La embajadora de EE.UU. ante las Naciones Unidas (ONU), Nikki Haley, parece querer defender una sola causa: la de Israel.
Cuando Haley habla acerca de Israel, su lenguaje no es meramente emotivo ni adaptado a la ocasión, sino más bien lo conforman palabras resolutivas, consistentes y ajustadas a un evidente plan de acción.
Junto a Haley, el gobierno derechista de Benjamín Netanyahu está actuando rápidamente para aprovecharse de lo que es una oportunidad única para ignorar a la ONU y a cualquiera de sus críticas acerca de la ocupación israelí.
A diferencia de los embajadores anteriores ante la ONU que apoyaron firmemente a Israel, Haley se abstiene de usar cualquier lenguaje velado ni de intentar, aunque sea de manera discreta, parecer imparcial. El pasado marzo, afirmó ante una multitud de 18.000 simpatizantes –en la conferencia anual del lobby israelí, AIPAC– que acababa de empezar una nueva era para las relaciones entre EE.UU. e Israel.
“Llevo tacones, y no lo hago por una cuestión de moda”, dijo ante la multitud excitada por su discurso. “Los llevo porque si veo que algo está mal, voy a patearlo hasta solucionarlo”.
La nueva embajadora/sheriff de Trump condenó, de manera retroactiva, la resolución 2334 del Consejo de Seguridad de la ONU, la cual condenaba los asentamientos ilegales de Israel en Cisjordania. Aunque se encontraba en sus últimos días en el cargo, la administración Obama no votó a favor, pero tampoco vetó dicha resolución, sentando un precedente totalmente inexistente durante todos los años anteriores.
La abstención de EE.UU, según Haley, fue como si “todo el país hubiese sido golpeado en el estómago”.
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Lo que particularmente hizo enojar a Israel de este último acto de Obama fue el hecho de que violó una tradición cultivada durante años, especialmente durante la época de John Negroponte, el embajador de EE.UU ante la ONU durante el primer mandato de W. Bush.
Lo que llegó a conocerse como la “doctrina Negroponte”, fue asentada como la política oficial de EE.UU.: Washington se opondría sistemáticamente a cualquier resolución que criticara a Israel sin condenar, a la vez, las actividades de resistencia de los palestinos.
Pero el hecho es que Israel, y no los palestinos, es el poder ocupante que se niega a seguir docenas de resoluciones de la ONU, así como diversos tratados y leyes internacionales. Con esta decisión, los EE.UU. consiguieron hacer de la ONU una organización totalmente “irrelevante”.
Convertir a la ONU en una organización parcial también significó que EE.UU tendría control absoluto sobre Oriente Medio, particularmente sobre el desarrollo del conflicto palestino.
No obstante, bajo la administración Trump, incluso el “proceso de paz” guiado por EE.UU ha quedado obsoleto
Esta es la verdadera crisis moral, y política, de la doctrina Haley, pues va más allá de la doctrina Negroponte basada en silenciar las críticas hacia Israel para directamente anular a las ONU –y con ello el derecho internacional– como un elemento útil para la resolución del conflicto.En una charla en el Consejo de Derechos Humanos (CDH) – con sede en Ginebra, e integrado por 47 miembros– Haley afirmó que estaba sopesando la participación de su país en dicho consejo. Aseguró que Israel era el único país permanentemente en la agenda de dicho consejo, un argumento esgrimido normalmente por Israel y con poca base real.
Si Haley leyera el informe de la 35ª sesión del CDH, se daría cuenta que la organización trata multitud de asuntos, incluyendo los derechos de la mujer y su empoderamiento, matrimonios forzados y casos de violaciones de derechos humanos en multitud de países.
Pero considerando que Israel ha “celebrado” recientemente 50 años de ocupación sobre tierras palestinas, Haley no debería sorprenderse de que Israel forme también parte de la agenda del CDH. De hecho, cualquier país que haya ocupado u oprimido a otro durante tanto tiempo debería permanecer como una cuestión a resolver en la agenda internacional.
Tras su discurso, en el cual ridiculizaba y amenazaba a los miembros de la ONU en Ginebra, marchó hacia Israel para enfatizar aún más la insistencia de su país en desafiar a la comunidad internacional para proteger a Israel.
