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Sólo las vidas israelíes importan: El fracaso israelí en la investigación de sus cruentas guerras

Las fuerzas de seguridad israelíes intervienen contra los manifestantes palestinos durante una manifestación exigiendo que Israel devuelva los cuerpos de los palestinos asesinados por las fuerzas israelíes, en Belén, Cisjordania, el 26 de enero de 2017. (İssam Rimawi - Agencia Anadolu)

A simple vista, Israel presenta la imagen de una verdadera democracia, una democracia “normal y corriente”. Sin embargo, si se echa un vistazo más de cerca, la fachada democrática pronto se desvanece, transformándose en algo completamente diferente.

El martes 28 de febrero fue uno de esos momentos. El desarrollo de los acontecimientos fue el siguiente:

Un supervisor oficial del Estado de Israel emitió un informe sobre la gestión del gobierno israelí de la guerra de Julio de 2014 contra Gaza en el que criticó al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y al entonces ministro de Defensa, Moshe Ya'alon, entre otros, por la falta de preparación y por mala gestión durante los 51 días que duró el conflicto; Netanyahu reaccionó airadamente; Ya'alon recurrió a Facebook para defender su actuación; la oposición en la Knesset israelí pasó a la ofensiva; los políticos se alinearon, tomaron partido; seguido por un frenesí mediático; el país entró en erupción.

Esto no es un precedente. Es la repetición de un escenario recurrente que a menudo sucede a continuación de las operaciones militares de Israel. Cuando se emiten tales informes, los israelíes resuelven sus diferencias en feroces batallas parlamentarias y mediáticas.

Mientras los israelíes comienzan a examinar sus fracasos, exigiendo rendición de cuentas a su gobierno, los principales medios de comunicación occidentales encuentran la oportunidad perfecta para superar su propio récord de silencio ante el ataque militar de Israel.

(Más de 2.200 personas -de las cuales más del 70% eran civiles palestinos- fueron asesinados y miles más resultaron heridos en la denominada "Operación Margen Protector" de Israel en 2014.)

De acuerdo con la lógica de los medios estadounidenses, por ejemplo, la investigación de Israel sobre su propia acción es una prueba de su próspera democracia, a menudo contrapuestas con la falta de autoexamen o autocrítica de los gobiernos árabes.

Cuando Israel invadió el Líbano en 1982, instigando una guerra que produjo la muerte de decenas de miles de libaneses y palestinos, así como de israelíes, culminando en las masacres de Sabra y Shatilla, se produjo un escenario familiar: Estados Unidos hizo todo lo posible para prevenir cualquier intervención internacional o significativa, mientras que a Israel se le permitió investigarse a sí mismo.

El resultado fue el Informe de la Comisión de Kahan, cuya conclusión fue resumida por el experto en derecho internacional Richard Falk: "La victoria de Israel es más bien su reivindicación, a pesar de todo, como fuerza moral en la región, especialmente en comparación con sus rivales árabes".

Los medios de EE.UU. promocionaron la "victoria moral" de Israel, la cual, de alguna manera, hizo que todos descansaran y, como con una varita mágica, blanqueó un expediente ya de por sí inmaculado.

El editorial del Washington Post compuso el estribillo de felicitación: "Todo el proceso de la reacción israelí a la masacre de Beirut es un tributo a la vitalidad de la democracia en Israel y a la naturaleza moral del país".

Esta triste situación ha estado en repetición constante durante casi 70 años, desde que Israel declaró su independencia en 1948.

El derecho internacional es claro en cuanto a la responsabilidad legal de las potencias ocupantes, pero como Israel raramente es un entusiasta del derecho internacional, ha prohibido cualquier intento de ser investigado por sus acciones.

De hecho, Israel aborrece la idea misma de ser "investigado". Todo intento de las Naciones Unidas o de cualquier otra organización dedicada a defender el derecho internacional ha sido rechazado o ha fracasado.

Según la lógica israelí, Israel es una democracia y los países democráticos no pueden ser investigados por la implicación de su ejército en la muerte de civiles.

Esta fue, de hecho, la esencia de la declaración elaborada por la oficina de Netanyahu en junio de 2010, poco después de que los comandos del ejército israelí interceptaran una flotilla de ayuda humanitaria en su camino hacia Gaza y mataran a diez activistas desarmados en aguas internacionales.

Israel es una potencia ocupante en virtud del derecho internacional y es responsable ante el Cuarto Convenio de Ginebra. La comunidad internacional está legalmente obligada a examinar la conducta de Israel contra los civiles palestinos y, por supuesto, contra los civiles desarmados en aguas internacionales.

