“No necesitábamos nada, el suelo era suficiente”, cuenta mientras mira a lo lejos, reviviendo sus primeros recuerdos de Palestina.
El poeta Mohammed Abu Daya atrae a gente allá donde va. Cuando habló en la conferencia de Palestinos en el Extranjero celebrada en Estambul, Turquía; Abu Daya se sentó junto a su nieto, que asistió para apoyarle.
"Nací poco después de la I Guerra Mundial. En aquel entonces, Palestina estaba en ruinas por la guerra. El suelo era infértil, las infraestructuras estaban destrozadas y tuvimos que reconstruir nuestras vidas y nuestro país."
“Debido a eso, mi familia comenzó a plantar y a revivir el suelo que nos rodeaba. Poco a poco, la tierra volvió a ser útil y llegamos a ser autosuficientes. Ni siquiera necesitábamos un trabajo, todo lo que necesitábamos era la comida que crecía del suelo y el agua que fluía por nuestros ríos”, explica.
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“Que fuésemos autosuficientes no significa que pudiésemos librarnos de la escuela”, bromea. “Recuerdo que tenía que ir a clase durante el día y, al volver, ir directo a nuestra huerta. Era la norma.” “No existía la pobreza. La naturaleza nos daba lo que necesitábamos, nadie pasaba hambre. Incluso aquellos sin dinero podían sobrevivir. Los más ricos les daban a los pobres, y nos asegurábamos de que existía una clase media sólida”, cuenta Abu Daya. La gente sobrevivía gracias a la amabilidad; la comunidad se apoyaba entre sí.
Abu Daya proviene de una zona cercana a la Franja de Gaza. La declaración que dictó que las tierras de su familia pasaban a formar parte del nuevo Estado de Israel en 1948 le convirtieron a él y a su familia en refugiados.La Nakba terminó con su vida en la Palestina rural. Su familia se negó a irse, aunque sus vidas corrían peligro si se quedaban en su territorio. Muchos fueron asesinados, pero algunos sobrevivieron y se quedaron. Hasta que les expulsaron.
“Cuando nos vimos obligados a escapar al atacarnos el Estado sionista, confiábamos en que fuese algo temporal. Justo antes de escapar, mi padre me dijo que empezase a plantar, para que, cuando volviésemos, las frutas y verduras estuviesen maduras y listas para comer. Nunca volvimos, y nos vimos obligados a admirar nuestro país y su sueño de liberación desde la distancia”. Desde entonces, Abu Daya se ha negado a olvidar Palestina. Su amor por su patria se hace evidente en todo lo que hace. La forma en la que insiste en vestir sólo con su vestido tradicional palestino, la manera en la que reitera su amor por la identidad palestina y, sobre todo, su poesía.
Esta palabra hablada es su “¡camino a Palestina!” y algo que cree que debe continuar durante generaciones.
“Mis nietos están esparcidos por todo el mundo, algunos de ellos nunca han vivido en un país árabe. Pero son palestinos orgullosos, y me aseguro de enseñarles a escribir poesía en árabe para que sigan apoyando la causa palestina de esta manera tan bonita.” “Les diría a todos los que están fuera, no sólo a mis nietos, que son importantes para la causa palestina, y que nunca deben olvidar su identidad palestina. Los palestinos de la diáspora son embajadores de Palestina y embajadores de nuestra cultura”, insistió Abu Daya. “Para mí, la poesía es más que una salida; la poesía es la medicina del corazón. Cuando escribimos poesía, expresamos nuestro dolor, nuestra pena y los preservamos para nosotros mismos y para las generaciones futuras. Por eso es tan importante para mí que mis nietos y las generaciones venideras de Palestina sigan escribiendo poemas.”
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El papel de la próxima generación es liberar a Palestina y regresar a las tierras de sus familias, destaca Abu Daya. “Les he dado a mis nietos las escrituras de nuestra tierra, las escrituras que me dio mi padre. Ningún Estado puede cuestionar estos documentos con el nombre de Palestina en ellos.”
“Palestina podría ser la rosa de Oriente Medio. La diáspora no debe olvidar esto, y han de hacer todo lo posible por preservar nuestra cultura y nuestra historia.”
Cuando finaliza nuestro encuentro recitando un poema acerca de una madre palestina, se forma una multitud. Todo el mundo se ve atraído por sus modales, su escritura, su pasión. La gente dice que los árabes maltratan a las mujeres, pero “los árabes aman a las mujeres más que a nada en el mundo, y la prueba está en que nuestros mejores poemas comienzan con halagos y elogios a dulces mujeres.”