Las contradicciones y la polarización que hoy se manifiestan vívidamente no son ni recientes ni superficiales, sino que tienen sus raíces en dos tendencias opuestas de la historia intelectual y política de Occidente. Ambas llevan mucho tiempo compitiendo por el apoyo de las mentes de hombres y mujeres de toda Europa y más allá del Atlántico.
Los orígenes de la tendencia que representan Trump y los nuevos partidos populistas de extrema derecha se remontan a una concepción cerrada de la identidad nacional, obsesionada con nociones míticas de pureza racial y cultural.
Esto ha tenido numerosas manifestaciones en la historia europea moderna: el desenfrenado expansionismo militar de los siglos XVIII y XIX y sus lemas de “llevar a la civilización hacia atrás”; el nazismo y su creencia en la superioridad de la raza aria; o el fascismo y su nacionalismo radical y autoritario, que cobró protagonismo en la Europa de principios del siglo XX.
Pero, paralela a esta corriente racista de exclusión y en oposición directa a ella, se ha desarrollado otra tendencia en las sociedades occidentales. Esta tendencia se remota a la tradición de la Ilustración: los valores de la igualdad, libertad y humanidad; y los ideales de pluralismo y coexistencia en el marco de lo que el filósofo británico-austriaco Karl Popper llamó “sociedad abierta”.
Por supuesto, estas dos amplias corrientes dentro del patrimonio intelectual europeo no han ido siempre por separado del todo. A menudo, ciertos aspectos de una se han infiltrado en la otra, resultando en una extraña mezcla de ideales humanitarios con nociones arrogantes y agresivas de superioridad cultural.
La representación más clara de este extraño híbrido la encontramos en el secularismo radical francés; especialmente en cuanto a su relación con el Islam, reflejada, por ejemplo, en la disputa sobre el “burkini” o el uso del tocado islámico en espacios públicos.
El resurgimiento de la extrema derecha
La derrota del nazismo y del fascismo tras la II Guerra Mundial permitió que las tendencias socialista y liberal resurgiesen de la tradición de la Ilustración para domar a la derecha, frenando sus inherentes tendencias nativistas y autoritarias. Lo hicieron a través de grandes partidos políticos y una serie de instituciones activas en la sociedad civil, que actuaron como los guardianes de los modelos socialista y liberal.
Esto permitió que las minorías étnicas y religiosas y los grupos de protesta, incluyendo los de corrientes más minoritarias, encontraran cierto apoyo en las sociedades pluralistas e inclusivas de Occidente. Hubo ciertas excepciones, como en la era anti-comunista de McCarthy durante la Guerra Fría.
Con sus matices, la derecha es la mayor beneficiaria de la atmósfera de miedo que reina hoy en día: miedo al terrorismo, miedo al Islam, miedo a la inmigración, miedo a los extranjeros y miedo a la recesión económica.
El mundo de tensión, inseguridad y sospechas que existe desde el 11S ha creado el entorno ideal para el resurgimiento de la extrema derecha en todas sus diferentes manifestaciones, de las más corrientes a las más extremas, a menudo confundiendo las barreras entre ambas.
La última ola de xenofobia y nativismo se alimenta de un cóctel de ansiedades e inseguridades, potenciadas por la crisis económica, el terrorismo y la sensación de pérdida de identidad producto de la globalización, la comunicación en masa y la inmigración, y su realidad resultante de superposición de fronteras, nacionalidades y razas.
El triunfo del Brexit, Trump o la extrema derecha, con sus lemas aislacionistas de “Primero, América”, “Primero, Reino Unido” o “Primero, Francia” son síntomas de esta enfermedad occidental.
Aquí nos enfrentamos a una asombrosa paradoja: cuanto más diverso, vasto e interconectado se ha vuelto nuestro mundo; parece hacerse más cerrado, fanático y conservador.
Islamofobia: el nuevo objetivo del odio
Las dos últimas décadas han sido testigo del nacimiento de un nuevo tipo de odio, en el que la religión y la cultura se superponen a la raza y a la etnicidad. Este clima, generado por la lucha contra el terrorismo, ha permitido que la extrema derecha redirija su veneno de exclusión contra las minorías radicales a unas minorías religiosas y raciales específicas: de los negros y asiáticos hacia los negros musulmanes y asiáticos.
Por lo tanto, la extrema derecha ha sido capaz de redirigir su energía de exclusión contra los musulmanes. Su racismo y antisemitismo endémicos ahora vienen en otra caja: la de la islamofobia, la última especie legítima de odio hacia los “aliens” y “extranjeros”.
Dentro de estas políticas de temor y demonización, el problema con los musulmanes se convirtió en un sustituto del problema con los judíos. Los musulmanes se convirtieron en el objetivo del discurso racista que, en el pasado, estuvo dirigido a judíos y negros.
Bajo el impacto de los horrores del Holocausto, estos prejuicios se ocultan cada vez más. La energía del odio se reactivó en contra de los musulmanes bajo el pretexto de promover la seguridad nacional y combatir el terrorismo y el fascismo islámico.
El movimiento de resistencia
A pesar del resurgimiento de la extrema derecha es innegable, también lo es el de las corrientes progresistas arraigadas en la mentalidad ilustrada de Kant y su compromiso con los valores de la igualdad, la tolerancia y la libertad.
Se han revitalizado, energizados por el Brexit y la elección de Trump. Se han visto impulsadas a la acción, obligadas a movilizar sus filas, reorganizarse y buscar alianzas transversales en torno a la necesidad de proteger a la sociedad del autoritarismo y la xenofobia.
La orden ejecutiva de Trump de prohibir la entrada de personas de siete países de mayoría fue recibida con fuertes protestas en aeropuertos de todo Estados Unidos.
Las donaciones a grupos humanitarios, como la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU), se dispararon. El sábado, el primer día que entró en vigor la orden, la ACLU recaudó más de 24 millones de dólares de donaciones online; casi 7 veces más que lo recaudado en todo 2015 (unos 3,5 millones). Las donaciones provenían de, al menos, 356.306 personas; dos tercios de ellas donaban por primera vez.
Irónicamente, las políticas y el discurso de Trump, que pretenden demonizar, estigmatizar y aislar a los musulmanes; parecen haber conseguido todo lo contrario. Han generado consciencia de la perniciosa realidad de una creciente islamofobia y de los graves peligros que plantea, no sólo para los musulmanes, sino para toda lo sociedad y para sus derechos y libertades fundamentales.
Este movimiento de resistencia ha penetrado en todos los niveles de la sociedad americana; jueces que se niegan a aprobar la ley de Trump, abogados que defienden a los detenidos en los aeropuertos, trabajadores federales y taxistas. Para los millones de musulmanes del mundo, este movimiento ha desvelado otro Estados Unidos, diferente al que representa Trump y su supremacía de la raza blanca.
Mientras Trump alimena las llamas del odio y del extremismo, actuando como el sargento de la lucha contra el terrorismo; estos hombres y mujeres conscientes de la realidad están ayudando a extinguir el fuego. Están mostrando el lado más humano y noble de la sociedad americana, representante de los valores de la tolerancia y la inclusión; y no el lado más terrible del extremismo de Trump.