El presidente estadounidense Donald Trump ha aterrizado en Tel Aviv, trayendo consigo el precario equipaje de los anteriores presidentes junto con su propia beligerancia. Desde que expresara su vago compromiso con la solución de los dos Estados, los medios han pasado por alto varios puntos importantes. El “acuerdo definitivo” al que Trump se refiere ocasionalmente, podría terminar siendo mucho más explícito que cualquier otra de sus declaraciones políticas realizadas hasta la fecha. Dos cuestiones fundamentales están en juego: la expansión de los asentamientos ilegales, así como los vaivenes acerca de si EE.UU. Debería mover su embajada a Jerusalén.
Una breve recapitulación de los últimos días de la presidencia de Obama muestra una precipitada inversión de su inclinación a vetar las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU relativas a la expansión de los asentamientos ilegales y las violaciones de derechos humanos de Israel. Más allá de este tardío momento de euforia que cambió temporalmente la rutina del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, las especulaciones y las declaraciones acerca del traslado de la embajada de EEUU de Tel Aviv a Jerusalén parecía a punto de convertirse en el próximo “trending topic”.
La semana pasada, la oficina del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu publicó extractos de informes sumarios acerca de dos reuniones que tuvieron lugar a principios de año, ambos trataban sobre la posibilidad de trasladar la embajada a Jerusalén. En el informe que detalla la reunión de Netanyahu con Trump el pasado febrero se plasma la insistencia del primer ministro israelí en que el cambio de ubicación de la embajada “no causaría derramamiento de sangre en la zona, como le quieren hacer creer”. Más revelador aún fue el fragmento de la discusión entre el embajador de Israel en EE.UU. , Ron Dermer, y el anteriormente Consejero de Seguridad Nacional, Mike Flynn. Citado en Haaretz, el informe afirmaba de forma parcial que “el traslado de la embajada forzará a la otra parte a lidiar con la mentira de que Israel no tiene ninguna conexión con Jerusalén”.
Una semana antes de la visita de Trump, el Secretario de Estado Rex Tillerson declaró que la administración estaba “evaluando” el impacto de una decisión de este calibre en las negociaciones diplomáticas. Por su parte, la respuesta de Netanyahu en la víspera del aniversario de la Nakba fue particularmente indignante: “Trasladar la embajada estadounidense a Jerusalén no solo no dañará el proceso de paz, sino que lo hará progresar al corregir un error histórico y desmontará la fantasía de los palestinos de que Jerusalén no es la capital de Israel”. Para alcanzar la consolidación de esta violenta narrativa colonial, Netanyahu fue también firme acerca del papel de la comunidad internacional, declarando en un evento del Likud, según el Times of Israel, que Jerusalén es “la eterna capital del pueblo de Israel y que es adecuado que todas las embajadas, especialmente la de nuestros amigos estadounidenses, se trasladen allí”.
Es irónico que Netanyahu mencione el “error histórico” meras horas antes de la conmemoración de la Nakba. Diciendo al mismo tiempo que espera que la comunidad internacional acepte aniquilar la memoria y la historia de Palestina. Hasta el momento, no es posible decir si EE.UU cumplirá con las ambiciones de Netanyahu. Sin embargo, la publicación de declaraciones y retractaciones ha conseguido algo que había sido largo tiempo ignorado. La diplomacia israelí tiene ahora la oportunidad de incluir la cuestión del traslado de las embajadas en las negociaciones, incluso aunque sólo sea como tema de discusión durante una temporada.
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Teniendo en cuenta este escenario, es patético que los líderes palestinos hayan contribuido a la desinformación al negarse a atender la situación presente, optando en su lugar por hacer predicciones acerca de las posibles consecuencias. En una carta, el presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmoud Abbas, había advertido de que un movimiento semejante tendría “un desastroso impacto en el proceso de paz, en la solución de los dos Estados y en la estabilidad de toda la región”. Estas declaraciones tienen varias fallas, por diversas razones. En primer lugar, el susodicho proceso de paz, sin cláusulas añadidas, ha demostrado ir en detrimento de los palestinos, y el paradigma de los dos Estados se ha convertido, más que nunca, en una idea ambigua, a raíz de las declaraciones oficiales y tardíamente precisas que la consideran obsoleta a pesar de que sigue considerándose la premisa para un futuro acuerdo.
Hasta ahora, los presidente de EEUU no han implementado el Decreto de la embajada de Jerusalén de 1995, a raíz de una enmienda que otorga al presidente la autoridad de derogarlo, de acuerdo con la sección 7ª (a) (1) del mismo, y que hace posible esta anulación “durante un período de seis meses si [el presidente] determina e informa al congreso con antelación de que esta suspensión es necesaria para proteger la seguridad internacional y los intereses de los Estados Unidos.”
Pocos días antes de su visita, Trump indicó que la posibilidad de trasladar la embajada no sería posible en el futuro próximo. La perspectiva fue secundada por el embajador de EEUU en Israel, David Friedman, aunque sin considerar en ningún momento a los palestinos. Según Haaretz, Friedman aconsejó a Israel abstenerse de forzar la agenda, pues podría o no resultar en un cambio en la política de EEUU.
El peligro inmediato en este punto es que la inclusión de dicha demanda pase a formar parte de las negociaciones. Aún partiendo de una posición ineficaz, la AP se ha opuesto a dicho movimiento, al igual que otras facciones palestinas, mucho más firmes en sus consideración de que el traslado constituiría una violación del derecho internacional.
Sin embargo, debe recordarse que la AP no tuvo reparos en el pasado en entregar Jerusalén –los "papeles palestinos" revelados por Saeb Erekat ofrecían a Israel “el más grande Jerusalén de la historia judía, a cambio de un número simbólico de refugiados, un Estado desmilitarizado,...qué más puedo entregar?”. Si Erekat estaba dispuesto a traicionar a Palestina entregando la ciudad de Jerusalén, es posible que la oposición de la AP a incluir la cuestión del traslado de las embajadas en las próximas negociaciones no sea del todo firme, fracturada como está por las torpezas del pasado y, en definitiva, quedará sometida a un compromiso adicional por el cual los palestinos serán humillados, de nuevo, en contra de su voluntad.
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Esta es la cuestión subyacente que la AP sentirá rechazo a afrontar. La trayectoria más segura es la de predecir el derramamiento de sangre y, si el traslado tiene finalmente lugar, la entidad colaboradora puede recostarse en su asiento y decir que cumplió con s deber en los primeros meses de la administración Trump. Los palestinos parten con desventaja, al no contar con un interlocutor reconocido internacionalmente entre sus líderes y que pudiera reivindicar sus derechos históricos sobre la ciudad de Jerusalén. El olvido, sin embargo, no se traduce necesariamente en una ausencia de estos derechos. Lo que el discurso acerca del traslado de las embajadas a Jerusalén ha revelado, no obstante, es la discrepancia entre los planes de Israel de eliminar los derechos de los palestinos a plena vista de la comunidad internacional y la ineficacia de la AP para oponerse a dicha decisión, y su falta de escrúpulos en ampliar el espectro de concesiones a Israel, lo que pone en peligro lo poco que queda de Palestina.