El 25 de enero pasó como si nada para el pueblo de Egipto, aparte de un par de publicaciones en Facebook o tweets, algunos de los cuales eran elegías por la revolución, mientras otros expresaban su tristeza porque se haya perdido en un mar de frustración. Sin embargo, también hubo quien insistió en que la revolución continúa, y en que terminará por conseguir lo que se proponía.
A pesar de este contraste entre las opiniones, un hecho es seguro: la Revolución del 25 de enero fue la más grande de la historia de Egipto, y fue detenida por el Estado, ayudado por las élites corruptas, cuyo odio hacia la tendencia islámica superó a su amor por su país y su creencia en la democracia, la libertad, la igualdad y la justicia. Son los eslóganes que siempre habían promovido, y sobre las cuales se había construido su figura en el terreno político.
Por supuesto, la región jugó su papel, y fue un factor importante a la hora de detener la revolución, ya que los países vecinos temían que los vientos del cambio alcanzasen sus reinados y emiratos y destruyeran sus tronos. Por lo tanto, se esforzaron para frustrar nuestra revolución y que no alcanzase sus territorios. Invirtieron en ello miles de millones de dólares, y financiaron el golpe de Estado contra el primer presidente electo de la historia de Egipto, para así acabar con la recién nacida democracia.
Esta es la historia de una revolución popular contra la opresión y la corrupción; de la revolución de una nación contra un líder corrupto, para así hacer de su país un país justo. No podemos olvidar los eslóganes de la revolución: “Pan, libertad y justicia social” y “Mantén la cabeza alta, eres egipcio”. Esta nación fue capaz de romper la barrera del miedo y mostró su pecho desnudo ante el conflicto, sin temer por su propia seguridad. El poder de la verdad que poseían era mayor que el poder de las balas, y sacrificaron sus vidas por la libertad de su país y la dignidad de su pueblo. La revolución fue una leyenda que el pueblo no pudo defender ni proteger frente a sus enemigos, y el líder expulsado consiguió empujar de nuevo al pueblo detrás de las barreras del miedo y la humillación usando la fuerza de las armas.
Ahora la cuestión es: ¿dónde se ha ido el espíritu revolucionario de los egipcios? Viven en condiciones mucho peores que las del mandato de Mubarak. La economía egipcia está en un estado deplorable; ahora el dólar estadounidense equivale a 20 libras egipcias, y los precios en el país han subido más que nunca. Todas las familias están al borde de la ruina, y ya no hay salida política; todas las oportunidades se han acabado y nadie pude involucrarse en actividades políticas independientes que no estén de acuerdo con la ideología del gobierno actual. Si lo hacen, se consideran terroristas. De esto se acusa a todo ciudadano libre al que no le guste la situación actual en Egipto.
Hemos perdido todos nuestros derechos y libertades, y el país se ha convertido en una cárcel gigantesca para su pueblo. Es como si la situación en Corea del Norte se reprodujera en Egipto; nos ha llevado al nivel más bajo. Esto es Egipto en la era del golpe de Estado. ¿Conseguiremos recuperar el espíritu de la Revolución del 25 de enero para derrotar a este tirano corrupto? ¿O ha muerto realmente la revolución?