Sin duda, el ascenso de Turquía en el panorama mundial no será acreditado por muchos como un resultado directo de la agitación y el caos en Oriente Medio. Sin embargo, eso sería subestimar en gran medida el poder regional de un actor que ejecuta cada movimiento con la precisión de un maestro del ajedrez.
Algunos de los que subestimaron al país y a su presidente, Recep Tayyip Erdogan, están empezando ahora abrir los ojos y a darse cuenta de la dominación de los turcos sobre el terreno de la diplomacia y la política internacional. Estados Unidos y Arabia Saudí, que han gastado cantidades ingentes de dinero en comprar influencia, han perdido a Siria, y nadie lo vio venir hasta que ya era demasiado tarde. El dramático colapso de Alepo supuso un jaque mate. Utilizo la analogía del ajedrez con total seriedad.
El poder político cambiante de la región me recuerda al famoso Campeonato del Mundo de Ajedrez de 1972 entre el estadounidense Bobby Fischer y Boris Spassky, de la antigua Unión Soviética. La tensión se hizo inmensa, ya que – por un momento – Fischer impidió la dominación soviética del juego.
Fischer vs. Spassky fue aclamada como la “partida del siglo”. Yo era tan sólo una adolescente, pero el entusiasmo generado me atrajo, y, aunque aún me cuesta jugar con precisión, puedo ver cómo la estrategia del ajedrez puede prestarse a la complejidad de la diplomacia internacional.
En términos de influencia política en Oriente Medio, Moscú sigue siendo la fuerza dominante, pero ahora existe una disputa entre Turquía y los iraníes, igual de calculadores. Estados Unidos y Europa sólo pueden observar desde el banquillo; han sido eliminados porque mezclaron y confundieron mensajes sobre el apoyo a los rebeldes sirios y la falta de apoyo a las zonas de exclusión aérea y a la ayuda humanitaria.
El escándalo europeo sobre los acuerdos de exención para los turcos también irritó a Ankara, y luego está el juego de “¿quién sabía qué?” acerca del golpe de Estado fallido del año pasado. Muchos turcos creen que, en el mejor de los casos, Estados Unidos conocía por adelantado el complot que existía contra Erdogan; y, en el peor, que ayudó a financiar el golpe de Estado, aunque puede que esta sea sólo una teoría conspiranoica. Mientras tanto, las fuerzas oscuras de Reino Unido, EEUU y algunos estados europeos son sospechosas de fomentar el caos para desestabilizar la posición de Erdogan.
Sea cual sea la verdad, también parece que Turquía e Irán, después de haber desbancado a todas las figuras internacionales – aparte de Rusia –, están ahora a punto de colisionar en una lucha por el poder en la región. Ambas se han ignorado mutuamente mientras hablaban de neutralizar o expulsar a varios oponentes de Oriente a Occidente, sirviéndose de las habilidades de grandes maestros de un juego que dura ya más de mil años y que empezó en el mundo árabe después de que los árabes conquistaran Persia.
Erdogan hizo su jugada inicial contra Irán a principios de este mes, cuando culpó al “nacionalismo persa” de la crisis en Oriente Medio y su ministro de exteriores, Mevlut Cavusoglu, acusó a Teherán de participar en una “guerra sectaria”. Fueron jugadas duras y audaces, sin duda respaldadas por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que “avisó” a Irán por el lanzamiento de un misil balístico como muestra de poder.
El mundo sólo puede mirar y esperar mientras los dos hacen sus jugadas, pero podemos estar seguros de que cada palabra será cuidadosamente elaborada y pulida antes de utilizarse en el juego. Los dos explotarán la fanfarronería de Trump para sus propios intereses y, aunque ninguno de los dos confía realmente en Putin, lo que en realidad pretenden ganar es su influencia, ya que el que se convierta en ganador será escuchado por Moscú y, como consecuencia directa, tendrá influencia sobre Damasco.
Podemos estar seguros de que Damasco es el premio que tanto Teherán como Ankara pretenden ganar para poder lograr sus objetivos. Rusia, que ha asegurado sus fuerzas navales y aéreas en Siria, parece estar cansándose de la política de Oriente Medio, y ha dejado claro que ya no le debe lealtad al líder sirio Bashar Al-Assad.
Los que más perderán si gana Turquía en esta guerra hablada con Teherán serán Desh y Assad, así como los kurdos. Por lo tanto, es muy probable que los aliados saudíes y del Golfo de Erdogan demuestren su gratitud de la única forma que saben: pagando mucho efectivo para financiar la creación de una zona segura en el norte de Siria.
Siempre y cuando esto no cueste un dólar a los contribuyentes estadounidenses, es casi seguro que la administración de Trump apoyará la creación de un pasillo humanitario controlado por Turquía en la región, sobre todo si eso molesta a los iraníes. El presidente estadounidense también lo declarará como una victoria americana; su victoria. En el planeta Trump, los detalles y los hechos no son importantes.
Estas son sólo algunas de las muchas maquinaciones que Erdogan y sus oponentes iraníes tienen que considerar a medida que se desarrolla esta tensa y mortal partida de ajedrez. Tendrá consecuencias muy graves, y no sólo para los ciudadanos de Oriente Medio.