Junto al experto en hasbara (diplomacia pública) y embajador de Israel ante la ONU, Danny Danon, Haley recorrió la frontera israelí con Gaza, mostrando su simpatía con las supuestamente “asediadas” comunidades israelíes de la zona. Mientras, al otro lado de la frontera, casi dos millones de palestinos viven atrapados en la pequeña Franja de Gaza desde hace una década, detrás de unos límites fronterizos cerrados a cal y canto.
En su discurso en Jerusalén del 7 de junio, Haley dijo que la ONU ha “acosado” a Israel durante demasiado tiempo.Afirmó que “nunca he tratado delicadamente a los abusones, y la ONU ha abusado de Israel durante demasiado tiempo, y no vamos a dejar que esta situación se prolongue”, añadiendo que “son nuevos tiempos para las relaciones entre EE.UU e Israel”
Mediante la aceptación de la pseudo-realidad israelí, en la cual los abusones se quejan de ser las víctimas, los EEUU se siguen alejando de cualquier consenso internacional acerca de los derechos humanos y el derecho internacional. Esta situación se intensifica y se hace más peligrosa si consideramos que la administración Trump es la que ha decidido sacar a EE.UU. de los acuerdos de París sobre el cambio climático.
Trump aseguró que la decisión fue para beneficiar a las empresas estadounidenses. Incluso si uno acepta esta afirmación sin fundamento, la nueva doctrina de Haley acerca de Israel y la ONU, por su parte, no puede beneficiar a EE.UU. prácticamente de ninguna forma ni el corto ni en el largo plazo. Simplemente desprestigia el liderazgo internacional de EE.UU. y reduce aún más su credibilidad.
Y lo que es peor, inspirados y empoderados por la vía libre concedida por Haley, los líderes israelíes están ahora moviendo fichas para sacar totalmente a la Organización de Naciones Unidas (ONU) del proceso de paz y del proceso de mediación para poner fin a la ocupación israelí de Palestina. Dos acontecimientos alarmantes han ocurrido en dicha dirección:
Uno de ellos tuvo lugar a principios de mayo, cuando la ministra de Cultura y Deporte, Miri Reguev, hizo una petición formal ante el gabinete de gobierno israelí para que se cerrara la sede de la ONU de Jerusalén, con el objetivo de castigar a la UNESCO por reafirmar la posición internacional contraria a la ocupación israelí de Jerusalén Este.
El segundo ocurrió a principios de este mes, cuando el primer ministro Benjamín Netanyahu pidió a Haley que cerrara la UNRWA, el cuerpo de la ONU responsable del bienestar de 5 millones de refugiados palestinos.
Según Netanyahu, la UNRWA perpetúa el problema de los refugiados, Sin embargo, el problema de los refugiados no es de la UNRWA per se, sino de Israel, que es quién se niega a cumplir la resolución 194 de la ONU relativa a su legítimo derecho al retorno y a las compensaciones por el sufrimiento vivido durante su expulsión.
Estos acontecimientos, y otros tantos, son todos resultado de la doctrina Haley. Su llegada a la ONU ha desatado un festival de odio israelí-estadounidense, atacando no sólo a Estados miembros de la organización, sino también al derecho internacional y a cualquiera de los principios que la ONU han defendido durante décadas.
EE.UU. ha defendido ciegamente a Israel ante la ONU durante años. Haley parece haber adoptado una posición enteramente pro-Israel, al margen de las posiciones de los aliados de EE.UU. o de las consecuencias que puede suponer ignorar al único cuerpo internacional que sirve aún de plataforma para la negociación y la resolución de conflictos.
Haley parece considerarse a sí misma como la nueva “sheriff” de la ciudad, la que “pateará a quién se interponga en su camino”, antes de acribillar a los abusones a balazos y de cabalgar hasta el horizonte junto a Netanyahu. Sin embargo, con un enorme vacío de poder, y sin alguien que guíe a la comunidad internacional para resolver un conflicto de 70 años de edad, las tácticas “cowboy” de Haley no pueden sino causar más daños a una región que no deja de desangrarse.
Desde la doctrina Negroponte de 2002, miles de palestinos y cientos de israelíes han muerto en una ocupación que parece no tener fin. Desvincular el conflicto aún más del derecho internacional promete elevar esta cifra y aumentar el sufrimiento de los implicados.