Son días oscuros. Oscurecidos por la matanza de niños en Mánchester, por la aduladora bienvenida recibida por Donald Trump a su llegada a Riad, e incluso más todavía por el “efecto Trump”, que podría ser incluso más peligroso que el hombre que le precede.
Trump fue muy claro con los líderes árabes que habían acudido a rendirle tributo: “No estoy aquí para hablaros de derechos humanos, de hecho no voy a mencionarlos ni una sola vez. No estoy aquí para daros una conferencia sobre democracia, podéis hacer lo que queráis con vuestra gente. De hecho, no estoy aquí para hablaros sobre la vida, sino sobre la muerte. Lo que quiero es que eliminéis a los yihadistas de la faz de la Tierra”.
No era Cicerón hablando, sino César, y la proximidad a esta nueva fuente de poder y sabiduría lo era todo. En la sesión de fotos posterior a la conferencia, el rey Salman se colocó a la izquierda de Trump y el emir de Qatar a su derecha. Lo más cerca que Sisi pudo acercarse fue al lado de Rey Abdulá II de Jordania, situado junto a Salman.
Mohammed bin Zayed, el príncipe de Abu Dhabi apareció más tarde, le dio la mano a Sisi y se abrió paso después entre Trump y el jeque qatarí Tamim bin Hamad Al-Thani. Bin Zayed se tomó muy en serio sus responsabilidades como mano derecha de Trump en Oriente Medio. El lunes, el sonido de alguien llamando a la puerta en medio de la noche se escuchó en todo Qatar.
Jugadas nocturnas
Los qataríes despertaron con una cita del emir de Qatar en la agencia oficial de noticias QNA diciendo todo aquello que más podría herir a un gobernante de un Estado del Golfo Pérsico: que Doha tenía tensiones con Trump, que reconocía que Irán era un poder islámico y que no era sabio promover hostilidades contra Teherán y que Trump se enfrentaba a serios problemas legales en su propio país.
Se trataban de puras falsedades, introducidas por hackers en la web de la agencia. En primer lugar, el emir nunca dio tal discurso en la ceremonia de graduación de cadetes militares, donde se suponía que se habían producido dichas declaraciones. En segundo lugar, ningún líder árabe en su sano juicio admitiría públicamente en una ceremonia oficial que tiene estrechos vínculos con Israel.
Falsas o no, las noticias fueron inmediatamente propagadas de ciudad en ciudad, puerta a puerta, por los medios saudies y emiratíes como Al Arabiya, Al Ekhbariyya y Sky News Arabia, que cancelaron su programación para cubrir el escándalo a lo largo de toda la noche. La cobertura fue tan rápida y tan completa que sólo podría haber sido planeada con antelación. Tomó un par de horas a los somnolientos qataríes negar los hechos, pero la confirmación de que la noticia era falsa no se produjo hasta por la mañana.
La ofensiva contra Qatar continuó el miércoles, cuando Al Arabiya publicó una “prueba” de que el discurso del emir no era falso. El artículo se olvidó, no obstante, del hecho de que el teletipo que aparecía en la pantalla había sido manipulado. El ministro de exteriores de EAU anunció que iba a prohibir todas las webs de noticias qataríes.
El hackeo fue una operación profesional, y tuvo el efecto deseado. Cuando se dieron cuenta de lo que estaba pasando, el shock sacudió el pequeño reino. Nadie durmió, todo el mundo pensaba que se había planeado un golpe de Estado.
La luz verde de Trump
El dedo acusador apunta a alguno de los numerosos vecinos hostiles de Qatar, particularmente a los Emiratos, que tienen motivos y capacidad para llevar a cabo una operación de este calibre. En agosto del año pasado, una experta de seguridad italiana, Simone Margaritelli, investigadora en la firma estadounidense de ciberseguridad Zimperium, aseguró que una firma emiratí había intentado reclutarla para organizar un cuerpo de hackers de élite. Previamente, el New York Times había informado de cómo los EAU se estaban haciendo con productos tecnológicos para vigilancia. Esta vez, los emiratíes estaban intentando desarrollar su propio equipo de creación de spyware y malware. Esto, por supuesto, es lo que ocurre cuando un neófito de Oriente Medio da luz verde a un público que incluye a la mayor parte de gobernantes árabes cuya tiranía y desgobierno son responsables de la creación de Al-Qaeda y del Dáesh.
