La actual crisis del Golfo, que amenaza con desestabilizar la región al completo, no surgió de la nada. Sus orígenes se enraízan en rivalidades geopolíticas surgidas durante las primaveras árabes, cuando los pueblos del mundo árabe se levantaron y amenazaron con derribar el orden tiránico establecido. Los gobernantes autoritarios en la región consideraron esto como una amenaza directa a su poder, y comenzaron a invertir todos sus recursos en detener la oleada revolucionaria. Algo en lo que se esforzaron especialmente Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos (EAU).
Su vecino, Qatar, hogar de la agencia de noticias Al-Jazeera, sin embargo, eligió un rumbo distinto, y decidió apostar por el cambio. Se iniciaba así una despiadada competición en una las regiones de mayor importancia estratégica del mundo.
Caos o anarquía
Arabia Saudí y EAU han capitaneado desde entonces una multifacética y, hasta ahora, generalmente exitosa campaña para acabar con el legado de la primavera árabe.
Ambos se vieron envalentonados en 2013, cuando sus aliados dentro del aparato estatal de Egipto derrocaron en un golpe de Estado al presidente Mohamed Morsi, elegido democráticamente, y que actualmente languidece entre rejas.
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Este exitoso episodio motivó el esfuerzo contrarrevolucionario en Libia, donde el apoyo se ha dirigido al general Jalifa Haftar, que pretende reconstruir Libia bajo el mando de una junta militar. En Yemen, los saudíes y sus aliados han intentado reinstaurar en el trono al expresidente Ali Abdullah Saleh, siguiendo una iniciativa propuesta por el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), antes de que este cambiara sus alianzas y se alineara con los rebeldes hutíes.
En Túnez, el vecino de Libia, cuna de la primavera árabe, tampoco se han librado. Los EAU han intentado de manera activa desestabilizar y desacreditar la aún joven democracia del país, la única hija del proceso revolucionario que aún sobrevive.
De nuevo, todo esto ha sido calculado. Para los contrarrevolucionarios del Golfo, el mensaje para el pueblo está muy claro: elegir entre la obediencia ciega o el caos y la anarquía.
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Cualquiera que se interponga en este camino calculado al detalle es considerado una amenaza. Para estos regímenes, por tanto, combatir la democracia es un asunto de vida o muerte.
Fomentando la desesperación
Bajo el estandarte del realismo político, las fuerzas europeas y estadounidenses de extrema derecha, y ahora también la administración Trump, han reforzado esta falsa narrativa, fomentando el mito de que los regímenes autoritarios de Oriente Medio actúan como un baluarte contra el terrorismo, el islamismo radical y el caos absoluto. Esto, aseguran, es la mejor solución para una región para la cual la democracia y la libertad resultan extrañas.
La verdad, no obstante, es que la tiranía, que marginaliza las aspiraciones y las quejas de los pueblos, fomentando con ello la desesperación y acabando con todo futuro posible, es lo que empuja a los habitantes de la región a los brazos del terrorismo.
Los conflictos políticos de la región derivan en gran medida de la polarización religiosa e ideológica entre las monarquías teocráticas y un reformismo que busca crear sistemas democráticos islámico-liberales.Este islam teocrático está en guerra con una tradición reformista, originada en el S.XIX, que intenta combinar islam con democracia, pluralismo , derechos de las mujeres y libertad de expresión.
La más liberal de las monarquías del Golfo
Comparado con sus vecinos, Qatar ha demostrado una enorme apertura respecto a los ideales de participación política y de libertad de pensamiento, expresión y organización, claves durante las primaveras árabes.
Las mujeres qataríes participan activamente de la vida pública, y sus medios, con Al-Jazeera como ejemplo fundamental, son dinámicos y relativamente libres, además su democracia local y parlamentaria ha ido avanzando a lo largo de los años.
De hecho no es una exageración afirmar que Qatar es el más liberal de los regímenes del Golfo. En todo esto se asienta la campaña de EAU y Arabia Saudí contra Qatar, y que recientemente ha culminado con el fin de las relaciones diplomáticas entre los aliados de los primeros y con un brutal bloqueo económico.
El eje de déspotas árabes ha conseguido hasta ahora frenar el cambio democrático en la región, sumiendo Libia y Yemen en el caos. Pero estamos ante un despiadado juego de consecuencias impredecibles. Una rivalidad regional limitada puede fácilmente descontrolarse y generar peligrosos conflictos civiles y prolongar las guerras
Lo que es seguro, sin embargo, es que los árabes en búsqueda del cambio, la dignidad y la emancipación sólo pueden seguir ganando fuerza en medio de una desoladora realidad caracterizada por el fracaso de la política, de la economía, y por la marginalización y los conflictos internos.
La primera ola de la primavera árabe puede haber sido frustrada, pero otras tantas se acercan por el horizonte.
Publicado originalmente en Middle East Eye, 20 de Junio de 2017