La costumbre de Israel de investigarse a sí mismo, aparte de funcionar como un instrumento de autoproclamación de la superioridad moral de Israel, nunca ha beneficiado a los palestinos.

De hecho, todo el aparato de justicia israelí es sistemáticamente injusto para los palestinos.

El grupo de derechos humanos israelí Yesh Din informó que "de las 186 investigaciones criminales abiertas por el ejército israelí en presuntos delitos contra palestinos en 2015, sólo cuatro dieron lugar a acusaciones". Tales acusaciones rara vez producen penas de prisión.

La reciente acusación al soldado israelí Elor Azarya, condenado a 18 meses de prisión, si bien la pena ha sido pospuesta de momento, por el asesinato a sangre fría de un presunto atacante palestino es una excepción, no la norma. Han pasado años desde que un soldado israelí fuese condenado. De hecho, varios miles de civiles palestinos han sido asesinados entre la última vez que una condena por "homicidio involuntario" fue dictada a un soldado israelí en 2005 y la acusación de Azarya.

Azarya, ahora considerado por muchos israelíes como un héroe, ha recibido un castigo tan ligero que es menor que el de un niño palestino por lanzar piedras contra un soldado israelí.

Algunos funcionarios de las Naciones Unidas, aunque impotentes por el apoyo estadounidense de Israel, están contrariados por este hecho.

La condena de 18 meses "también contrasta con las sentencias dictadas por otros tribunales israelíes por otros delitos menos graves, en particular la condena de niños palestinos a más de tres años de prisión por tirar piedras a los convoyes militares", aseguró la portavoz de la ONU, Ravina Shamdasani, en respuesta a la decisión judicial israelí.

Mientras que los medios de comunicación y expertos pro-Israel siguen alabando a la supuestamente inigualable democracia israelí, la campaña en Israel que pide el indulto para Azarya sigue ganando fuerza. El primer ministro Netanyahu ya se ha sumado a esta propuesta.

No sólo es que el sistema de justicia israelí sea injusto para los palestinos, es más, se pensó en todo momento una estructura judicial que actuase sistemáticamente así.

El apetito de Israel por la guerra está, de hecho, en un máximo histórico. Algunos tertualianos están argumentando que Israel debería lanzar otra guerra para redimir sus "errores" en la anterior, como se indica en el informe.

Pero la guerra misma es un elemento básico para Israel. La reacción del periodista israelí Gideon Levy contra dicho informe lo explica mejor. Éste argumentó que el informe es casi una copia plagiada del "Informe de la Comisión Winograd" que siguió a la Segunda Guerra del Líbano en el 2006.

Todas las guerras desde 1948 "podrían haberse evitado", escribió Levy en Haaretz. Pero no lo fueron, francamente, porque "A Israel le gustan las guerras. Las necesita. No hace nada para prevenirlas y, a veces, las instiga”.

Esta es la única lectura posible sobre este último informe, pero también sobre el resto de informes, cuando la guerra se utiliza como una herramienta de control, para "rebajar" las defensas de un enemigo sitiado, para crear distracciones de la corrupción política, para ayudar a los políticos a ganar popularidad, y para jugar una y otra vez, el papel de víctima, así como muchos otros pretextos.

En cuanto a los palestinos, que no son capaces de instigar ni sostener una guerra, sólo pueden luchar, de manera real o simbólica, cada vez que Israel decide emprender otra guerra sangrienta y evitable.

No importa el resultado, Israel se jactará de su superioridad militar, inteligencia incomparable, democracia transparente y superioridad moral; Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y otros países europeos estarán de acuerdo con entusiasmo, emitiendo a Israel otro cheque en blanco para "defenderse" por cualquier medio.

Mientras tanto, cualquier intento de investigar la conducta israelí será en vano, porque Israel es una "democracia" y, por alguna razón, las autoproclamadas democracias no pueden ser investigadas. Sólo sus falsas investigaciones importan.

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Ramzy Baroud

Ramzy Baroud es periodista, autor y editor de Palestine Chronicle. Es autor de varios libros sobre la lucha palestina, entre ellos "La última tierra": Una historia palestina' (Pluto Press, Londres). Baroud tiene un doctorado en Estudios Palestinos de la Universidad de Exeter y es un académico no residente en el Centro Orfalea de Estudios Globales e Internacionales de la Universidad de California en Santa Bárbara. Su sitio web es www.ramzybaroud.net.

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