El status de un país no está determinado –como les gusta hacernos creer a algunos historiadores– sólamente por su historia, o por su geografía, ni siquiera por su voluntad política. El papel de los países es moldeado, de hecho, por una interacción de geografía, historia, política y recursos.
Es en la confluencia de estos factores en la que nació el papel del Egipto del S.XX, desarrollándose en las vidas de los habitantes del mundo árabe, en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial y de entre las cenizas del Imperio Otomano.
El “poder blando” egipcio, si se le pudiera llamar así, emergió en la segunda mitad del S.XIX. No obstante, uno no debería exagerar, pues la realidad es que Egipto cayó en manos de los colonialistas británicos en 1882.
Trabajando sobre los logros ya alcanzados por el jedive Ismael, los británicos se propusieron crear un clima relativamente liberal, lo que atrajo a numerosos cristianos ilustrados de todo Oriente junto con un número igualmente alto de eruditos salafistas reformistas.
El papel jugado por todos estos elementos en la cultura egipcia –y, en general, en la árabe– exageraron la importancia del Cairo en el S.XIX y principios del S. XX. Pero lo cierto es que, hasta la primera guerra mundial, Estambul continuó siendo el centro de la cultura y la política en la región.
Primero estuvo Estambul
Era hacia Estambul hacia donde se dirigieron cientos de activistas árabes y musulmanes, incluyendo muchos egipcios. Era en Estambul donde las decisiones clave eran tomadas y donde se desarrollaron las principales corrientes políticas. Y fue de Estambul de donde estos individuos partieron para iniciar su lucha contra la hegemonía de las potencias extranjeras.
Si Damasco fue la cuna del movimiento árabe, las más importantes corrientes del arabismo emergieron de entre los círculos de estudiantes e ilustrados árabes de la capital del sultanato.
El papel de Estambul terminó con la derrota de los otomanos y el nacimiento de la República de Turquía, cuya primera decisión fue la de aislarse y desvincularse del mundo árabe.
Desde entonces, los árabes se embarcaron en un duro viaje en búsqueda de un nuevo marco que les sirviera de referencia identitaria, así como para liberarse de la hegemonía extranjera y poner fin a la división territorial impuesta desde el exterior.
El alzamiento de Egipto
El movimiento árabe no solo expandió sus horizontes en los años 20 y 30, sino que además alcanzó grandes logros en los campos de la cultura y la política egipcias.
Este desarrollo vino acompañado del nacimiento – particularmente entre la élite egipcia– de un notable nivel de consciencia, proporcional al tamaño y posición del país, del potencial rol de la nación del Nilo.
Primero, con mucho apoyo de los círculos seculares, el rey Fuad intentó heredar el título de califa cuando este fue anulado en Turquía. Luego el rey Faruk se rodeó de egipcios, tanto arabistas como islamistas, que imaginaron un Egipto que podría guiar al mundo árabe al completo.
A pesar de la desconfianza política vista a menudo en Iraq, Siria y Arabia Saudí, los árabes en su conjunto vieron en Egipto su más importante centro de gravedad, tal vez el único que tenían.
No hay duda de que el nacimiento de la Cuestión Palestina y el papel jugado por Egipto –o el que debía jugar– en apoyo a los palestinos, ayudó a mejorar la imagen que los árabes tenían de Egipto y la que los egipcios tenían de su país.
El creador de la conciencia árabe
Durante los años posteriores a 1952, el arabismo se convirtió en el principal marco de referencia para la República de Egipto. La corriente arabista, que había sido muy controvertida en el período de entreguerras, fue transformada en respetables políticas y unida con consideraciones estratégicas de tipo económico, político y cultural, incluso en momentos en los que Egipto parecía estar en una posición poco ventajosa.
Así fue como Egipto se convirtió en el centro cultural del mundo árabe y en un referente político. Desde los años 30, Egipto lideraría la lucha del mundo árabe por Palestina y enarboló la bandera de la unidad árabe. El país se convirtió el hogar de la Liga Árabe, apoyó los movimientos árabes de liberación anticolonial y libró una guerra tras otras para reafirmar la posición de las emergentes naciones árabes en el escenario global.
