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¿Motivarán los atentados en Teherán un cambio en la política regional de Irán?

Los dos ataques terroristas del pasado miércoles en Teherán supusieron una sorpresa por varias razones, especialmente por la descarada ruptura de las defensas antiterroristas de la República Islámica.

Aunque Dáesh ha posado su mirada en Irán durante más de tres años, han pasado tan solo tres meses desde que emitiera su primer vídeo en farsi, amenazando con la realización de ataques dentro de las fronteras iraníes. Los líderes iraníes fueron tomados por sorpresa por el asalto a dos lugares tan simbólicos, concretamente el Maylis (el parlamento) y el mausoleo del anterior líder revolucionario, el ayatolá Jomeini.

Esto ocurre además a pesar de que los responsables de la seguridad en el país lleven ya un tiempo advirtiendo acerca de la posibilidad de ataques de grupos afiliados al Dáesh. El pasado junio, el poderoso ministerio de inteligencia iraní frustró, supuestamente, uno de los mayores planes terroristas jamás dirigidos contra la capital del país. La reacción de los líderes iraníes fue desafiante, como es común en estas situaciones, con el ayatolá Seyed Ali Jameneí describiendo los ataques como “fuegos artificiales”, mientras que el parlamentario Ali Larjani –que se encontraba dentro del Maylis durante el ataque de la semana pasada– los consideró un “asunto menor”. Una de las razones para minusvalorar dichos incidentes es que puedan ser explotados por los enemigos de la nación persa, concretamente por EE.UU. Inmediatamente después de los ataques, el congresista republicano Dana Rohrbacher no sólo pareció apoyar los ataques, sino que incluso llegó a plantear que EE.UU debería colaborar con el Dáesh contra Irán.

Pero más allá de la existencia de varias varas de medir y de la política del simbolismo, los ataques en Teherán son muy importantes por dos razones. En primer lugar, porque son el resultado inevitable de la falta de interacciones entre la República Islámica y los grupos yihadistas y salafistas, concretamente Al-Qaeda. En segundo lugar, una revisión de la política regional iraní puede hacer mucho para mitigar la amenaza terrorista.

La historia jamás contada de Irán y Al-Qaeda

Las teorías de la conspiración que hablan de vínculos entre Irán y grupos yihadistas abundan desde hace mucho tiempo. Los creadores y actores de la propaganda saudí no han perdido ni un minuto disponible para desarrollar narrativas que vinculares a Irán con grupos yihadistas.

No obstante, más allá de la propaganda, la existencia de vínculos entre la República Islámica y grupos yihadistas no está tan desencaminada. Tras el 11-S, y el subsiguiente ataque de EE.UU. contra los talibanes en Afganistán, la clase política dedicada a mantener la seguridad en Irán tomó una amplia gama de medidas para controlar el amenazante escenario que poco a poco se formaba ante sus ojos.

Presumiblemente, la medida más importante fue la de combatir a Al-Qaeda dentro de una estrategia mucho mayor de lucha contra el terrorismo. Mientras tanto, los centros de estudio estadounidenses han conseguido grandes logros a la hora de entender los aspectos operacionales de esta relación, pero no están tan al tanto de los asuntos ideológicos más complejos ni de la estrategia antiterrorista.

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A nivel operacional, establecer vínculos con Al-Qaeda podría tener sentido para los servicios secretos, por su creación de oportunidades para el manejo de amenazas y la búsqueda de información. Mediante la habilidad de llegar hasta los rincones más profundos del universo yihadista, los servicios de inteligencia iraníes habían conseguido, hasta ahora, evitar que ataques como el del pasado miércoles se produjeran en la capital iraní.

El aspecto ideológico es la vertiente menos entendida de esta posible relación. Muchas veces descrito como un mero matrimonio de conveniencia producido a costa de la sabida existencia de un enemigo común, concretamente EE.UU. Desde su perspectiva, algunos salafíes consideran que Al-Qaeda tiene una actitud casi siempre negativa hacia los clérigos chiíes en los altos mandos e Irán. Sin embargo, la mayor parte del tiempo el grupo yihadista ha evitado un conflicto sectario innecesario con los iraníes.

Por la parte iraní, es notable subrayar que elementos panislamistas han tenido desde hace tiempo una pequeña y controvertida presencia dentro del aparato de seguridad de la República Islámica. Estos elementos están fuertemente influenciados por el ideólogo y mártir de los Hermanos Musulmanes, Sayyed Qutub, que goza de un estatus casi legendario dentro del discurso yihadista. Estas conexiones ideológicas son importantes para comprender el contexto general de esta relación.

También es importante apuntar que esta posibilidad terminó años atrás. El conflicto sirio llevó a Irán y a Al-Qaeda a un conflicto directo, hasta que el comandante del grupo en Siria dejara caer amenazas de que podría llevar la guerra hasta el interior de las fronteras iraníes.

 

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Más allá del “Eje de la resistencia”

No hay duda alguna de que la política regional de Irán está directamente conectada a la amenaza global del terrorismo. Si mitiga o exacerba dicha amenaza, eso ya es otra cuestión. No es sorprendente que el líder, el ayatolá Jamanei, crea lo segundo, argumentando que Irán debe estar en el centro del conflicto regional para poder así manejar las amenazas.

Aunque es poco realista esperar que un Estado poderoso como Irán cambie su política exterior tras un ataque terrorista, sí que vale la pena considerar si políticas alternativas podrían haber permitido a la República Islámica manejar la amenaza de manera más efectiva a la vez que avanzaba en la consecución de sus objetivos regionales clave.

Cada vez más, los analistas están dividiendo Oriente Medio y el Norte de África en tres bloques político-ideológicos. Un bloque conservador dirigido por Arabia Saudí, EAU y Egipto; un bloque opositor al primero y encabezado por Qatar, los Hermanos Musulmanes y sus aliados; y el eje de la resistencia, dirigido por Irán.

Aunque es cierto que el bloque iraní está pasando por su mejor momento –por ahora–, los costes de perseguir de manera obtusa el prestigio nacional podrían ser demasiado altos. Ante todo, la República Islámica se arriesga a echar por la borda 30 años de paz y de seguridad, lo que ha sido constantemente proclamado como las características definitorias del poder del Estado iraní.

En términos de doctrina de seguridad nacional, la amenaza terrorista está irremediablemente unida al enfrentamiento de la República Islámica con diversos rivales regionales e internacionales, concretamente Arabia Saudí, Israel y los EE.UU. Esto no significa que estos Estados y el Dáesh colaboren, pero desde luego sí que se alegrarán de ver como cunde el caos en territorio iraní.

En vista de este amenazante panorama, tiene sentido que Irán establezca vínculos con Estados y actores no estatales fuera del “eje de la resistencia”. La intensificación de la amenaza terrorista –junto a la confrontación del bloque conservador con Qatar estas últimas semanas– supone una oportunidad para reformular la política regional iraní.

 

 

 

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