Esto no es una forma de reducir la responsabilidad de los gobiernos occidentales en alimentar la cadena alimentaria de la violencia. Los servicios de inteligencia británicos no tuvieron ningún problema en alentar a los británicos de ascendencia musulmana para que marcharan a luchar a Bosnia, Libia y Siria –inicialmente– cuando los malos eran los serbios, Gadafi o Assad. Cuando, sin embargo, cambia la política nacional –como ocurrió en Siria a partir de 2012– estos vasallos del gobierno son tratados de manera bien distinta.
Pero como mínimo, si tenemos que evitar otro desastre en Oriente Medio –como el causado por Bush y Blair–, dirigido esta vez , quizás, contra Irán y sus aliados como Hezbolá. Trump debe entender que sus aliados árabes tienen otros intereses muy distintos a los de EE.UU. o cualquier país europeo para querer involucrarse en otra interminable guerra contra el terror.
Su única preocupación es la preservación de unas autocracias cuyas perversiones hacen que los regímenes de Ben Ali y Mubarak palidezcan a su lado. Al-Qaeda estaba en las últimas cuando los levantamientos populares acabaron con estos dos dictadores y cuando se celebraron las primeras elecciones libres en Túnez y Egipto. La aparición del Dáesh coincide casi exactamente con la fecha del golpe de Estado contra Morsi en junio de 2013. Si Trump buscaba una respuesta concisa a quién es responsable de la aparición de Al-Qaeda y el Dáesh, la tenía sentada ante él.
Esto hace que el “efecto Trump” en Oriente Medio sea todavía más dañino que el de Obama que intentó, sin éxito, abandonar la región.
En caída libre
Obama tenía muchos defectos. Demostró a los árabes que podía ser un gobernante incluso más cruel que Trump, al prometer más de lo que luego puedo cumplir. Trump ni promete ni otorga.
No obstante, la comparación entre el elaborado discurso de Obama en Junio de 2009 y las ordinarias palabras de Trump esta semana en Riad, es instructiva. Obama se dirigió a los árabes, a estudiantes de la universidad de El Cairo, en un espacio que llamaba al aprendizaje. Trump dio su discurso en un edificio que llamaba al poder. Obama habló de la deuda de la civilización humana con el islam. Trump trata a Oriente Medio como un zoco o, en sus propias palabras, como una fuente de oportunidades globales –como las que él mismo ha conseguido con la firma de contratos de armas multimillonarios–.
Obama reconocía su responsabilidad en deber solucionar el desbarajuste causado por la invasión estadounidense de Irak, Trump nunca la ha mencionado. Obama habló de derechos humanos, mientras que Trump no trató el tema ni una sola vez. Obama habló de vida, Trump de muerte, afirmando que la única forma de acabar con los yihadistas era eliminarlos directamente de la faz de la Tierra.
No es simplemente que el fin de 15 años de guerra contra el terror no esté al alcance de la vista,. Tampoco que cada nuevo actor que aparece en el escenario contribuye a su perpetuación –Blair y Bush en 2003, Cameron y Sarkozy en 2011, Trump y Netanyahu en 2017– es que cada vez que piensas que has alcanzado el punto más bajo de esta espiral sin fin, te das cuenta de que siempre se puede caer más bajo.
Las condiciones que generaron los levantamientos masivos de 2011 son más fuertes ahora que nunca. La represión es mayor, los Estados son incapaces de proveer servicios y seguridad a los ciudadanos de Oriente Medio. Se han desatado máquinas de matar por todo el mundo. Los bombardeos de la coalición liderada por EE.UU. han matado casi al doble de civiles en Siria que el propio Daesh.
Pensaréis que cualquiera con algo de materia gris se detendría ahora antes que lanzarse a una nueva intervención. Pero indudablemente es hacia donde parece que nos dirigimos. A quién le tocará el turno esta vez, eso nadie lo sabe. Podría ser el sur del Líbano, otra vez. Pero está claro que una nueva intervención está al caer, y las terribles consecuencias sobre las futuras generaciones y sobre la población civil son, también, indudables.