Mientras los palestinos conmemoran una serie de dolorosos aniversarios clave en 2017, Israel está muy ocupado con no poner fin a la ocupación, afianzándola a la vez que pone el grito en el cielo y clama que los israelíes son las verdaderas víctimas del cada vez más longevo conflicto.
Los palestinos recordaban hace poco el 69 aniversario de la masacre de Deir Yassin, en la cual decenas de palestinos fueron masacrados por los grupos sionistas radicales. Y hace poco se ha celebrado el aniversario de la Nakba, y la creación de Israel en su tierra natal y en contra de su voluntad, en 1948. Junio marca el 50 aniversario de la ocupación de Cisjordania, Jerusalén Este y Gaza, y también el décimo aniversario del bloqueo en la Franja. En noviembre la Declaración Balfour cumplirá 100 años.
Sobre el terreno, las perspectivas de una paz justa son prácticamente inexistentes. Israel continúa ocupando Cisjordania y Jerusalén Este y trasladando a más de sus ciudadanos a estas áreas ocupadas ilegalmente. Los planes de expandir los asentamientos no dejan de salir a la luz y la mera idea del desmantelamiento de los mismos ha hecho que el primer ministro Benjamín Netanyahu hable de “limpieza étnica”.
Jerusalén sigue siendo judaizada, y las vidas de los palestinos en la ciudad santa continúan haciéndose más y más miserables a través de restricciones a la construcción, impuestos abusivos, una férrea seguridad, demoliciones, desahucios y mediante la expansión de los asentamientos judíos en Jerusalén Este. Los colonos extremistas siguen penetrando en la Mezquita de Al-Aqsa – protegidos por las fuerzas de seguridad israelíes y sin coordinación ninguna con el contingente jordano que administra el santuario–. Incluso la llamada a la oración, que se ha escuchado en la ciudad durante cientos de años ha sido silenciada.
Israel continúa imponiendo un bloqueo inmoral en Gaza y tiene la desfachatez de advertir de una catástrofe en el enclave, como el general Yoav Mordechai, que anunció que el acuífero de la Franja ha sido destruido por años de sobreexplotación y que alrededor del 96% del agua del enclave ya no es potable. A esto se le suma la acción reciente de la Autoridad Palestina de suprimir los salarios de los funcionarios de Gaza y la de negarse a ayudar con el suministro eléctrico de la atormentada franja.
El sentimiento de impotencia por parte de los palestinos, particularmente los jóvenes, sigue aumentando y las ejecuciones extrajudiciales en los checkpoints no muestran ningún indicio de que vayan a amainar pronto. El 7 de mayo, las fuerzas de seguridad israelíes acababan con la vida de Fátima Afeef Hajeiji, de 16 años, que murió cosida a balazos ante la Puerta de Damasco, en Jerusalén. Los soldados afirman que se disponía a atacarlos utilizando un cuchillo, algo que los testigos parecen negar rotundamente.
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En marzo, las fuerzas israelíes mataron a Basel Al-Araj, un intelectual palestino opuesto a la ocupación de las áreas que –según los Acuerdos de Oslo–, deberían estar bajo el control de la Autoridad Palestina, confirmando claramente que Israel no tiene respeto por este acuerdo. El asesinato del popular activista hizo cundir la ira entre los palestinos, los cuales dirigieron su rabia directamente hacia Israel y la Autoridad Palestina, cuya coordinación en materia de seguridad fue hace poco laureada por el presidente estadounidense Donald Trump durante la visita de Abbas a Washington. Y afirmó que: “Se llevan increíblemente bien, en las reuniones que mantuvimos quedé impresionado y bastante sorprendido de lo bien que se llevan. Trabajan juntos perfectamente”.
El impacto del muro en la vida diaria de los palestinos es inconmensurable, y provoca preocupación y condena por parte de muchos sectores, entre ellos por el Arzobispo de Canterbury, Justin Welby, quién ha hablado acerca de su “profunda pena y dolor” tras escuchar los testimonios de los palestinos cuya tierra ha sido situada fuera del alcance por culpa del masivo muro de cemento que Israel ha construido entre Belén y Beit Jala.
