Las instituciones multilaterales pueden ser fastidiosos vendehúmos o vehículos dinámicos del cambio. Las Naciones Unidas son un buen ejemplo. Aunque su propósito es innegablemente loable, su historial de logros es terrible, sobre todo respecto a los derechos humanos.
Hace 10 años, justo después de ser nombrado Secretario General de la ONU, el ahora retirado Ban Kimoon abría la 4ª sesión del Consejo de los Derechos Humanos (HRC) con las siguientes palabras: “Todas las víctimas de abusos de los derechos humanos deberían considerar el Consejo como un foro y un medio donde actuar".
¿Actuar? Hoy en día, la institución sigue siendo incapaz tanto de proteger a las víctimas de abusos de los derechos humanos como de responsabilizar a sus agresores. La lista de estos últimos es larga, y crece a una velocidad alarmante. El caso de los palestinos, que llevan sometidos a los brutales abusos de la ocupación militar israelí durante 69 años es, quizás, el más preocupante.
Lo que hace su caso tan desgarrador es el hecho de que Israel y sus aliados occidentales han removido cielo y tierra con tal de obstruir, destruir y desacreditar el trabajo del Consejo de Derechos Humanos. Por ejemplo, en cuanto el presidente estadounidense Donald Trump asumió su puesto, dejó caer una avalancha de amenazas contra la ONU. A finales de enero, se filtró el borrador de una orden ejecutiva que reveló que el gobierno de Trump contemplaba un recorte del 40% de su financiación a agencias de la ONU, especialmente aquellas que garantizan la membresía plena de la Organización para la Liberación de Palestina y la Autoridad Nacional Palestina.
Sería razonable suponer que el auto determinado “líder del mundo libre” y “policía del mundo” tendría que hacer exactamente lo contrario, y tratar de defender el imperio de la ley y el respeto por los derechos humanos. Sin embargo, es poco probable que esto suceda en el futuro próximo, debido a una sencilla razón: Estados Unidos desconfía de las instituciones internacionales, como el CSD, que tienen la capacidad de establecer tribunales para investigar crímenes de guerra y abusos de los derechos humanos; por lo que suponen una amenaza para EEUU e Israel.
Respecto a esto último, dos crímenes en concreto continúan galvanizando la opinión pública. El primero es la incesante expansión de los asentamientos coloniales ilegales de Israel en los territorios palestinos ocupados en 1967; el segundo es la consolidación de un régimen de apartheid dentro del propio Israel. Se espera que ambos crímenes estén entre las prioridades del CSD en los días restantes de su 34ª sesión.
Por supuesto, existe un umbral que el congreso no superará. Sus resoluciones serán meras palabras en papeles siempre y cuando algunos de sus miembros sigan apoyando y promoviendo las políticas israelíes como emblema de “la única democracia de Oriente Medio”, como si la democracia no pudiera distorsionarse y acabar en tiranía.
En su último libro, En Tiranía, Timothy Snyder nos recuerda que la democracia puede decaer y corromperse, y que su colapso en Europa en los años 20 y 30 dio lugar al fascismo y al nazismo. Hay que recordar que Snyder es miembro del Comité de Conciencia del Museo Memorial del Holocausto de Estados Unidos.
Asimismo, el fracaso y caída de la democracia en Israel ha dado lugar a un sistema de apartheid, que sitúa en clara desventaja al 20% de ciudadanos israelíes, que son árabes palestinos. Sin embargo, por muy amenazante que parezca esto, aún hay esperanza de evitar sus desastrosas consecuencias.
Al contrario del apoyo que brindaron los profesionales, académicos, jueces y escritores a los regímenes totalitarios europeos de hace unas décadas; los jóvenes de hoy en día, por 13er año consecutivo, han organizado la Semana del Apartheid Israelí (IAW, por sus siglas en inglés) en más de 250 ciudades y campus de todo el mundo. A pesar de las campañas del gobierno para silenciar a los estudiantes, la IAW crece cada año. Si pueden sobrevivir 13 años teniendo en su contra a grandes campañas pro-israelíes bien financiadas, podemos ser optimistas respecto a sus posibilidades de sobrevivir el tiempo que sea necesario para acabar con el racismo institucional y la discriminación en Israel y en todo el mundo.
Sin embargo, no deberían cargar con toda esta responsabilidad sobre sus hombros. El trabajo invertido en promover la IAW sería mucho más sencillo si la gente con buena voluntad de todos los sectores de la sociedad rechazase la noción de que Israel está, en cierta manera, por encima de la ley; que su “excepción” supone que puede hacer lo que quiera y cuando quiera. Por muy difícil y desalentador que pueda parecer, esta gente, por el bien de la humanidad, debe reestablecer la dirección de las instituciones internacionales; la ONU sería un buen lugar para empezar.
El organismo mundial se ha desviado claramente de sus principios fundacionales, y ahora sigue un camino peligroso. El hecho de que el sucesor de Ban Ki-moon, Antonio Guterres, podría incluso considerar como subsecretaria a Tzipi Livni, sospechosa de perpetrar crímenes de guerra en Israel, lo demuestra. La llamada oferta de compromiso se realizó después de que la administración de Trump impidiese el nombramiento del ex primer ministro palestino, Salam Fayyad, como enviado especial de la ONU a Libia.
Fue bajo el mandato de Livni como primera ministra cuando Israel atacó la escuela de Al Fakhoura, gestionada por la ONU, en el campo de refugiados de Jabaliya, en Gaza, el 6 de enero de 2009. Más de 40 personas, entre ellos varios niños, murieron en el bombardeo. Una investigación de la ONU confirmó posteriormente que en ningún momento se disparó a los atacantes israelíes desde la escuela y que no había ningún explosivo en el recinto. Según Livni, en aquel momento no había “ninguna crisis humanitaria en la Gaza y, por lo tanto, no se necesita una tregua humanitaria.”
Frente a la constante amenaza de intimidación y chantaje por parte de los Estados más poderosos, el Consejo de Derechos Humanos debería aprender del valiente ejemplo de los estudiantes que organizan la Semana del Apartheid de Israel; a pesar de amenazas que podrían arruinar sus carreras, se mantienen firmes y declaran que el apartheid es un crimen. Lo mínimo que puede hacer el Consejo en los días que quedan de su 34ª sesión es anunciar su propia campaña anti apartheid en contra de la versión israelí del racismo institucionalizado; no sólo durante una semana al año, sino todas las semanas de todos los años mientras siga existiendo este injusto sistema.