia definida para la batalla de Mosul por las distintas fuerzas militares, con los kurdos, el ejército iraquí, las Fuerzas de Movilización Popular (PMF, por sus siglas en inglés) y los demás combatientes, cada uno de ellos centrado en misiones muy concretas. Aunque la batalla todavía no ha terminado después de casi dos meses, hay indicios de que han surgido disputas entre las distintas partes. Los kurdos, por ejemplo, han hecho sus propias fortificaciones y han construido barreras de arena para confirmar que éstas delimitarán las nuevas fronteras de su zona, aun cuando la batalla todavía se está librando.
Bagdad está furioso por lo que han hecho los kurdos. El gobierno confirmó que el acuerdo alcanzado con las milicias kurdas antes del inicio de la batalla por Mosul implicaba que las milicias Peshmerga se retirarían a sus bases de las fronteras anteriores al 17 de octubre después de la batalla, y que el Gobierno Autónomo del Kurdistán iraquí en Erbil debía comprometerse a cumplir esto.
En el otro extremo del conflicto, las Fuerzas de Movilización Popular acantonadas en los alrededores de la ciudad de Tal Afar, a pocos kilómetros al norte de Mosul, ya habían comenzado realmente a romper el acuerdo antes de que comenzara la batalla. Su misión era cubrir la retaguardia de las fuerzas atacantes e impedir que los miembros de Daesh huyeran a Siria, pero las PMF -que se puede decir que representan políticamente a Irán y militarmente a Irak- rompieron filas e ingresaron en la localidad de Tal Afar, ignorando sus propias promesas.
Frente a esta situación, con una divergencia de intereses y conflictos a punto de estallar incluso antes de recuperar Mosul, parece que el status quo de los iraquíes está lejos de ser ideal después de la derrota de Daesh.
Algunos podrían pensar que Estados Unidos no permitirá ningún conflicto entre Bagdad y Erbil, pero el sufrimiento de los kurdos como resultado de las políticas de Bagdad puede empujarlos hacia opciones amargas. La situación económica en el Kurdistán iraquí es crítica, y las últimas declaraciones del presidente regional kurdo, Massoud Barzani, de que los sucesivos gobiernos de Bagdad han intentado deliberadamente matar de hambre a los kurdos, muestran el enorme nivel de descontento no sólo entre éstos últimos sino también entre su clase política. Las políticas de Bagdad, por supuesto, cuentan con la asesoría de Irán.
En algunas partes de Mosul, donde las fuerzas kurdas han entrado y tomado el control de manera firme, una solución razonable podría establecerse a través de una administración local conjunta de esas áreas. Sin embargo, el mayor obstáculo será en Kirkuk, zona rica en petróleo, donde ni Bagdad ni Erbil parecen dispuestos a poner en marcha un mecanismo para discutir cómo poner fin a la disputa por ella; ni mucho menos a renunciar a su control.
En cambio, la entrada de las PMF en Tal Afar va a agravar la ya compleja relación entre el gobierno de Bagdad y los árabes suníes de Irak. Tal Afar, en la que el presidente turco Recep Tayyip Erdogan dijo que no permitiría que ingresaran las PMF, parece estar dominada por las milicias chiíes, habiendo comprendido Ankara que no tiene poder para impedir que éstas entren. Tal vez la reciente conversación telefónica entre el primer ministro turco Binali Yildirim y su homólogo iraquí, Haider Al-Abadi, en la que declaró el apoyo de su país a los pasos de Bagdad en la lucha contra el terrorismo, es una clara indicación de la incapacidad de Turquía para hacer algo en Irak.
Una mala gestión en Tal Afar, que pretende ser una continuación de la línea terrestre de influencia iraní que la vincula a la costa siria a través de Irak, oscurecerá aún más la escena en Irak, sobre todo porque los suníes se encontrarán una vez más fuera de sus propias áreas, donde ellos esperaban ganar cierta autonomía frente a lo que consideran un gobierno que les discrimina.
Es, como se puede comprobar, una situación muy compleja, y eso que todavía no tenemos ni idea de cómo va a ser la política del presidente electo de Estados Unidos Donald Trump en Irak. Por lo tanto, es probable que el Irak post-Daesh siga siendo, desgraciadamente, un caldo de cultivo para guerras de poder continuas en los próximos años.
Traducido de Al-Araby Al Jadid, 13 de diciembre de 2016