El aumento de la violencia de los colonos permanece descontrolada por el Estado israelí, el cual sigue aplicando un doble rasero a estas cuestiones, si lo comparamos con las protagonizadas por palestinos. Los presos palestinos continúan siendo maltratados y sus derechos siguen negados por parte de Israel, lo que les ha llevado a una masiva huelga de hambre, secundada por alrededor de 1.500 de los 7.000 presos totales, y que recientemente cumplió tres semanas.
En el caso de los palestinos con ciudadanía israelí, siguen siendo tratados como ciudadanos de segunda, y sufren los efectos de más de 50 leyes discriminatorias. Las poblaciones beduinas del Neguev han sido blanco de transferencias de población y desahucios. En su lugar son construidos nuevos asentamientos judíos.
Asimismo, el estatus del árabe como lengua oficial del Estado está bajo amenaza después de que el gabinete de gobierno la degradara a tener un “estatus especial dentro del Estado” mientras el hebreo se mantiene como la lengua nacional. Todo ello forma parte de la denominada “Ley del Estado Nación” en la que también se reserva de manera explícita “el derecho del pueblo judío de alcanzar de manera exclusiva la autodeterminación dentro del Estado de Israel”. En otro otro contexto esto sería visto como racista, si tenemos en cuenta que al menos el 20% de la población de Israel no es judía.
Con semejante letanía de abusos, un análisis objetivo concluiría que no sólo es legítimo continuar criticando a Israel por sus políticas, sino que además esas democracias occidentales que apoyan a Israel deberían repensar su postura.
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Sin embargo, 2017 ha probado ser el año del absurdo para las relaciones de la comunidad internacional con Israel. Ha sido el año en el que Israel ha presionado más para cambiar el discurso acerca de la situación, a pesar de la escalada de los incidentes violentos. Ha sido el año en el que el ministro de asuntos exteriores alemán, Sigmar Gabriel, fue desdeñado por Netanyahu por querer reunirse con las ONGs Breaking The Silence y B'Tselem.
Mientras que 2016 terminó con la resolución 2334 del Consejo de Seguridad, que criticaba el continuismo de la práctica ilegal de los asentamientos israelíes, esta misma acusación se considera "injusta” este año.
Recientemente, 100 senadores estadounidenses firmaron una carta pidiendo al Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Guterres, que tratara inmediatamente de poner fin a lo que los legisladores consideran afianzados prejuicios contra Israel en la organización internacional. En la carta podía leerse que “ a través de palabras y acciones, instamos a que garantice que Israel es tratado como un Estado más, ni mejor ni peor que otros estados con mejor reputación, por el cuerpo de Naciones Unidas".
Increíblemente, a los senadores se les escapó –o tal vez decidieran ignorarlo–, que Israel se ha negado a aplicar ninguna de las múltiples resoluciones del Consejo relativas a esta cuestión, incluida la 2334, respecto a la cual Israel respondió afirmando que no pensaba respetarla y anunciando la construcción de más asentamientos. Esto coincidió con la decisión de la representante en las Naciones Unidas de EE.UU., Nikki Haley, de cambiar el foco de atención de Israel a Irán durante su primera sesión en la presidencia rotativa del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. “Si hablamos honestamente acerca de los conflictos de Oriente Medio, debemos empezar con el culpable principal, Irán, y de su milicia asociada, Hezbolá” afirmó Haley en la sesión del jueves. “Durante décadas han realizado actos terroristas por toda la región”.
Reino Unido, por su parte, “advirtió” al consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, acusándole de tener un “sesgo contrario a Israel”. El representante de Reino Unido denunció en su declaración que “el desproporcionado volumen de resoluciones en contra de Israel socavan la credibilidad del consejo, tan global en sus asuntos y objetivo en cuanto a la defensa de los derechos humanos como todos queremos, y necesitamos, que sea”.
Por todo ello es necesario que todos aquellos que se han dejado engañar por la hasbara (palabra hebrea que significa propaganda) de Israel –básicamente su diplomacia pública– acerca de lo mal que es tratado señalen un solo cambio que se haya producido en las políticas israelíes al ser enfrentadas con cobardía colectiva. De hecho, no existe evidencia de que si Israel no es criticado vaya a tomar la honorable decisión de atender las demandas legítimas de los palestinos. Si hay injusticia, esta se encuentra en el mal trato a los palestinos, que ha persistido como tal desde la creación del Estado judío, y no en nuestras críticas. De hecho la crítica no es suficiente, lo que se necesita para buscar una solución justa es acción.