Los más cínicos dirán que el movimiento de Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS) se ha llevado lo que se estaba buscando cuando, hace poco, Israel prohibió a sus activistas entrar en el país. Sin duda, no se puede abogar por cortar los vínculos con un país y no esperar que el gobierno de ese país te haga lo mismo.
Esto es lo que Richard Falk llamó una “guerra de legitimidad” que tiene que librarse, pacíficamente, con Israel, “combinando la movilización de un movimiento con la solidaridad global”. En un artículo que después fue retirado de la web de la Coalición Stop the War, Falk se mostró menos claro respecto a cómo esta guerra tiene dos caras. Si no las tiene, suele llamarse masacre. El movimiento BDS no debería contribuir a una masacre.
Los estrategas del BDS podrían llegar a decir que esta prohibición actúa en su favor; demuestra que algo está pasando; y demuestra que Israel es más autoritario de lo que parece. De hecho, Israel es cada vez más anti-liberal, y el BDS parece estar entre la minoría iluminada de observadores internacionales que se han dado cuenta. La delicada sensibilidad de los partidarios liberales neoconservadores de Israel, enamorados de la idea de Estado, pero no conscientes de sus realidades políticas, no les deja usar la palabra “apartheid”. Según ellos, apartheid es un término ridículo, ya que musulmanes y judíos viven en Israel. Sí, viven juntos, en cierto modo, pero resulta que no sólo hay una serie de leyes discriminantes que afectan a la minoría no judía, sino que también existen algunos dignatarios israelíes que piensan que en Israel se está realizando un apartheid.
Shulamit Aloni, que fue ministra de educación con Yitzhak Rabin, dijo en 2007 que “sí, hay un apartheid en Israel”. Con considerable discernimiento, añadió que “es simplemente inconcebible que las mayores víctimas, los judíos, sean quien hagan las malas acciones.” Es la incómoda realidad – que el Estado judío, creado debido a que los judíos fueron perseguidos durante décadas, ahora se ha convertido en el opresor – que hace que esa palabra que empieza por “a” sea tan difícil de utilizar en la sociedad educada. El BDS, que es, sin duda, un movimiento radical, también es, debido a su naturaleza radical, lo suficientemente valiente como para hacer esta asociación de ideas.
El hecho de que Israel se haya convertido en el opresor es una incómoda realidad muy difícil de asimilar, si miras desde los ojos de un país en el que los judíos siguen siendo discriminados. Esta misma semana, se ha encontrado una señal de tráfico en una zona judía del norte de Londres que dice “Cuidado con los judíos”. Resultó ser un proyecto artístico con muy mal gusto, pero al considerarlo junto a otros incidentes con esvásticas y un aumento de los crímenes de odio contra judíos tras el referéndum del Bréxit – además de que los niños alumnos de escuelas judías en este país son vigilados con cámaras de seguridad y policías por miedo a ataques antisemitas – tal vez se puede comprender por qué los observadores británicos de Israel empatizan tanto con este Estado.
Sin embargo, el clamor de las voces israelíes que utilizan la palabra que empieza por “a” ha aumentado. En noviembre de 2014, el ex fiscal general Michael Ben-Yair repitió sus declaraciones de 2002, de que su país “ha establecido un régimen de apartheid en los territorios palestinos ocupados”. Yossi Sarid, que fue ministro de medio ambiente con Rabin y Shimon Peres, declaró sin rodeos que “los afrikáners blancos también tenían razones para dar pie a su política de segregación; también se sentían amenazados – un gran peligro llamaba a su puerta y estaban asustados, tenían que defenderse. Sin embargo, por desgracia, todas las buenas razones para el apartheid son malas razones; el apartheid siempre ocurre por una razón, y nunca tiene una justificación. Y lo que actúa como un apartheid y es controlado como un apartheid no es un pato – es un apartheid.”
Sólo hay que fijarse en el concepto de “carreteras sólo para judíos” para que resulte difícil refutar esta cepa de pensamiento israelí antiapartheid. Imagina si esas carreteras se construyeran en Reino Unido.
La prohibición a los activistas explotará en la cara del actual gobierno israelí, también porque los sionistas liberales – judíos o gentiles – se están dando al fin cuenta de que ser un sionista liberal no tiene sentido si los que manejan la situación son sionistas autoritarios. Considerado junto al hecho de que se esperaba la proclamación de esta prohibición, estos tres aspectos resultan en el perverso caso de que los activistas del BDS harían bien en ignorarla. En términos estratégicos, puede que la prohibición llegue a ayudar a su causa.
Más allá de estas curiosidades analíticas, está sucediendo algo mucho más siniestro. Con el foco encima de los activistas a los que se les niega la entrada a Israel – cabe destacar a Simone Zimmerman, de EEUU, o Hugh Lanning, de Reino Unido, por no mencionar al líder del Partido Laborista – se desvía la atención. Las verdaderas víctimas de esta prohibición no serán los occidentales, sino los palestinos.
Como si no fuese ya complicado para los palestinos viajar antes de que esto sucediera, ahora los que se arriesgan a hacerlo podrían no poder regresar. Es una manera excelente para Israel de reducir la población activista palestina.
La razón por la que los activistas del BDS deben enfrentarse a esta medida y no simplemente ignorarla es que representa una forma sofisticada de discriminación étnica. El BDS es un movimiento internacional, pero sus raíces son palestinas. Si arrancas las raíces, como pretende hacer esta prohibición, el movimiento se derrumba. Podría decirse que el BDS es la última esperanza de los palestinos. ¿Podrán regresar alguna vez aquellos que se vayan de su patria? Claro que no. Por eso los activistas del BDS no pueden ignorar esta medida, aunque, perversamente, actúe en su favor. Como siempre, son los palestinos los que sufren más el efecto del apartheid israelí.