El 12 de diciembre, el gobierno británico adoptó oficialmente una nueva definición de antisemitismo que incluye como tal a las críticas legítimas a las políticas del Estado de Israel.
La definición fue propuesta este año por el grupo pro-Israel IHRA (International Holocaust Remmembrance Alliance), aunque fue considerada pero rechazada por la agencia anti-racismo europea de 2005. Es una estrategia bastante peligrosa, que probablemente desembocará en una mayor fractura entre la sociedad civil británica y la élite política de Reino Unido.
Los grupos israelíes y pro Israel de Occidente siempre han tendido a confundir el racismo genuino con la crítica legítima a las políticas del Estado de Israel, acusado de violar decenas de leyes de la ONU y de crímenes de guerra en los territorios ocupados, sobre todo en la Franja de Gaza.
La adopción de esta nueva definición surge después de una crisis manufacturada en la política británica, en la que el Partido Laborista, dirigido por Jeremy Corbyn, fue acusado falsamente de ser "flojo" frente al antisemitismo. Esta "crisis" fue diseñada por los grupos pro-Israel para torpedear la campaña de los partidarios laboristas, que querían presionar a Israel para cumplir con las leyes internacionales y para acabar con el asedio y la ocupación en Gaza, Cisjordania y Jerusalén oriental.
Mientras que, en Reino Unido, los intentos de proteger a Israel de la libertad de expresión siguen cobrando fuerza; en Estados Unidos el debate se agotó hace tiempo. Hay poco espacio para cualquier crítica a Israel en los medios populares americanos o en la sociedad "educada". Por lo tanto, esto supone que la política estadounidense en Oriente Medio permanece en deuda únicamente con los intereses israelíes y las demandas de sus grupos de presión.
Siguiendo su ejemplo, ahora Reino Unido está adoptando esta misma posición de autodefensa, un problema que no es nuevo. De hecho, el viernes de la semana pasada se celebró un aniversario de gran importancia para este tema: el 16 de diciembre de 1991, la Asamblea General de la ONU aprobó la Resolución 46/86, una declaración única y contundente: "La Asamblea General decide revocar la determinación que contiene su resolución 3.379 (XXX) del 10 de noviembre de 1975".
Esto implicaba abrogar una resolución previa que equiparaba la ideología política oficial de Israel, el sionismo, con el racismo.
El texto más largo de la solución inicial, el 3.379 de 1975, se basaba en varios principios claros, incluida la resolución 2.106 de 1965 de la ONU, que definía la discriminación racial como "cualquier distinción, exclusión, restricción o preferencia basada en raza, color, descendencia u origen natal o étnico."
La eliminación de esta resolución fue el resultado de una presión de EE.UU. que duró años. En 1991, Israel insistió en que no se uniría las conversaciones de paz de la ONU en Madrid sin que primero se retirase la resolución 3.379. Con la ONU como uno de los patrocinadores de las Conversaciones de Madrid de 1991-92, la presión estadounidense al fin dio sus frutos, y los miembros de la ONU se vieron obligados a revocar sus decisiones anteriores.
Sin embargo, equiparar sionismo con racismo no es la única comparación que suelen pronunciar los críticos con Israel.
Hace poco, el representante ecuatoriano en las Naciones Unidas, Horacio Sevilla, fue inflexible en sus comentarios a durante la sesión de la ONU del 29 de noviembre, en la que se conmemoraba como el Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino.
Después de repudiar "con todas nuestras fuerzas la persecución y el genocidio" desatados por el "nazismo contra el pueblo hebreo", añadió; "pero no puedo recordar nada más parecido en nuestra historia contemporánea que la persecución y el genocidio que sufre el pueblo palestino por parte del imperialismo y el sionismo."
La ristra de críticas que siguieron a sus declaraciones era de esperar, ya que los diplomáticos israelíes aprovecharon una vez más la oportunidad para lanzar acusaciones de antisemitismo contra la ONU por perseguir constantemente a Israel mientras que, supuestamente, no actúa contra otros.
En lo que respecta a Israel, desde su punto de vista cualquier crítica al Estado y a su ideología política es antisemita, así como lo es cualquier petición de rendición de cuentas a Israel por sus conductas militares en la guerra.
Pero, ¿por qué a Israel le preocupan tanto las definiciones?
En el fondo de la propia existencia de Israel hay un sentido de vulnerabilidad que no pueden aliviar las cabezas nucleares ni el poder militar. Ilegalizar el uso del término "sionismo" es absurdo e impráctico, además de imposible.
Para los israelíes que protegen el término, "sionismo" significa muchas cosas; mientras que para los palestinos, que han aprendido a sufrirlo, se refiere a una sola ideología.
En un artículo publicado en 2012, el autor israelí Uri Avnery explicaba los muchos matices del sionismo - el sionismo socialista de las primeras etapas del Estado hebreo (de carácter izquierdista, laico, y colectivista a través de las granjas colectivas o kibutzim); el sionismo religioso que se considera el "precursor del Mesías"; el sionismo de derechas que reclama un "Estado judío en la Palestina histórica"; y el sionismo secular y liberal tal y como lo veía su fundador, Theodor Herlz.
Para un palestino cuyo territorio ha sido confiscado ilegalmente, su casa, demolida, y su vida puesta en peligro por estas fuerzas "sionistas"; la clasificación de Avery apenas le dice nada. Para ellos, el término "sionista" es meramente peyorativo, así como todo el que lo invoque, participe o justifique las acciones violentas de Israel basado en su apoyo al sionismo político.
En su artículo, "Sionismo desde el punto de vista de sus víctimas", el ex profesor palestino Edward Said dicta: "Es razonable descubrir que toda experiencia palestino-árabe parece unánime sobre su punto de vista de que el sionismo ha sido injusto con los árabes, y que incluso antes de que los británicos entregasen Palestina a los colonos sionistas para que establecieran formalmente un Estado en 1948, los palestinos se opusieron en masa e intentaron evitar el colonialismo sionista."
Muchos países comparten la percepción palestina del sionismo como una forma de colonialismo, y esta percepción es un hecho histórico, no una invención de la ilusión de un anti semitismo colectivo.
La razón por la que la cuestión del sionismo no debe vacilar ante ninguna intimidación es que la esencia del sionismo nunca maduró, evolucionó o cambió respecto a su versión primera y colonialista.
El historiador israelí Ilan Pappe está de acuerdo. "La ideología y la estrategia sionistas no han cambiado desde el principio", escribió. "La idea era 'Queremos crear un Estado judío en Palestina, pero también una democracia judía'. Así que los sionistas necesitaban siempre una mayoría judía... Por lo tanto, la limpieza étnica era la única solución desde el punto de vista sionista".
Este sigue siendo el principal motor de la política israelí respecto a los palestinos y la negativa de Israel de terminar con un colonialismo del siglo XIX y modernizar y democratizar un Estado para todos sus habitantes.
Para conseguirlo, habría de sacrificar el núcleo de su ideología sionista, construida sobre una amalgama de identidades etno-religiosas; y llegar a una forma universal de democracia en un Estado en el que judíos y árabes sean tratados como iguales.