Con una sola acción de pura maldad, Bashar Al-Assad ha salvado la presidencia de Trump. Desde su inauguración en enero de 2017, Donald Trump ha sufrido para poner en marcha su administración. En el centro de sus problemas está la investigación en curso del FBI sobre posibles connivencias entre su equipo de campaña electoral y el gobierno ruso.
Las investigaciones de contrainteligencia sobre los enlaces entre Trump y Rusia, que comenzaron en julio de 2016, han ensombrecido al joven gobierno. En menos de un mes en el cargo, Trump ha perdido a su asesor de seguridad nacional, Michael Flynn, después de que intentara encubrir su contacto con oficiales rusos durante la campaña electoral. En los últimos días, ha sufrido un golpe demoledor cuando su principal estratega político, Steve Bannon, fue despedido del Consejo de Seguridad Nacional y reemplazado por oficiales de seguridad.
Cuando el río suena, agua lleva, y parece que es sólo cuestión de tiempo que la verdad sobre la relación entre Trump y Rusia salga a la luz.
Mientras tanto, la información diaria; las inesperadas dimisiones de oficiales; y la incapacidad de Trump de ganar la aprobación del Congreso de sus grandes promesas electorales, en especial su “prohibición a los musulmanes”, y la derogación de la política de sanidad del Obamacare, han destrozado completamente sus ratios de aprobación.
A finales de marzo, pocos días antes del ataque químico de Al-Assad, la calificación de Trump estaba al 35%, la más baja de todos los presidentes en su primer año. Debe haberse dado de la amenaza; si continúa este descenso en picado de su popularidad, se truncan sus esperanzas de un segundo mandato. Sólo otros dos presidentes, Jimmy Carter y George H. W. Bush, bajaron al 20% durante su primer mandato. Ninguno fue reelegido para un segundo.
Al gasear a la población civil de Jan Sheijun, Al-Assad le ha lanzado un salvavidas a Trump y, como cualquier hombre que se ahoga, se ha agarrado a él con ambas manos.
Siria le ha proporcionado el escenario perfecto para montar un espectáculo de potencial fuera de Estados Unidos. Obviamente, sabía que dañar al protegido de Rusia desviaría las sospechas de sus enlaces con Rusia, el antiguo enemigo de Estados Unidos. Efectivamente, si ahora los rusos revelaran cualquier “secreto” sobre él, siempre podrá decir que son noticias falsas del enemigo.
Claramente, Al-Assad malinterpretó las recientes declaraciones de la Casa Blanca, en las que afirmaban que su prioridad era el Daesh. Lo entendió como que podía actuar con impunidad. Además, malinterpretó la retórica aislacionista de Trump y sus afirmaciones de que quiere ser presidente de EEUU, no presidente del mundo.
Esta malinterpretación fatal de Al-Assad hizo que pensara que tenía permiso para utilizar las armas químicas que aún tiene almacenadas, desafiando a la comunidad internacional. Cuando cometes un crimen contra la humanidad tan terrible como el ataque con sarín, puede haber consecuencias, incluso por parte de un notorio aislacionista como Trump.
A pesar de las amenazas posteriores de que, si era necesario, EEUU repetiría los ataques con misiles en Siria, nada parece indicar que Washington o sus aliados quieran un enfrentamiento con los rusos. Su principal aliado, Reino Unido, ha declarado que esto no es el comienzo de una campaña militar. El ataque de esta semana sólo pretendía ser disuasorio; de ahí el ataque limitado a la base aérea de la cual despegaron los aviones que lanzaron el gas mortífero. Si Trump hubiese querido, habría extendido sus ataques con misiles hasta los palacios de Al-Assad en Damasco.
Políticamente hablando, Donald Trump era, hasta finales de marzo, un muerto viviente. Perseguido por los escándalos con Rusia y acosado por lo que él llama “los medios malvados”, su gobierno parecía estar a punto de estallar. Hasta que Bashar Al-Assad llegó al rescate atacando Jan Sheijun con armas químicas.
Donald Trump tiene los instintos naturales de un superviviente. En este caso, bien pudo haber aprendido una lección crucial de Maquiavelo: un león no puede protegerse de las trampas, y un zorro no puede protegerse de los lobos. Así que uno que tiene que ser un zorro para reconocer las trampas, y un león para asustar a los lobos.
De momento, ha evitado las trampas rusas y ha mantenido a raya a los lobos mediáticos. Pero, ¿cuánto más resistirá? Sólo el tiempo lo dirá. Tarde o temprano, las investigaciones del FBI sobre sus enlaces con Rusia, y ahora la involucración de Rusia en el ataque químico podrían acabar siendo su némesis. Sin embargo, si los líderes extranjeros como Al-Assad son los suficientemente ilusos como para facilitarle la supervivencia, Trump no desperdiciará la oportunidad.