El enemigo del islam y aborrecedor por excelencia de los musulmanes visitó la tierra del Profeta Mahoma (la paz sea consigo), el profeta del islam, y tierra de las dos mezquitas más sagradas de la tierra, para lanzar públicamente su guerra contra esta religión y sus fieles. Todo ello lo hizo además en compañía de los presidentes, emires y reyes de los países musulmanes que traje, como si de ganado se trataran, de sus respectivos Estados.
Este hombre, que durante la campaña electoral juró frente a sus seguidores que “ordeñaría la vaca” hasta matarla –refiriéndose a Arabia Saudí– visitaba Riad esta semana. Este presidente estadounidense, Donal Trump, que se comprometió ante el pueblo americano a eliminar el islam de la faz de la tierra y prohibir a los musulmanes de varios países, incluido Arabia Saudí, entrar en EE.UU. , viajó al país en el mismo momento en el que se encuentra bajo sanciones promulgadas a raíz del Decreto de Justicia Contra los Financiadores de Terrorismo (JASTA, por sus siglas en inglés) aprobado por el Congreso estadounidense específicamente para este Estado. A pesar de todo ello, a su llegada fue recibido con una exagerada e inusitada hospitalidad.
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La situación estaba cargada de humor, de humor negro concretamente, pues parecía que Donald Trump estuviera a la cabeza del CCG y de las reuniones de la Cumbre Islámica, como si hubiera sido nombrado califa y se hubiera convertido en Comandante de los Creyentes. Dio instrucciones a todos los sentados ante él acerca de cómo combatir el terrorismo y expulsar a los militantes de sus Estados. Dijo que América no lucharía en su lugar y luego les dio luz verde para combatir a sus propios ciudadanos. Declaró a Hamás organización terrorista y ninguno de los asistentes se atrevió a replicar, pues como Comandante de los Creyentes nadie le puede contradecir.
Trump también anunció la inauguración del Centro Global para Combatir las Ideologías Extremistas (GCCEI, por sus siglas en inglés) en Arabia Saudí. El centro será dirigido por los propios saudíes y EE.UU.. Por supuesto, todos sabemos lo que califica a alguien de extremista en opinión de los estadounidenses –y de Trump en particular–, concretamente la ideología islamista. Así pues, ¡declaró abiertamente su guerra contra el islam en la tierra del islam! Y la generosa Arabia saudí le pagó 460 mil millones de dólares para proteger su trono, amenazado por Irán –el espantapájaros creado por EE.UU para poder explotar su riqueza–. Ya hizo lo mismo en el pasado, durante la época de Sadam, hasta que los estadounidenses pudieron invadir Iraq y dárselo a los iraníes, el histórico enemigo de Bagdad.
Sin embargo, Arabia Saudí no aprende de las lecciones del pasado, y se ha demostrado ser el más necio líder de toda la historia. Trump no aceptó la última iniciativa del rey Abdulá para la causa palestina, como se esperaba, ni se refirió tampoco a la solución de los dos Estados ni mencionó otras opciones para resolver el conflicto palestino, el “acuerdo del siglo”, como él mismo lo había denominado. Sólo mencionó que visitaría Jerusalén y que se reuniría con Netanyahu, lo que indica que la cuestión palestina no está siquiera en su agenda.
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Esta conferencia fue de hecho la conferencia de la vergüenza y la desgracia. Con ella se marca el día en que murieron los árabes, pues ya no están presentes en el mapa, ya no existen. Se han colocado bajo el ala de los americanos y no tenemos ni siquiera condolencias para ellos, pues han aceptado la humillación y la desgracia de aquellos que han declarado la guerra a su religión y les han ayudado a conseguirlo para así poder conservar sus tronos. Malditos sean estos tronos, que perdieron la posición y la dignidad de los árabes, y malditos sean ellos, que perdieron su fe y su dinero y lo entregaron a aquellos que están luchando contra sus hermanos, mientras las naciones musulmanas mueren de hambre.
A la vez que Arabia Saudí y los gobernantes árabes y musulmanes celebran la llegada de un califa musulmán a su país, ofreciéndole lealtad y obediencia, la Casa Blanca toma medidas para aplicarle un impeachment a Trump, tras el escándalo de sus vínculos con los rusos y la revelación de secretos. Esto resulta en una extraña ironía que muestra la diferencia entre nosotros y ellos, es decir, la diferencia entre la seriedad, los valores y los principios frente a las mentiras, el fraude y el despropósito.