No muchos árabes prestaron atención a los papeles jugados por Bagdad y Alepo en el desarrollo de la música árabe moderna porque Egipto, y sólo Egipto, se había convertido en el centro cuya función era reconocida por todos como esencial para conformar sus gustos musicales.
A esto se añadió que Egipto continuó albergando la mayor parte de la industria cinematográfica árabe. Tanto que el dialecto egipcio del árabe se convirtió de alguna forma en sinónimo del árabe “correcto”. Durante décadas, la Universidad Egipcia –hoy conocida como la Universidad del Cairo– fue la meca para todos los árabes que aspiraban a recibir una educación moderna.
Las instituciones de educación superior que pronto surgieron en la capitales de los países árabes recién independizados siguieron el ejemplo de la Universidad Egipcia y la emularon. Algo que no sólo ocurrió con la educación secular.
La posición de Al-Azhar como bastión de las ciencias islámicas no flaqueó, ni con la proliferación de otros muchos centros de educación islámica ni tras el choque entre el régimen republicano y los Hermanos Musulmanes.
En resumen, Egipto no sólo se convirtió en el corazón palpitante de todos los árabes, sino también en el hacedor de su conciencia colectiva y de su alma moderna.
Grabado en la memoria
No es extraño, entonces, que la posición y el papel de Egipto –que el país mantuvo durante seis décadas– tenga tanto peso en la memoria de los árabes.
Y no sólo en la memoria colectiva árabe, sino también en la de los observadores y especialistas no árabes que continúan concibiendo Egipto como como el estándar de existencia árabe y como un índice para el futuro del mundo árabe.
La mayoría de políticos, activistas y militantes árabes imaginan que las crisis del mundo árabe se han visto magnificadas por la ausencia de Egipto y creen que los árabes no encontrarán la salida a sus problemas hasta que Egipto resurja de nuevo como potencia. El camino de los árabes hacia un futuro mejor –creen ellos– viene determinado por el hecho de que Egipto recupere sus responsabilidades como líder de todo el mundo árabe.
Sin embargo, la realidad dice a los árabes que deben dar menos peso a estos recuerdos de un pasado glorioso y liberarse de su cautiverio por sí mismos. Esto no es porque Egipto haya perdido su importancia, posición o tamaño, sino porque Egipto no está en camino de su renacimiento, y no parece que vaya asumir ningún papel de liderazgo en el corto plazo.
Un naufragio total
Debe reconocerse que Egipto no es la fuente de la consciencia árabe ni el creador de la cultura árabe. La educación egipcia se desmoronó tiempo atrás, y las artes egipcias están en estado de decaimiento, por no hablar de los medios de comunicación egipcios, reducidos a fuente de vergüenza.
Egipto sufre de una crisis económica que parece que durará muchas más décadas, así como de un colapso de la mayoría si no de todos sus sectores de servicios, desde el transporte a la salud.
Aunque las instituciones estatales no están en particular buena forma en ningún país árabe, el Estado egipcio comenzó su declive en los años 60 y se encuentra totalmente desmoronado en la actualidad. Y a pesar de su tamaño e historia Egipto se ha convertido en un cautivo –y ha quedado bajo la completa influencia– de un Estado mucho más pequeño y joven situado en el Golfo Pérsico: Arabia Saudí.
La revolución del 25 de enero de 2011 representó una chispa de esperanza para Egipto. Sin embargo, el golpe de 2013 pronto la extinguió, devolviendo al país a la casilla de salida. La situación no ha dejado de empeorar desde entonces. Egipto requiere un total y radical desmantelamiento de las actuales estructuras políticas, sociales y económicas para construir el Estado desde cero.
No obstante, esta opción no parece estar dentro de los planes de su clase dirigente y de su círculo próximo, ni tampoco dentro de los de las fuerzas y corrientes opositoras
Incluso si esta opción se torna alcanzable, se necesitarán décadas para que Egipto pueda recuperar parte del papel e influencia del que gozó a lo largo de la historia árabe moderna.
En otras palabras, los árabes necesitan dejar de esperar a que Egipto haga algo y librarse de esta nostalgia irracional. Necesitan comenzar a buscar su futuro independientemente de si cuentan con una mano amiga o no.